Dos grandes de la lírica

La temporada de ópera del Teatro Lírico Nacional presentó en el Teatro de la Zarzuela un programa de excepción: lieder, melodías y canciones tonadilleras, a solo y a dúo, en interpretaciones de Victoria de los Ángeles y Nicola¡ Gedda, espléndidamente asistidos por el pianista Geoffrey Parsons. Había despertado gran expectación la unión de dos artistas de alta categoría y de espíritu tan próximo, como lo demuestran algunas grabaciones legadas a la historia: Werther o Fausto, por ejemplo.En general, me parece que Victoria conserva mayor frescura de medios, aun cuando Gedda demostró cómo puede atacar y prolongar magníficos agudos, como lo hizo en La hora alegre de Musorgsky.

Fue en este autor, y a través de siete ejemplos de singular originalidad y belleza, donde Gedda nos dio lo mejor de cuanto tuvo y tiene, del mismo modo que Victoria nos reservó para su grupo de música tonadillera la posibilidad de volver a escucharla tal y como fue: una aristócrata de la música, capaz de lo que muy pocas han conseguido y que es el máximo refinamiento de lo español, bien se trate de seguidillas como las de Ventura Galván, bien de un clasicismo hispano como el de Alma, sintamos, de Pablo Esteve, de un italianismo asimilado cual es el caso de Confiado jilguerillo, de La Serna, o de cierto aire galante del que es ejemplo magnífico La seguidilla dolorosa, de Luis Misón.

Fue prodigiosa la versión de El tripli, sobre la célebre tirana. Pero resulta superfluo todo comentario pormenorizado cuando lo que mandó y triunfó fue el arte lírico total, cuyo casticismo está todavía lejos de cualquier plebeyización. Son los ecos vivos de la España goyesca antes de que el pintor aragonés tuviera que plasmar la violencia de la España guerrera y tremenda.

Defensa individual

Tanto Nicolai Gedda como Victoria de los Ángeles recibieron larguísimas ovaciones -ya las de recibimiento se prolongaron varios minutos-, especialmente en sus intervenciones a solo, superiores, sin duda, a las de los dúos de Schumann, Fauré, Saint Saéns, Paladilhe o Berlioz. Y es que, en un momento avanzado de las carreras, parece necesaria la defensa individual y se toma problemático el acoplamiento de dos personalidades muy fuertes aunque coincidan en la manera sustancial de pensar y sentir la música.Lo cierto es que no sólo rendimos homenaje a los grandes del canto sino que disfrutamos de un concierto diferente en el que cobraban vida páginas doradas de la historia vocal o, simplemente, de la historia de la música, en la que no sólo los valores artísticos y afectivos, sino los de la inteligencia. más aguda, se ponían en juego. Tengo para mí que el mayor espectáculo del mundo es, precisamente, una inteligencia en movimiento.