La ley del toro
César Rincón venía a arrasar. Estaba cantado que venía a arrasar, el público lo daba por cierto y ya se aprestaba a revivir aquellas emociones de la temporada anterior, cuando el diestro colombiano, mesías de la tauromaquia contemporánea, llegó, toreó como los cánones mandan y puso firmes a la torería andante. El propio torero aportaba lo mejor de sí mismo en este retorno arrasador, y se hacía presente en la arena con paso firme, y perseguía el triunfo con afán incontenible. El público a favor, el torero entregado, nada podía fallar... Pero salió el toro. Y el toro impuso su ley. Y nadie triunfó, ni nadie arrasó nada. César Rincón, mesías de la tauromaquia hace sólo unos meses, tuvo una tarde decorosa; eso es todo.El toro era de casta. He aquí la cuestión. Cuando sale el toro, si es de casta, él solito se encarga de poner firmes a cuanto coletudo no sea torero cabal. El toro de casta es lo que más preocupa a los toreros. No el toro grande, ni siquiera el poderoso, menos aún el manso: el toro de casta. Lo que les preocupa y lo que les inquieta es el toro que ataca o se defiende con fiereza, y aun noble, embiste codicioso, se recrece, no da cuartel. Ese es el toro que saltó a la arena, y hubo de corresponderle a César Rincón.
Ibán / Vázquez, Rincón, Caballero
Toros de Baltasar Ibán, muy desiguales de presencia y comportamiento: 1º y 4º con cuajo; 5º y 6º terciados pero con trapío; chicos 2º y 3º, este impresentable; en general flojos, varios mansos y todos con casta.Curro Vázquez: estocada corta baja -aviso- y dobla el toro (aplausos y también protestas cuando sale a los medios); pinchazo cerca del brazuelo y estocada corta descaradamente baja (pitos). César Rincón: pinchazo -aviso-, media muy tendida caída tirando la muleta y dos descabellos (silencio); pinchazo, estocada tirando la muleta -aviso- y dos descabellos (ovación y salida al tercio). Manuel Caballero: dos pinchazos y estocada corta baja (silencio); bajonazo descarado y descabello (palmas). Plaza de Las Ventas, 1 de junio. 24ª corrida de feria. Lleno de "no hay billetes".
El segundo toro de la corrida, un ejemplar terciado, flojo por añadidura, resultó tremendamente encastado y arrumbó al último tercio con ganas de pelea. César Rincón también tenía ganas de pelea. De nuevo -como ocurriera en aquella memorable corrida de la pasada feria de otoño- César Rincón y el toro de casta iban a entablar una pelea de poder a poder en el centro del redondel. La diferencia fue que, en esta ocasión, ganó el toro. Rincón citaba de frente, se traía al toro toreado, pero al rematar el pase cedía su terreno para dejarlo al arbitrio del toro. Mal asunto si un torero cede su terreno porque, entonces, no domina él, domina el toro. Probó con la izquierda y ni siquiera consiguió templar la embestida. Volvió a la derecha... Era mucha mucho el motor, mucha la casta del toro, que desbordó al torero pese a su incuestionable valor y a sus evidentes ansias de triunfo.
Sería importante saber si otras figuras de la tauromaquia contemporánea habrían tenido el pundonor de enfrentarse con el toro de casta con tanta honestidad como César Rincón en esa faena finalmente malograda. El quinto ya tenía distinto temperamento, Rincón lo vio claro de salida, se embraguetó en los lances a la verónica y renació en la plaza el ambiente de apoteosis que había dejado en suspenso el toro anterior. El quite que instrumentó Rincón fue extraordinario: unas inspiradas tijerillas de dulce trazo, con ceñido y torerísimo remate que puso al público en pie.
El toro noble, el torero dispuesto, el triunfo habría de producirse ahora de manera inexorable. Y, sin embargo, las esperanzas resultaron de nuevo fallidas: el torero tampoco ligaba los pases. Igual que sucedió en la faena anterior, ejecutaba bien las suertes y al rematarlas perdía terreno. Luego el toro se aplomó, Rincón le porfió por ambos pitones, marcó una trincherilla preciosa y mató de mala manera, tirando la muleta en el momento de embrocar el volapié. No merecían tan vulgar colofón las complacencias que los buenos aficionados habían puesto en este torero.
El toreo puro lo apuntó Curro Vázquez en su primer toro. El apunte consistió en una docena mal contada de redondos, algunos citando de frente, pues el toro estaba inválido y se quedaba corto en la embestida. Al cuarto, que tenía casta y sacó genio, se limitó a aliñarlo y lo liquidó de infamante bajonazo. Era de esperar pues Curro Vázquez ya no está para pelearse de poder a poder con los toros de casta. Tiene su arte, en Madrid tiene su cartel, y con eso va tirando.
Manuel Caballero no tiene ese cartel, en cambio, y su arte aún ha de demostrarlo, pero, para los efectos, parecía el más veterano de la terna. Como si ya estuviera de vuelta de todo y le sobraran los cortijos, toreó desanimado a un torillo impresentable, dejó constancia de su buen gusto torero en un quite por verónicas, luego en una tanda de derechazos al sexto, y poco más. Cierto que ese sexto toro acabó agotadísimo, mas aquellos polvos venían de anteriores Iodos; de los salvajes puyazos traseros que le pegaron en el transcurso de una caótica lidia en la que se inhibió el torero sobrado de cortijos. Finalmente, dejó para el recuerdo un insolente bajonazo. Se ve que el toro le quedaba ancho y la plaza estrecha. Es lo que suele ocurrir: en cuanto el toro impone su ley y hay una afición vigilante del toreo bien hecho, las figuras, los fenómenos y los mesías se vienen abajo.
Babelia
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