Plato típico en Tokio
La arenga de Kiichi Murayama fue una de las más celebradas en una reciente bacanal desarrollada en Tokio donde varios cientos de ilustres comensales acabaron, en vísperas de la reunión de Glasgow, con las raspas de una ballena en protesta por la disposición internacional que prohibe su captura.Teruaki Ueno, uno de los periodistas que asistió a la apoteosis ballenera, recuerda las palabras de Murayama poco antes de sorber con fruición y estruendo una sopa de fideos cocinada con la parte del mamífero que ofrece menor resistencia a los arpones de las cañoneras japonesas, islandesas o noruegas. "¡Comamos cualquier cosa que podamos saborear!".
Kazuo Shima, otro de los comensales con más kilos de ballena en su estómago, despotricó contra los planteamientos que presentan la caza de este animal como "una guerra cultural entre la civilización occidental y el barbarismo". El funcionarlo de la agencia de pesca nipona agregó: "Quienes se oponen a esta caza dicen que los que comemos ballena somos unos bárbaros". "Esto es una discriminación", afirmó. "¡No podemos perder esta batalla!". Políticos del partido liberal -en el poder-, del partido socialista -en la oposición- y destacados miembros del mundo del espectáculo y de la burocracia participaron en este festín, que glorificó las proteínas del cetáceo y sus potencialidades en la eliminación del hambre en el mundo.
Japón capturó en 1965, en aguas del Antártico, un total de 22.000 ballenas, cuya carne ha sido durante muchos años parte fundamental de la dieta nacional. En 1987, un año antes de que entrase, en vigor para Japón la prohibición de 1985, el número de capturas cayó hasta 2.700 ejemplares.
Hace menos de una década, las ballenas suministraban cerca del 27% de toda la carne puesta a la venta en este país, y en los años de posguerra, el Gobierno incluso racionó sus filetes para luchar contra la desnutrición, según recordaron varios invitados.
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