Mínotauro en Madrid
Lo más raro de la muerte de Francis Bacon no ha sido la soledad de su cadáver embalado en un ataúd de zinc y despedido en ¡el aeropuerto como una mercancía, sino el hecho de que sucediera en Madrid, y que al morirse hayamos sabido, por culpa de ese supremo impudor de los muertos, que Bacon amaba Madrid y lo visitaba con frecuencia, en secreto, como un oscuro monarca habituado a la clandestinidad obligatoria de sus peregrinaciones y sus libertinajes. Hay muertes nómadas igual que hay vidas nómadas, y del mismo modo que algunos hombres habitan con absoluta certidumbre el mismo lugar donde ya saben que van a morir, hay otros que viajan para encontrarse con ella en ciudades desconocidas y extranjeras, o que creyendo huir de donde la temían, como el árabe del cuento que repite Borges, emprenden un largo viaje con el único fin de acudir a su cita Borges, que durante muchos años esperó a la muerte en Buenos Aires, tan vanamente como había esperado en Buenos Aires la dicha o el amor, tuvo que volver anciano y ciego a la Ginebra de su adolescencia para morirse. Federico García Lorca escapó en un tren nocturno de Madrid para salvarse en Granada del terror a la muerte, y sólo cuando ya era demasiado tarde comprendió que había huido en dirección a una trampa y que sus propios pasos y su voluntad le condujeron a ella. Borges y Lorca, al escapar, regresaban a lugares imposibles que no están en la geografía del mundo, sino en la del pasado, en los mentirosos recuerdos; pero el viaje y la muerte de Bacon, cuando los descubrimos por sorpresa en los titulares de un periódico, tuvieron enseguida una apariencia de solitaria expedición absolutamente despojada, pues casi nadie sabía que ese hombre con cara y ojos de búho, ese octogenario de cabellos peinados hacia atrás y cazadoras negras, era un visitante asiduo de Madrid, de las mañanas en el Prado y de la penumbra sucia de los bares nocturnos, y ahora nos preguntamos qué habríamos sentido al cruzárnoslo un día por la calle, al verlo cerca de nosotros, con sus fijas pupilas de ave rapaz y esa piel rosada y lisa que dicen que tenía, en una sala del museo, mirando con una atención inagotable y silenciosa, y tal vez impotente, desesperada y devota, un cuadro de Velázquez, una alucinación lóbrega y aterradora de Goya.Ahora camina uno por Madrid e imagina que las cosas que ve fueron miradas no hace mucho por Francis Bacon,. y le parece que algunos paisajes y rostros de la ciudad han sido modificados por esa presencia de la que no quedan huellas visibles. El viejo de apostura joven y canalla, el Minotauro de fornido testuz y ancha cazadora de cuero, el pintor furioso y beodo que dedicó su vida a retratar cuerpos desbaratados en habitaciones desnudas y en retretes alumbrados por bombillas frías, caras deshechas por la rabia o el miedo y manchadas por la corrupción: uno veía o prefería ver Madrid a través de los ojos asombrados y fieles de Antonio López García y ahora se da cuenta de que para verlo de verdad ha de mirarlo también con las pupilas de Francis Bacon, aunque no quiera, aunque prefiera no saber o intentar olvidarse que hay horas siniestras y lugares y rostros de Madrid, y de cualquier ciudad, que pertenecen al reino de Bacon y no al de López García. Los limpios amaneceres irreales de sus cuadros se pueblan después de medianoche de fantasmas turbios y sin rasgos que surgen delante de nosotros como emisarios y a la vez como víctimas de la amenaza y la desolación. Viajamos, como el extranjero Francis Bacon, del Madrid matinal de la pintura de Velázquez al Madrid insondable y siniestro de los solitarios sin remedio, de los -condenados sin absolución, de los pasillos de casas de huéspedes iluminados por bombillas desnudas y las caras que se retuercen como en los espejos del callejón del Gato. Preferiríamos subir despacio y con el alma en paz por la Gran Vía de Antonio López y a veces no nos queda más remedio que atravesar de madrugada una Gran Vía de Francis Bacon. A los pocos. días de su muerte encuentro al azar estas palabras en el Diario de Witold Gombrowicz: "Os aterroriza y sorprende ese horror porque vuestra imaginación se ha dormido y olvidáis que continuamente bordeamos el infierno".
Pero me gusta pensar que Francis Bacon, proveedor de infiernos y monstruos, sin duda conoció también paraísos breves y valiosos, en la pintura, en el alcohol y en el deseo, y que por eso llegó vivo a la hora y al lugar de su muerte en vez de quedarse muerto en vida, como tantos hombres que abdican de ella mucho antes de perderla: tal vez vino a Madrid para morir porque Madrid al mismo tiempo le confirmaba la verdad de su pintura y le absolvía de ella. una sorprende ese iluminación se ha continuamente Francis quería vernos y mostrar también para la pintura, en y que por eso al lugar de su irse muerto en timbres que añore perderla: tal morir porque o le confirmara y le absolvía.
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