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La ideología teocrática amenaza con dominar el mundo, dice el Nobel Soyinka

El escritor recibe hoy en Madrid una medalla que reconoce su teatro comprometido

Andrés Fernández Rubio

Mientras lamentamos la quiebra del comunismo, cuyo colapso fue consecuencia de su negación del espíritu humano, la ideología teocrática amenaza con tomar el relevo. Porque por encima de las ideologías prevalece un rasgo común entre los pueblos: el deseo de dominio. De ahí que la crítica cultural, y en concreto el teatro, deba volver la vista en el siglo XXI a los temas fundamentales del poder y la libertad. "No son nuevos, pero revivirán con nuevos matices", dijo ayer en Madrid Wole Soyinka (Nigeria, 1934), dramaturgo y novelista, premio Nobel de Literatura en 1986. Hoy recibirá la Medalla del Teatro que le han concedido la Real Escuela de Arte Dramático y la Fundación Banesto.

"No parece un premio Nobel parece un amigo. No tiene el empaque de los premios Nobel", dijo el crítico José Monleón para presentar a un Soyinka vestido con ropa informal y que mantiene un aire juvenil pese a que el pelo va siendo ya blanco.Soyinka participa estos días en unos debates sobre el teatro en el fin de siglo. Es el primer escritor africano de raza negra que obtiene el Nobel de Literatura y su obra, compuesta por una veintena de títulos para la escena y varias novelas, recoge los mitos y ritos del substrato cultural nigeriano.

Soyinka se mostró ayer crítico y autocrítico, y contó una anécdota de los primeros años de la revolución cubana, cuando en un festival de teatro progresista un miliciano intervino en una discusión intelectual. Este hombre dijo que después de siete horas de trabajo, más cuatro de guardia para prevenir la invasión "del Tío Sam", sin ver a su familia y a sus amigos, iba al leatro.Y allí no quería que le hablasen otra vez, inflexiblemente, de los valores de la revolución, sino que quería "percibir el mundo a través de una nueva luz".

"Nosotros, en nuestra discusión intelectual, teníamos un enfoque rígido", dijo Soyinka, "y creo que lo importante era ver lo que falta, esa gran laguna, evitando la congelación de la forma".

Lo que se encuentra al buscar elementos comunes entre los pueblos son teorías herméticas que tratan de privar al individuo de su espíritu, según la visión de Soyinka, muy desconfiada con el poder. Esa negación del espíritu colapsó el comunismo, y en África también el comunismo se ha traicionado por su impulso totalitario, destructor del humanismo.

Caído el comunismo, ya hay relevo. "La ideología religiosa intenta tomar ese papel, guardando siempre co mo factor común el deseo de dominar", dice Soyinka, para quien es urgente analizar hacia dónde lleva la libertad, si hacia una liberación verdadera, hacia el colapso o hacia sistemas tribales, por ejemplo. "Hay que buscar qué no funcionó en la degradación del socialismo, analizar dónde se produjo ese vacío".

En primera fila

En su opinión, el teatro debe estar en primera fila en ese análisis sobre el porqué del deseo de dominio y sus lamentables consecuencias. Los nuevos autores pueden hablar del poder y la libertad "a su luz". Y esa perspectiva incluye las relaciones humanas, el amor, el odio, y quizá, como novedad, "aspectos ecológicos".Dentro de los debates sobre teatro y fin de siglo hubo ayer, junto a la de Soyinka, intervenciones del escritor Vicente Molina Foix y del crítico y profesor alemán Ernst Schumacher. Otra de las ponencias abordó, desde el punto de vista francés, problemas a los que se enfrenta el teatro en varios países de Europa. La palabrafestivalización fue la utilizada por el dramaturgo y crítico Michel Simonot para referirse a un teatro "bajo garantía del Estado".

Simonot explicó que el Ministerio de Cultura francés publica anualmente un "gigantesco" catálogo de festivales. "Hay un tráfico de notoriedad financiada", dijo, "y el que financia recoge una plusvalía simbólica". Ese catálogo sólo puede llevar a la crisis, "ya que un festival es un candil que ilumina una llanura, pero si son 10.000 las llamas se pierde el efecto".

La festivalización del teatro conduce a que cada creación tenga como finalidad ella misma, sin buscar inscribirse en la historia del pensamiento o del teatro. Esa rentabilidad no económica sino simbólica del teatro afecta también negativamente a los jóvenes, condenados al éxito inmediato. La búsqueda del autor-milagro es alentada por la prensa. Ya no quedan espectáculos carismáticos, voces portadoras de la utopía, la última de las cuales perteneció a un polaco, Tadeusz Kantor.

Estas y otras interferencias llevan a Simonot a concluir que en este fin de siglo "el teatro se ahoga en el espejo del poder político o mediático".

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