La aventura de pintar
La película está terminada y dispuesta para viajar a Cannes. Para Antonio López García, 56 años, el pintor figurativo español más importante de las últimas décadas, la aventura ha terminado. Y aunque el rodaje ha sido todo lo duro que cabe imaginar para alguien acostumbrado a trabajar a solas con su lienzo y que ha visto violentada su intimidad día tras día por un equipo inmóvil de una decena de personas, el artista está contento. "No es un documental ni tampoco una película convencional. Es una película de Víctor Erice, y con esto creo que resumo el resultado porque él, junto a Pedro Almodóvar, son los dos cineastas españoles más auténticos".La aventura cinematográfica entre Erice y López García empezó a tomar cuerpo hace, unos dos años, cuando el proyecto era un cortometraje para televisión que después se ha convertido en en una obra de 137 minutos. El cineasta y el pintor conocían sus respectivos trabajos pero se desconocían personalmente. "Un día quedamos", recuerda López, "y después de hablar y hablar le conté dos o tres sueños qué tenían para mí mucho significado -uno es el que relato en la película- y que tienen más presencia en mis recuerdos que si hubieran sido acontecimientos auténticos de mi vida. Erice pasé el verano tomando apuntes con su vídeo pero no sabia qué podíamos hacer con todo oso. Un día le telefoneé y le dije que empezaba a pintar un membrillero, Vino y empezó una aventura en la que ninguno de los dos sabíamos lo que podía suceder".
¿Qué se cuenta de la pintura de Antonio López en la película?. "Las imágenes narran cómo vivo yo la realización de una pintura concreta. Quiero pintar un membrillo que crece en el patio de mi casa y no lo consigo. Sólo dispongo de una hora diaria y antes de empezar sé que voy a tener que resolver muchas dificultades, que es una aventura imposible, pero me lanzo a ella. Porque yo, más que con el final, disfruto con el viaje. Por eso no siento angustia cuando llego al punto en el que abandono y dejo el óleo inacabado en la bodega. Lo importante para ¡ni es estar junto a algo tan primario y perfecto como el membrillero. Lo que me apasiona es estar ante la naturaleza. Eso es algo tan reconfortante y benéfico que me compensa de lo que pase al final. Cuando yo me pongo a trabajar no me planteo terminar. Sé que siempre saldrá algo, aunque sólo sean unas rayas sobre los membrillos. Cuando abandono una obra inacabada la traslado a mi mundo de recuerdos y la pieza física queda aparcada en la bodega, junto a otras también inacabadas". ¿No siente la tentación de destruirlas, como hacen otros artistas con sus trabajos frustrados? "Seguro que las acabo destruyendo, pero como por ahora tengo sitio, las dejo descansando en la bodega".
La aventura pictórica de López se proyecta salpicada de la presencia de las personas fundamentales en la vida personal del pintor: su mujer, María Moreno; las dos hijas de ambos; el pintor Enrique Gran; unos obreros polacos; una pareja de chinos; el perro Emilio... "Mi entorno está tratado con autenticidad. Quienes aparecen son gente importante para mí y se recoge el trato que mantengo con ellos mientras trabajo. Las cámaras entran en mi casa. Erice quiso que así fuera y me pareció perfecto. La película está hecha sin guión y, por supuesto, ninguna de las conversaciones que yo mantengo con mi familia o mis amigos estaba escrita. Eso sí, claro, repetíamos escenas y nunca una era igual a otra. A veces, Erice me decía: ¿Qué se puede provocar?", y yo le contestaba, por ejemplo, que en una ocasión me había venido a ver una pareja de chinos, ella profesora de arte. Les llamamos y se repitió la visita. Eso es lo único que se preparó. Yo tuve mucho interés en que se recogiera mi mundo exterior con una escena en la que Lucio Muñoz y Julio López vienen con sus mujeres para buscarnos e ir juntos a una inauguración en el Reina Sofía. Es breve, pero importante. Todo tenía que ser muy natural, como es exactamente en la vida real, aunque esa naturalidad a mí a veces me agotaba porque estaba permanentemente acompañado por un ejército de 20 personas armado con toda clase de cámaras y, fueras a la cocina, al baño o al garaje, allí te los encontrabas".
La película va más allá del mundo artístico y afectivo del pintor: "Erice me preguntó si había algo en relación con mi vida que quisiera contar. Le hablé de esos sueños. Pensé que podían ser interesantes bien resueltos. Hay media docena de sueños que los tengo como vividos, que rebasan la banalidad y tienen tal fuerza que superan las cosas vividas. Las imágenes son más claras y nítidas que las de los recuerdos de experiencias reales. Tienen una veracidad tan absoluta que son el resumen en clave de algo prodigioso. Esa parte onírica es muy importante en el filme".
La colaboración entre las fuertes personalidades que tienen el cineasta y el pintor ha sindo muy intensa. La meticulosidad extrema de ambos marcó el ritmo de un trabajo sujeto inevitablemente a la aventura individual del pintor. Pero en el resultado de la película, que ha conseguido que el cine español vuelva a competir en Cannes, está la prueba del entendimiento artístico de Antonio López y Víctor Erice.
Babelia
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