Lidiar un gato
Gato por liebre es lo que están dando en esta feria. Once corridas se llevan celebradas y gatos han salido muchos, pero toros, ni uno. Se dice pronto: entre 66 toros muertos a estoque, ninguno ha sido capaz de soportar aquellas tres varas que decían los antiguos reglamentos. Las dos varas mínimas que admite el reglamento novísimo, se han convertido en la norma; aunque tampoco siempre, pues lo habitual es un picotazo y con eso queda servido el toro-gato, y entonces va el presidente y cambia el tercio. Los presidentes de la Maestranza siguen fielmente el espíritu de la ley: como el tercio de varas se ha reglamentado para que no se note que el toro no vale un duro, lo reducen a la mínima expresión. Los dos primeros toros-gatos de ayer, las varas no podían ni mirarlas. Verlas, y se caían redondos. José Antonio Campuzano no logró dar ni un solo pase por la sencilla razón de que el toro-gato ni se movía. Paco Ojeda dio cuatro, en los cuatro se cayó el gato y luego se tumbó un par de veces a lamerse. Los restantes tercios de varas se apresuró el presidente a cambiarlos con un puyacito, no fuera a ocurrir lo mismo. El quinto tomó una vara en regla y otro sin regla, y ese acontecimiento se celebró como si hubiera resucitado el legendario Jaquetón, honra y prez de la ganadería andante.
Guardiola / Campuzano, Ojeda, Camino
Toros de Salvador Guardiola, justitos de presencia; varios sospechosos de pitones; inválidos en general, sobre todo los dos primeros, que lo estaban absolutamente y no se pudieron lidiar; 5º encastado y noble.José Antonio Campuzano: estocada corta caída (silencio); estocada traserísima (ovación y salida al tercio). Paco Ojeda: pinchacito trasero y descabello (silencio); estocada traserísima (oreja). Rafael Camino: dos pinchazos, estocada trasera caída y cuatro descabellos (silencio); pinchazo y estocada (silencio) . Plaza de la Maestranza, 29 de abril. 11ª corrida de feria. Cerca del lleno.
La técnica lidiadora, obviamente, no podía ser la que inventaron los padres de la tauromaquia y estuvo vigente hasta hace un par de días. La técnica lidiadora había de circunscribirse a las características del gato a lidiar, y para que tuviera la adecuada racionalidad, debía consistir en en echarle cordilla. Lo que pasó fue que los picadores no iban provistos. Con aquellos corpachones hercúleos, aquellos abdómenes prominentes, aquellos gestos malencarados, y la bota-hierro, y el pedazo estribo, y la puya agresora de no se sabe cuantas aristas, y el terrible castoreño, además encaramados en rebuznante percherón forrado de maloliente guata, los picadores infundían espanto. Y cuando el gato los veía venir, imponentes y amenazadores, hacía miau, marramamiau. No salían corriendo, porque tenían fláccida la patita, pero los que la tenían menos -por ejemplo, el sexto- se querían escapar por la gatera.
Continúa la discusión de si a los toros se les deben dar habas por la mañana y paja mezclada con soja por la tarde, o al revés. La afición está dividida en esta cuestión capital, y cuando se caían los toro-gatos, porfiaba en el tendido, cada cual defendiendo sus argumentaciones para explicar la anomalía. Es una afición que, a lo mejor, no ha visto nunca ni criar un pollo, pero en cuestiones de dietética bovina, está versadísima. Ahora, sin embargo, le ha entrado la duda de lo que se le debe dar al toro-gato por la tarde a las seis, pues si sale a la plaza desfallecido, está claro que necesita merienda.
Mucho trote le dan al gato, de todas formas: primero picadores, después derechazos. Lógicamente, no aguantan tanto. Algunos sí, y ese fue el quinto, animal prehistórico que tuvo la gallardía de soportar una vara y un picotazo. Paco Ojeda le instrumentó ayudados con total dominio de la situación; tanda de redondos medianamente ligados; media docena más sin ligazón alguna; mucho pico, marchosería toda, pierna contraria atrás, y si la ponía delante -que la puso- el pase resultaba interrupto. Una serie de naturales le salió destemplada y, finalmente, metió el acero matachín por el espinazo del toro prehistórico, lo cual le valió ovación, oreja, paseo triunfal por el ruedo, palmas de son, vítores, júbilo. Sólo faltó que voltearan las campanas de la Giralda.
La única faena que pudo hacer Campuzano fue reposada y también de escasa ligazón. Las de Rafael Camino, rápidas, desordenadas y desvaídas: ponía buena voluntad, pero cuando el gato le hacía fu, perdía la compostura. Esto último ocurrió en el toro-gato que hacía el número 66 de la feria. Y la gatomaquia, sigue...
Babelia
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