El color de la piel
Tomar una cerveza en cualquiera de los bares del casco viejo de Pamplona-Iruña con la sana compañía de unos amigos puede convertirse en una experiencia peligrosa. Pero el riesgo no viene dado por la ausencia de protección policial, sino, paradójicamente, por la abusiva presencia de ésta. Así lo hemos podido comprobar algunas, decenas de pamploneses en nuestros propios lomos la noche del 29 de mayo.Desde los bares en los que una cuadrilla nos reunimos habitualmente podía oírse de vez en cuando la sorda detonación que producen las pelotas de goma al ser disparadas. También se veía pasar a algún que otro grupo de gente que, a la carrera, precedía a los relucientes cascos de varios policías. De repente, cinco policías entran en el bar en que nos encontramos mientras otros seis o siete aguardan en la calle fonnando un pasillo. Los que están dentro, transcurridos apenas tres segundos desde que dan la orden de que se desaloje el establecimiento, comienzan a empujar a los clientes, entre los que tranquilamente me hallo, y a golpeamos con.porras y culatas. Mientras vamos desalojando el local, los que están en la calle formando el pasillo siguen calentando a los que salen.
Por un momento vino a mi memoria la imagen del recientemente famoso caso del ciudadano norteamericano King, apaleado por cuatro policías. Quizá él, ingenuamente, olvidó por un momento el color de su piel y pensó que realmente estaba siendo castigado por cometer una infracción de tráfico. También yo, en mi ingenuidad, olvidé por un momento el color de mi piel y peñsé que mi delito era beber una cerveza con mis amigos.
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