Cuba, una Numancia en el Caribe
La autora compara la situación actual de Cuba con la de la Numancia destruida por los romanos, y señala que "el cerco ( ... ) secundado dócilmente por tantos países ( ... ) está en vías de reducir por el hambre y la necesidad a la población". En su opinión, es una ironía que tal acoso se efectúe precisamente en este año del quinto centenario del descubrimiento de América.
El historiador Polibio de Megalópolis fue uno de aquellos orgullosos y cultos griegos, vencidos definitivamente en el año 146 antes de Cristo por los incultos, pero poderosos romanos. Griegos que llegaron a Italia, reducidos a la condición jurídica de esclavos, para servir en las casas de Roma. Polibio tuvo suerte, ya que, gracias a sus amplios conocimientos culturales, entabló relación con los Medici de la época, los Escipiones. Andando el tiempo, el griego tuvo ocasión de viajar a Hispania, dentro del séquito de Publio Cornelio Escipión, para asistir al último acto de una tragedia bélica que era ya un escarnio para la dignidad del más fuerte imperio del momento. Lo que aquí vio le pareció digno de ser recordado.En efecto, desde hacía 10 largos años, las temidas legiones romanas habían sido incapaces de vencer a la pequeña ciudad celtibérica de Numancia. Habían fracasado ante sus muros, sucesivamente, los generales Q. Pompeyo (años 141 y 140), Popilio Lenas (138) y Hostilio Mancino (137). Había fracasado también el piadoso T. Graco, que, ante la crueldad y el afán de rapiña con que se trataba a los indígenas, tuvo una conversión, como dijeron Bloch y Carcopino, volviéndose un defensor, sobre todo desde su experiencia numantina en el año 137, de los débiles y oprimidos.
En octubre. del año 134 antes de Cristo llega a Hispania Publio Cornelio Escipión Emiliano, miembro de una laureadísima familia, destructor y salinizador de Cartago, sumando en su ejército 20.000 soldados. Hombre de moral materialista y desnaturalizada, dispuesto a cosechar el éxito que no pudieron alcanzar los citados, sus primeras medidas fueron, por una parte, atacar a los vacceos, impidiéndoles así que pudieran auxiliar a Numancia y, por otra, disponer un fuerte cerco en torno a la pequeña ciudad. Sólo la vecina Lutia, se atrevió a ayudar a Numancia.
Fueron los más jóvenes quienes reunieron valor para aprestarse a la lucha; mientras, los mismos ancianos de la ciudad avisaban al romano de la alianza. Sobre Lutia cayó de inmediato la represión de Roma: a 400 de sus jóvenes les fueron amputadas las manos.
Rendición sin condiciones
Otras tribus fueron disuadidas mediante la presión diplomática o la amenaza de no ser ayudadas en el futuro por Roma... Varios autores además de Polibio, como Apiano o Livio, describen con detalle la disciplina férrea impuesta por Escipión a sus ejércitos y el brutal asedio. Escipión quería una rendición sin condiciones, no paz ni acuerdos ni tributos.
Sin posibilidad de recibir ayuda alguna, neutralizados sus aliados, con siete campamentos, fosas y empalizadas a su alrededor, cortados los suministros, de agua potable, de madera, carnes o cereales, la lenta agonía de Numancia fue llevando a la desesperación a sus habitantes. Su resistencia, que unánimemente ha sido caliricada por el juicio de la historia como heroica, más relevante cuanto mayor era la desproporción entre ella y su adversario, tiene detalles espeluznantes y de todos conocidos. Pero Numancia no se rindió: murieron todos revueltos, hombres, mujeres y niños.
Famélicos, calcinados en confuso amasijo con ideales que, desde el materialismo de Publio Cornelio Escipión, era inútil tratar de comprender o de defender: un amasijo compuesto de otra lengua, otros dioses, otros modos de vivir y entender los medios de producción, la propiedad común de la tierra, la adorada independencia o la negativa a entregar sus campos y sus ciudades al depredador romano. Para virtudes y defectos preferían, en cualquier caso, sin dudarlo, los propios.
Sacrificio lamentable
Las ruinas materiales de Numancia, que cautivaron, entre otros, al arqueólogo alemán Schulten, pueden ser visitadas cerca de Garray, en Soria. Roma se impuso al final, pero nadie ha discutido nunca que lo logró por la fuerza y la brutalidad, no por la razón.
La memoria de Numancia no se consumió, ni mucho menos, con sus ruinas. Pero fue un sacrificio lamentable. ¿Quién defendería hoy que los numantinos no tenían el derecho de ser como querían ser? Libres de elegir su propio futuro, o de no tener ninguno.
Lo siento, pero el caso de Cuba tiene muchas similitudes históricas con el de Numancia. El mismo cerco que, llevado hoy desde la distancia y secundado dócilmente por tantos países, parece aún más cobarde, está en vías de reducir por el hambre y la necesidad a una numerosa población. No parece importar que mueran millones de personas de hambre, o de enfermedad, por la falta de medicinas; o que acaben matándose unos a otros para poder comer, siempre que se consiga doblegar a uno solo; siempre que se consiga que su poderoso vecino del norte pueda sacarse por fin la dolorosa espina de una prolongada derrota, más imaginaria que real.
Está visto que la historia no enseña casi nada a los hombres. Y si ello es más esperable en pueblos que tradicionalmente desconocen otra historia que la suya propia, que es la única que les interesa en realidad, es imperdonable que España, que fue tantas veces el escenario y el modelo de ese espíritu de resistencia e independencia, que obligó a Roma a guerrear en su suelo durante 200 años, antes de ser dominada, contemple impasible, día a día, cómo allá, tras las fosas y las empalizadas, se reduce por el hambre y la miseria a un país pequeño y debilitado, que cantaba y reía en nuestro mismo idioma y donde la gente lleva nuestros mismos apellidos. Y es, simplemente, una ironía de la historia que ello se consume, precisamente, en 1992...
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.