Dos mujeres neozelandesas
Uno de los principales atractivos de Un ángel en mi casa es ser fruto del trabajo de dos neozelandesas, dos miembros destacados de su cultura, y tener unas marcadas características propias que la hacen difícilmente confundible con obras de otras nacionalidades. La fuerte personalidad de sus artífices subraya el carácter autóctono de la obra resultante.Nacida en Dunedin (Nueva Zelanda), en 1924, Janet Frame es una de las más destacadas representantes de la literatura de su país. Autora de cuentos, poesías y novelas, entre su producción destaca su autobiografía, integrada por tres volúmenes, La tierra del es, Un ángel en mi mesa y El mensajero de la ciudad espejo, originalmente publicados en 1982, 1984 y 1985.
Un ángel en mi mesa
Dirección: Jane Campion. Guión: Laura Jones. Fotografía: Stuart Dryburgh. Intérpretes: Kerry Fox, Alexia Keogh, Karen Fergusson. Nueva Zelanda, 1990. Cine Ideal (V. O.).
Recientemente traducida al castellano en un solo tomo, bajo. el título genérico Un ángel en mi mesa, la autobiografía está impregnada de una visión muy personal de la vida y un peculiar amor por la literatura, lo que hace que el conjunto sea especialmente interesante y encantador.
En el primer volumen narra su infancia como parte de la familia numerosa de un modesto empleado de ferrocarril; en el segundo cuenta su adolescencia y cómo su timidez la lleva a un hospital psiquiátrico donde durante años la tratan como si estuviese esquizofrénica; y en el tercero relata su estancia en Londres, Ibiza y Andorra y el descubrimiento de que nunca ha estado enferma.
Una desconocida
Tras rodar durante la primera mitad de los años ochenta media docena de interesantes cortometrajes, la neozelandesa Jane Campion empieza a trabajar en televisión y se da a conocer mundialmente con el largometraje Sweetie (1989). Su éxito en casi todo el mundo, le lleva a plantearse una ambiciosa producción.Como es lógico, Jane Campion ha crecido leyendo a Janet Frame y aprovecha la ocasión para adaptar su apasionada autobiografía. El primer problema es conseguir reducir las amplias proporciones del original a una duración estándar, pero la guionista Laura Jones lo resuelve con habilidad, obteniendo una buena y personal síntesis de la obra.
Planteada como un tríptico, con tres partes de una hora de duración correspondientes a los tres volúmenes del libro, los puristas pueden acusarla de ser una serie de televisión más que una película propiamente dicha. Aunque esto no le ha impedido presentarse a concurso a la Mostra de Venecia, ganar el premio especial del jurado y ser exhibida por los cines de medio mundo.
Dentro de la lograda sensibilidad del conjunto, destaca la parte inicial, La tierra del es, tanto por reflejar con especial emoción los dramas que llenaron la infancia de Janet Frame, como por la peculiar gracia de su intérprete, la gordita pelirroja Alexia Keogh. Tiene un subrayado tono neozelandés, tanto por sus personajes como el entorno en que viven, que les da un atractivo propio.
El mayor mérito de la parte central de Un ángel en mi mesa consiste en haber sabido huir do los tópicos sobre manicomios, clínicas de reposo, etcétera, pero no puede evitar perder la originalidad de la anterior y resultar conocido lo que muestra. En cualquier caso, se trata de un conseguido paso obligado para el desarrollo y comprensión de la personalidad de Janet Frame.
La tercera y última parte, El mensajero de la ciudad espejo, es la que mayores dificultades de adaptación mostraba, tanto por la dispersión de la anécdota, como por los variados lugares en que ocurre. No se ha salvado por completo el escollo; para el público nacional resultará especialmente chocante que Cadaqués aparezca como si fuese Ibiza, pero no desmerece frente a los otros dos.
Llegada hasta nosotros con dos años de retraso, Un ángel en mi mesa muestra a Jane Campion como una interesante realizadora, que ha sabido plasmar en atractivas imágenes el personal mundo de su compatriota Janet Frame.
Babelia
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