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Carta de un roblista

Con tu permiso, Julio: soy un aficionado de Madrid que llegó desde Salamanca hace ya tres décadas. Y aquí sigo. Recreando en la memoria, temporada a temporada, tu toreo, el látigo de luz de tu temple y el reposo locuaz de tu grandeza.La última excelente faena que te he visto la hiciste en la plaza de Alicante, una tarde de mucho calor, en la que por los tendidos de sol abundaban los pantalones cortos, los gorros de paja y las botellas de agua. Fue a un toro de Jandilla, al que desde el primer muletazo enganchaste con sobria y rigurosa dulzura; recuerdo con especial delectación esa faena porque fui ese día a la plaza con mi madre, salmantina, por primera vez desde que soy aficionado según un criterio implacable: ese momento en el que, por lo menos un par de veces a la semana, cualquiera te dice que si no tienes otros temas de amena conversación. Fui con la Meli, mi bata, y sus olés agradecidos y cálidos, gorriones y por lo bajini, los tengo de coro y, asombro.

La tengo para mí, esa faena, en mi antología particular e intransferible, sí, pero los días que quiero recitarme un poemario roblista empiezo con ese quite por chicuelinas a un toro del Raboso, un burel cuya lidia correspondía a Ortega Cano, en Las Ventas, hace unos pocos sanisidros. Bueno, ahora que lo escribo y que en el magín se me adelanta tu capote intenso, generoso y reflexivo, par traerme toreado hasta sus versos, en este instante preciso, en su música lo canto.

Y me he puesto a pergeñar esta epístola, primero, porque te la debía, y después, porque, leyendo a Jorge Guillén, tu toreo se me tornó resplandeciente cuando acerté a leer: "El arroyo / se rinde su destino: lo más bello es muy poco. / Transparencia./ Por el arroyo claro va la hermosura eterna... ".

¡Olé! Qué tanda de naturales, Julio, del poeta de Valladolid. Luz purísima son sus versos, celebración sincera, honda y sin concesiones a la galería estetizante; rumor magistral sin solemnes aspaviento. Igual que tu toreo: una claridad meridiana que desnuda su canto, ensimismado y sobrio, a compás de ese trigo que mece el viento de tu infinita torería.

Para despedirme, permíteme en tu honor saludar al toro, a los toreros y a la vida que nos permite celebrar un año más la temporada, ir a la plaza y comulgar con un olé el milagro del toreo, ese que tú representas con sin par belleza. Gracias, Julio Robles. Gracias.

Miguel Ángel Cuadrado es aficionado.

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