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El enigma Gaddafi

Tahar Ben Jelloun

El coronel Gaddafi, quien siendo joven soñaba, al parecer, con ser actor de cine, tiene ahora buenas posibilidades de quedarse con el papel principal en una coproducción franco-británico-norteamericana. Probablemente será uno de esos filmes de horror con muchos efectos especiales que tanto fascinan al público. La puesta en escena está asegurada por un antiguo director de la CIA, actual presidente de Estados Unidos y candidato a su propia sucesión, necesitado en estos momentos de demostrar, una vez más, la eficacia del poderío norteamericano. No debe olvidarse que la victoria sobre Irak fue demasiado fácil y demasiado sospechosa a los ojos de muchos observadores. Hay que señalar que para este filme ya se han localizado todos los escenarios y que simplemente se espera el momento oportuno para dar la primera vuelta a la manivela, la primera orden de bombardeo; Gaddafi tiene miedo y tiene motivos para tenerlo. Culpable o inocente, sabe que de una u otra manera se le va a hacer pagar. Él quiere movilizar al islam contra el Occidente cristiano, y pide a los musulmanes que se unan y afilen sus espadas; está persuadido de que, "tras haber acabado con el comunismo, las fuerzas cristianas occidentales, los cruzados, se encaminan hacia la confrontación con el islam". Sabe que este Occidente ha incluido a otros dos Estados, cuyos nombres han sido varias veces citados, en la encuesta acerca de los dos atentados. Se trata de Siria y de Irán. Sin embargo, ha sido Libia la designada para pagar. Todo se parece a un arreglo de cuentas. Gaddafl se ve empujado de nuevo a ocupar un primer plano. Pero todo ello no empaña la leyenda de este hombre enigmático. Tratemos de entender de qué está hecho este enigma:Cuando en 1952 unos oriciales egipcios sin destino, entre ellos Nasser, derrocaron al rey Fartik e instauraron la República de Egipto, lejos estaban de imaginar que un día iban a tener un discípulo tan testarudo que asumiera su mismo mensaje. Gaddafl tiene un solo y único modelo: Nasser. Para él, este hombre providencial llegó para salvar a la nación árabe uniéndola y devolviéndole orgullo y dignidad; hizo del nacionalismo el banderín de enganche de todas las liberaciones, y entre ellas, la primera, la palestina. Para el coronel libio, Nasser fue el De Gaulle árabe, el que acabó con los tiempos de la colonización y de la desposesión. Mostró el camino a los argelinos, a los marroquíes, a los tunecinos y también a sus vecinos iraquíes, que, seis años más tarde, en 1958, derrocaron con sangre la monarquía de Irak.

El 1 de septiembre de 1969 Gaddafi pudo al fin realizar su sueño: con un grupo de oficiales tomó el poder siguiendo el modelo egipcio. Derrocó al rey Idriss Sanusi. Joven, había nacido en 1942, en el seno de una familia de beduinos de la tribu doc Gaddafa), totalmente desconocido, soprendente desde sus primeras decisiones (toma bajo su control el 5 1 % de las reservas de los bancos extranjeros), Gaddafi no cesa de intrigar a la opinión mundial, de provocar a las grandes potencias, de obligar a sus vecinos árabes a firmar con él tratados de unión, de alterar los métodos de la diplomacia universal, de meterse en asuntos ajenos financiando movimientos de liberación de todos los colores, en fin, de ser un enigma con muchas caras. Este hombre perturbador no sólo ha planteado problemas a los occidentales. También a sus hermanos árabes, especialmente a los tunecinos y a los egipcios, los ha embarcado en problemas realmente serios. En 1985, como consecuencia de unas diferencias políticas con los regímenes de Túnez y de El Cairo, Gaddafi, vengativo, expulsa de Libia a 60.000 trabajadores inmigrados egipcios y tunecinos.

Si los occidentales no entienden nada de la lógica gaddafiana, hay que decir, para tranquilizarles, que los árabes están igualmente desorientados y perplejos frente a los hechos y los gestos del coronel. Incontables son los tratados de unión entre Libia y los Estados árabes: unos meses después de su toma del poder, consigue hacer firmar, el 26 de diciembre de 1969, la Carta de Trípoli que unía a Egipto, Sudán y Libia (proyecto que nació muerto). El 2 de agosto de 1972 anuncia el proyecto de fusión con Egipto. Este proyecto no llegará a ver la luz del día 12 de enero de 1974: fusión entre Túnez y Libia (esa misma tarde sería denunciado el acuerdo por Burguiba). El 13 de agosto de 1984 se firma en Oujda del Tratado de Unión árabe-africano con Marruecos (tratado que se deshace dos años más tarde, el 28 de agosto de 1986). Los africanos ya no saben cuál es el modo de empleo de la política libia. Las aventuras magrebíes y africanas de Gaddafi van en todas las direcciones, aunque todas siguen una vaga lógica que podría llamarse progresista. Puede equivocarse y hasta contradecirse. Eso no le preocupa lo más mínimo. Tiene convicciones que parten casi siempre de un cierto ideal de justicia. Lo fastidioso es que carece de rigor en sus tomas de posición. Su virtud es su fe en la unidad del mundo árabe. Y esto lo ha heredado de Nasser. Pero al mismo tiempo decide apoyar movimientos de liberación cuyo objetivo es el de crear un nuevo Estado: Libia ha sostenido durante mucho tiempo al movimiento saharaui, el Polisario, que se opone a la integridad territorial marroquí y quiere crear un Estado en el antiguo Sáhara español.

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De hecho, su apoyo se explica más por su oposición a la monarquía marroquí que por una convicción acerca de la licitud de la posición saharaui. De igual manera que en 1971 Gaddafi apoyó a los autores del golpe de Estado de Skirat contra el rey Hassan II, así prosigue en su actitud de oposición a Marruecos apoyando al Polisario. Más adelante, en 1984, negociará estos apoyos con el fin de obtener el tratado de Unión.

En 1977 mantiene una corta guerra fronteriza con Egipto. En 1979 interviene en Uganda; en 1983 interviene en Chad apoyando a Gukuni Weddeye. También apoya a otros movimientos de liberación, como el IRA. Con relación a los palestinos, el apoyo a su causa conoce altos y bajos; nunca acaba de saberse qué fracción goza de sus favores y cuál no. Durante mucho tiempo dio hospitalidad a Abu Nidal, condenado a muerte por la OLP. Recientemente, acaba de prestar auxilio a Arafat cuando su avión se estrellaba en el desierto libio.

Indudablemente, Gaddafi es un personaje que no encaja en ningún marco preestablecido, en ninguna lógica corriente, en ningún modo de la diplomacia y de la política mundial. Se le ve motivado por un anhelo de justicia y de moral. Defiende por todos los medios la identidad árabe. Es un militante que comete excesos, y cuando se equivoca, cuando comete un error, le cuesta mucho reconocerlo y entrar en el realismo político. No soporta a quien se opone a él o a sus tesis. En abril de 1980 dio la señal de salida para una campaña de eliminación de sus oponentes en el exilio y tuvo algunos contratiempos con la señora Thatcher.

Libia se encuentra hoy en una situación dificil. Todo recuerda las semanas de tensión que precedieron al 17 abril de 1986, fecha en la que la aviación norteamericana bombardeó Trípoli y Bengasi. Sólo que en el caso actual con quien tiene que vérselas es con las presiones internacionales, con el Consejo de Seguridad de la ONU y, por supuesto, con los tres países directamente afectados por el asunto de los aviones derribados por explosión (avión de la Pan Am en Lockerbie, en Escocia, 270 muertos; avión de UTA, en Nigeria, 170 muertos), Estados Unidos, el Reino Unido y Francia. Se niega igualmente a extraditar a sus propios ciudadanos. Ningún Estado lo ha hecho antes. Se cita, por ejemplo, el caso de Ahmed Dlimi, oficial de la policía marroquí que en el caso Ben Barka (secuestro en octubre de 1965 en París del líder de la oposición marroquí, Melidi Ben Barka) había sido citado y de quien se sospechaba; se entregó voluntariamente a la justicia francesa y fue absuelto. La sospecha que

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Taham Ben Jelloum es escritor marroquí, residente en Francia. Obtuvo el Premio Goncourt. Traducción: J. M. Revuelta.

El enigma Gaddafi

Viene de la página anteriorpesa sobre Libia viene de lejos. Se inscribe en los antecedentes de la política libia en materia de apoyo al terrorismo. Gaddafi resiste porque sabe perfectamente que a través de sus dos agentes -culpables o inocentes, poco importa- es a él a quien se busca, es su proceso el que se prepara. Sus temores tienen fundamento: en 1986, los bombardeos norteamericanos erraron el tiro; hoy, Occidente, alentado tras el ejemplo iraquí, tratará de eliminarlo políticamente. Como ha dicho el consejero jurídico del Departamento de Estado norteamericano, el señor Edwin Williamson: "El objetivo de EE UU es el de cortar cualquier lazo entre Libia y el terrorismo". Haga lo que haga, Libia va a quedar bajo sospecha; tanto si entrega a sus agentes a la Liga Árabe o a un país europeo que considera neutral, como Italia, sabe que esto será el inicio de un engranaje al que no se le ve salida; si mantiene su posición de firmeza y de rechazo sufrirá, como Irak, unas muy duras sanciones que podrían desembocar en la desestabilización y en agravadas dificultades.

Los pueblos árabes son conscientes de que de nuevo van a ser víctimas de una injusticia. Se siguen preguntando por qué no se ejercen estas presiones contra el Estado de Israel, condenado múltiples veces por el Consejo de Seguridad y al que se sigue, sin embargo, mimando sin que nadie le reclame nada. Esta misma cuestión ya fue planteada durante y después de la guerra del Golfo. De Gaddafi van a hacer tal vez un líder, un símbolo. Libia se halla hoy en el banquillo de los acusados. Su jefe está acusado. Después de todo, si nada tiene que reprocharse, ¿por qué no responder a las demandas de la justicia? Pero la justicia, incluso a nivel de Estados no siempre es independiente. Éste es el fondo de los temores de Libia. Al dirigirse a la Corte Internacional de Justicia de La Haya ha querido significar su desconfianza y sus inquietudes. Y además, ¿qué Estado iba a reconocer públicamente su participación en el terrorismo? Ninguno. Una cosa es segura: sombríos van a ser los días que se le avecinan a Libia. Por cuanto a Gaddafi, se refiere, va a dejar de ser un enigma. Occidente hará de él o un héroe o un mártir.

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