Sarajevo y Milosevic
EL AEROPUERTO de Sarajevo mantiene una situación relativamente segura. Un batallón canadiense de cascos azules se dispone a organizar su protección, y varios aviones franceses ya han aterrizado con ayuda sanitaria y alimenticia. Cabe, pues, esperar que pueda llevarse a cabo la operación de salvamento de una población asediada desde hace tres meses. Ello responde a un reciente cambio en la actitud internacional cuyo exponente más llamativo fue el viaje de Mitterrand. La CE y EE UU se muestran ahora favorables al empleo de medios militares, bajo la bandera de la ONU, para garantizar las ayudas a Sarajevo. Varios navíos de la VI Flota de EE UU están en el Adriático. Butros Gali, el secretario general de la ONU, reticente a tal procedimiento, ahora lo preconiza. Por tanto, los dirigentes serbios saben que, si lanzasen nuevos ataques, la intervención internacional tomaría otro carácter. Todo ello coloca al presidente serbio, Milosevic -mezcla de comunista duro y ultranacionalista-, en una encrucijada: si continúa su política de agresiones podría reanudarse la guerra en, Croacia y extenderse a otras regiones como Kosovo, lo que provocaría una respuesta internacional mucho más firme. Podría ser su suicidio político. La otra posibilidad es la de ordenar a las milicias serbias de Bosnia que no se opongan a la operación de la ONU. Poderosas razones deben incitar a Milosevic a tomar esta segunda vía. De un lado, las sanciones económicas dictadas por la ONU, cuyos efectos se hacen sentir. Además, ha aparecido un nuevo e importante factor: una oposición serbia a Milosevic con capacidad de movilización. Así se demostró en la manifestación de 100.000 personas en Belgrado, el 28 de junio, seguida de una huelga de los estudiantes. Esta oposición busca tres objetivos: forzar la dimisión de Milosevic, crear un Gobierno de salvación nacional y celebrar elecciones.
Si bien no sería realista creer que Milosevic va a dimitir a causa de unas manifestaciones, lo cierto es que éste ha perdido el prestigio de líder nacional que le permitía concentrar a más de un millón de personas en Belgrado aclamándole. La oposición, con el apoyo de la Iglesia ortodoxa y del hijo del último rey, encarna un nacionalismo serbio tradicional y disputa a Milosevic, precisamente, la bandera que le dio a éste mayor popularidad. Ahora es acusado no ya como continuador del comunismo, sino como traidor a Serbia y culpable de su aislamiento internacional. Esa oposición amplia -en la que sólo una minoría intelectual se inspira en ideas democráticas y pacifistas- refleja sobre todo la voluntad de buscar una salida que devuelva a Serbia un lugar honroso en el mundo.
En esta etapa de debilitamiento de Milosevic se ha producido un nuevo brote de agresividad de Croacia. La ONU ha tenido que advertir a Zagreb contra sus incursiones en zonas que deben estar controladas por dicha organización. Si los serbios son los principales culpables del actual desmembramiento de Bosnia-Herzegovina, también los croatas avanzan en zonas de dicha república, y no para ayudar a Sarajevo, sino para ocuparlas. De seguir las cosas así, los musulmanes, que son el 44% de la población de Bosnia-Herzegovina, se quedarían sin territorio. Incluso si se consolida la tregua en Sarajevo, es evidente que existen grandes dificultades para poner fin a la guerra. Con la disolución de Yugoslavia se ha abierto la caja de los truenos: la CE, como la ONU, deberá hacer ímprobos esfuerzos, y no sólo con palabras, sino con medios militares, para evitar nuevas catástrofes.
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