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Crítica:DANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La huida del ángel

Llegando a su final, la muestra madrileña alza el vuelo suspendida por unas enormes alas negras. Ramón Oller (Barcelona, 1962) porta las suyas con la facilidad de esos ángeles de capilla que siempre miran más arriba, pintados en plena levitación y apreturados en las pechinas. La nueva obra de este catalán inquieto y mordaz tiene un empaque poderoso, denso y teatralmente hablando, equilibrado. Parte de la responsabilidad está en Joan Castell, que aporta las justificaciones vocacionales capaces de despojar el producto de gratuidad. La pieza es triste, sin esperanzas y en el fondo es una reacción, no exenta de crueldad, contra las creencias de todo tipo: religiosas, morales, espirituales incluso. Esa mujer que envejece prodigiosamente a lo largo de una hora (la actriz Lola Leizarán una vez más cuaja su papel), es un espejo burlesco y prototipo de quien se embarca en la aventura de las ilusiones y la confianza en una vida mejor. Los textos de Mercé Rodoreda, tras un verbo que parece fácil y directo, esconden una amargura de cocina que se relaciona directamente con el baile personal de Oller, refinado, de amplio registro y sugerencias: ¿Es un cisne negro herido por el rayo; un cormorán que planea en su aciago destino, o acaso la estatua del ángel caído animada por la tormenta del deseo? Casi al final se sabe: es el serafin custudio que abandona sus deberes y se entrega a una danza capaz de flagelar y salvar. La liberación llega cuando alguien es capaz de tocar al ser alado dotándolo de virtual existencia.

Compañía Metros

Aquí no hay ningún ángel. Coreografía: Ramón Oller. Dirección teatral: Joan Castell. Música: Ettienne Schwarcz. Luces: Keith Yetton. Escenografía: Joan Jorba. Vestuario: Mercé Paloma.Madrid en Danza. Sala Olimpia. 22 al 24 de mayo.

Estilo en ebullición

Ramón Oller tiene un estilo propio en ebullición. No le tiene miedo al melodrama y entra a saco en él poniéndole sexo al querube y lágrimas a las bailarinas, esas frágiles soñadoras envueltas en los tules de una boda imaginaria o zarandeando en el aire una tarta nupcial dura e incomible como la felicidad. El ritmo del monólogo literario se impone demasiado sobre los tiempos naturales de la danza, y se añora esa brillantez de sus otras piezas; a pesar, mueve con soltura un cuerpo de baile de 12 elementos a los que se suman tres bailarines de folclore local de Sabadell recreando el antiquísimo Galop de panderetas. En este caso el coreógrafo no fuerza la maquinaria de lo técnico y lo virtuoso, siendo éstos quizá la sal y pimienta de su controvertida estética.

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