_
_
_
_

Sólo 30 personas asistieron al entierro de Marlene Dietrich

Un cortejo de bicicletas serpenteando entre el tráfico berlinés siguió al Cadillac negro que transportaba los restos de Marlene Dietrich hasta su última morada en el cementerio de Friedenau, en su barrio natal de Schöneberg, a pocos metros de donde reposa su madre. No fueron muchos los berlineses que, en una espléndida mañana de primavera, se dignaron sumarse al cortejo o acercarse a las puertas del cementerio. En el interior, una treintena de personas vestidas de luto participaban en una ceremonia de un innegable aire teatral. "El círculo se cierra, ella vuelve a Schöneberg, donde fue bautizada y confirmada", dijo el pastor protestante que dirigió la ceremonia. Además de su hija María Riva y su marido William, sus cuatro nietos y sus biznietos, tan sólo se encontraban junto a la sepultura los actores Maximilian Schell, Horst BuchoIz y Hildegard Knef, el alcalde de la ciudad, Everhard Diepgen, y algún otro político local. Schell leyó un verso de Ferdinand Freiligrath.

Una maleta en Berlín

En los alrededores del coqueto cementerio, varios centenares de personas intentaban captar algo de la ceremonia que se desarrollaba tras los muros. Una cercana tienda de antigüedades había colocado un televisor en la misma acera, en torno al cual, enseguida, se formó un nutrido grupo. Otros, escalera en mano, miraban por encima de la tapia. Frente a la puerta del camposanto, una gran pancarta de color rosa firmada por un colectivo de homosexuales y lesbianas daba su último adiós al Ángel azul. A sus pies, unos travestidos se sentaban sobre maletas escenificando la famosa canción en la que la Dietrich aseguraba que todavía tenía una maleta en Berlín. Tal vez la metáfora de la maleta explica por qué, en el último momento, decidió que quería ser enterrada junto a su madre en el cementerio del barrio donde nació. "Cuando me muera", dijo en cierta ocasión, "mi cuerpo debe quedar en Francia, mi corazón en Inglaterra, y para Alemania, nada". Pero, finalmente, después de la caída del muro que dividió su ciudad, cambió de opinión. Lo cierto, sin embargo, es que nada le ataba ya a su vieja ciudad natal, de la que salió a principios de la década de los treinta y a la que sólo había vuelto una vez, en 1960, para dar un recital.

En aquel momento, en plena guerra fría y cuando faltaba muy poco para que se construyera el muro, muchos no habían olvidado -ni olvidan todavía- su participación directa en la II Guerra Mundial dando recitales y apoyando a las tropas aliadas. En la sala enardeció al público, pero fuera de ella, ya en el mismo aeropuerto, el recibimiento fue más complejo; era la traidora que volvía de la mano de los vencedores extranjeros. Algunas pancartas rezaban, en inglés, "Marlene go home". El recital lo efectuó casi todo en alemán, y entre otras piezas cantó una inolvidable versión del Blowing in the wind de Bob Dylan.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_