El eterno escapado
Casi todos los músicos de jazz aspiran a ser irrepetibles, aunque no pueden evitar distribuirse, como todo el mundo, de acuerdo con la curva normal. También los excepcionales. Incluso Ornette Coleman, que se sitúa en un punto extremo, alejado de cualquier colectivo numeroso y de cualquier corriente principal; le encantaría evitar una prosaica clasificación y escapar de toda norma. Agobiado por el pelotón, marcharía siempre escapado.Tanto si se expresa a través'de su cuarteto acústico como de Prime Time, su banda eléctrica, Coleman busca la belleza virgen, quizá algo ingenua, pero creada desde una posición madura, refinada y serena. Su música alcanza la gloria valiéndose a menudo de sonidos que parecen venir del infierno; al compás de sus composiciones desfilan angelotes envueltos en llamas al mismo paso que demonios rodeados de nubes; las montañas de sonidos que construyen los miembros de su grupo parecen apuntar hacia abajo, como si en vez de buscar la luz y el aire persiguieran ecos de ultratumba y sombras. Su universo es contradictorio y en eso radica su mayor atractivo.
Ornette Coleman Prime Time
Ornette Coleman (saxo alto, trompeta y violín) y su conjunto. Madrid. Colegio Mayor Utuversitarlo San Juan Evangelista. 2 de mayo.
La música de Coleman produce inquietud a partir de propuestas aparentemente inocentes. Sus melodías podrían ser tarareadas por chiquillos, si no fuera porque están sabiamente descoyuntadas, desprovistas de referencias tonales nítidas, y listas para ensancharse con la creación espontánea. Coleman sigue tocando un saxo alto blanco que ya no es de plástico, como cuando era símbolo de rebeldía en los años 60, sino una reconstrucción histórica que ahora toma aspecto de objeto de diseño. También abraza con maneras de principiante un violín negro, éste sí de plástico, que utiliza como alternativa a su instrumento principal. El antagonismo de colores, sin embargo, no permite el juego de contrastes: con los dos tensa el arco y dispara expresión pura, sincera y valiente, desamparada de cualquier técnica ortodoxa.
Ahora más que nunca parece un error enorme llamar a Coleman patriarca del jazz libre. En su presentación en Madrid sigue siendo todo rigor y sus músicos aparecen contenidos, disciplinados y siempre al servicio del sonido del conjunto. Sobre un repertorio uniforme, el más brillante fue Badal Roy, exquisito percusionista. También rindieron a plena satisfacción el teclista Dave Bryant, magnífico en dos introducciones; los guitarristas Chris Rosenberg y Ken Wessel, distintos pero compatibles; el bajista Al McDowell, sorprendentemente sobrio, y Denardo Coleman, buen conocedor de la estética colemaniana, pues no en vano debutó a la batería con su padre cuando tenía diez años.
A largo de las dos sesiones que ofreció, Coleman no sonrió, ni articuló un gesto de reconocimiento a los aplausos. Sólo saludó al final, algo retraído, como si pidiera disculpas por ser uno de los músicos fundamentales de este siglo.
Babelia
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