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Tribuna
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Una Documenta difusa

En medio de una fuerte crisis financiera, que amenaza su supervivencia material en el futuro, y en medio de una aún mayor crisis estética, que ya la hizo tambalearse en los ochenta tras su séptima edición, que se presentó como un brillante epílogo de una fecunda historia que se remonta a 1955, se ha inaugurado la IX Documenta de Kassel, el mayor acontecimiento expositivo, en lo que se refiere a la promoción crítica de las últimas vanguardias. Es verdad que ya el término vanguardia se ha vaciado del significado tradicional, y que ahora tan sólo cabe aludir a valores nuevos o nuevo modo de ver lo que hay en el panorama artístico internacional, todo ello según el criterio del comisario nombrado al efecto, que además dispone en este caso de una perspectiva temporal de cuatro o cinco años para hacer su trabajo de selección; pero, sea como sea, una vez más, les jeux sont faites.Y el juego esta vez ha estado dirigido por Jean Hoet, el vivaz y polémico director del Museum Van Hegendaagse Kunsts de Gante, auxiliado por un prestigioso equipo formado por su ayudante en su propio museo, el conservador Bart De Baere, el historiador de arte griego Denys Zacharopoulos y el crítico de arte italiano Pier Luigi Tazzi, los cuales han seleccionado un numerosísimo plantel de artistas, que suman casi 190, provenientes de 38 países diferentes y, entre ellos, el nuestro, que está representado por la catalana Susana Solano (Barcelona, 1946) -que repite comparecencia-, el madrileño Juan Muñoz (1952) y el santanderino Juan Uslé (1954).

Tras el fracaso de la anterior edición, la VIII, que tuvo lugar en el año 1987, bajo la dirección de M. Schneckenburger -pues el intento de éste de reavivar viejos ideales vanguardistas como si entre medias no hubiera pasado nada, sólo produjo una lamentable confusión-, era hasta cierto punto lógico esperar que la actual retomara el camino subjetivista emprendido por Fuchs en la de 1982, un camino que además concordaba mucho mejor con la personalidad de Hoet. En este sentido, la apelación que hace Hoet en la presentación al individualismo y a la dimensión corporal del arte, efectivamente inciden en aquella línea, aunque esta vez sin gozar del privilegio de la oportunidad, que sólo se presenta con fuerza la primera vez, ni tampoco con el sentido escenográfico, el ritmo y la potencia retórica que desplegó Fuchs, entonces tildado, con merecimiento y contradictoria intención, de haber convertido la Documenta en una ópera wagneriana.

La abundancia y el humor

Hoet, al fin y al cabo un flamenco, lo que ha hecho es una kermesse heroïque, que sustituye el espíritu de batalla por la abundancia y el humor, lo que puede resultar tan jovial y ameno como difuso. En cierta manera, ha sido víctima del paso del tiempo, que cada vez atosiga más la supervivencia del fenómeno de Documenta, y de la correspondiente necesidad de buscar un lugar propio donde cada vez resulta más difícil, lo que, traducido a términos concretos, ha supuesto, en primer lugar, un notable incremento de artistas poco conocidos o de notables figuras no tan habituales, con el consiguiente peligro de caer en algo así como primar lo secundario.Quizá se entienda mejor la situación planteada colocándonos justo a la entrada del Museo Fridericianum, el comienzo natural de la Documenta, donde el visitante se topa con una vídeo instalación del norteamericano Bruce Nauman (Fort Wayne, 1941), además de varios de los vanguardistas más interesantes de los años treinta, ciertamente el artista clave para la década de los noventa, pero cuya contundente potencia actúa con efecto arrasador para todo lo que a continuación se pone a su sombra, salvo algunas de las escasas excepciones, como la del también norteamericano James Lee Byars, cuya extraordinaria instalación blanca es el único. faro emplazado en el torreón del Fridericianum, donde Hoet y sus colaboradores han querido establecer la luz que la memoria histórica aporta al evento, incluyendo en ella ni más ni menos que a J. L. David, Gauguin, Ensor, Giacometti, Beuys y Newman.

Pero, aunque Lee Byars conmueve, esta torre está retóricamente aislada, como lo está el propio Nauman en el arranque real del recorrido, pleno de altibajos, si bien con bajos nunca demasiado ofensivos, ni altos auténticamente contundentes. En todo caso, entre esas contadas excepciones, situemos, en primer lugar, además de los ya citados, a Joseph Kosuth, Michelangelo Pistoletto, G. Hill y A. Kapoor, aunque más a los dos primeros que a los segundos, ya que éstos están, en parte, afectados de una teatralidad algo efectista, y, en segundo, a I. Kabakov, R. Horn, Marisa Merz, Kirkeby, E. Ruscha, L. Bourgeois, Charles Ray, Steinbach, Dan Graham, I. Genzken, E. Spalletti, L. Baugarten, L. Fabro, R. Deacon, A. Grauerholz, Fortuyn-O'Brien y, todo hay que decirlo, nuestra Susana Solano, cuyo columpio es una atrevida y muy lograda versión de un tema vanguardista repetido, pero, dotado de una magnífica nueva vitalidad, sobre todo en lo que se refiere al juego de sombras, así como por esa mezcla de violencia mecánica y sutileza muy característica suya.

Y ya que hablamos de los artistas españoles habrá que hacer una mención a Juan Uslé, que está en su línea de progresión última, aunque un tanto perdido física y contextualmente, y a Juan Muñoz, cuyas esculturas emplazadas junto a la Neue Gallerie se perderían por completo, si no fuera por unas horribles vallas que las circundan dispuestas para evitar su peligroso derrumbamiento. Hay, por lo demás, varios grandes artistas ratés, a veces por culpa de su equivocada ubicación como, por ejemplo, Mario Merz, Brice Marden o G. Richter, o simplemente por la debilidad de la obra presentada, como F. Bacon, R. Artschwager, R. Gobern, Buthe, Neuhaus, etcétera.

Hay también jóvenes, más o menos famosos, que decepcionan, a su vez, más o menos, como C. Nolan, M. Kelley, M. Delvoye... También hay ausencias que no se explican, como las de Vercruysse, Rainer, Nitsch..., pero creo que el problema no es ese de hacer recuento de los fallos, sino de la falla: una Documenta deslavazada en el momento del deslavazamiento de este tipo de acontecimientos. Con todo, sería un gravísimo error acusar a la Documenta de Hoet de falta de interés o de error en sí, como me temo que, injustamente, se haga. Atacarla así sería como equivocar el efecto con la causa, y la causa, desde mi punto de vista, trasciende a su comisario, que ha hecho un buen trabajo "dadas las circunstanclas"; la causa hay que buscarla en la crisis actual, una crisis mucho más estética que económica, aunque sólo guste hacer publicidad de la segunda.

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