El café de París
La poesía de Vallejo impone por esa gravedad que entre los vivos sólo alcanzan a tener los muertos, y es una poesía extraña la suya, como extraños son los muertos.Tampoco es fácil entenderla, que nos parece a veces descoyuntada y caprichosa, to rrencial e incontinente. Y sin embargo, atendemos a ella como el que escucha junto a un muerto, por si éste viviera todavía y respirara. Al que se queda junto al cadáver vivo de la poesía de Vallejo le sucede incluso algo extraordinario. Y es que parece querer decirnos con palabras claras lo que hay al otro lado, allá, todo el secreto, todo eso tan oscuro que es la muerte dé donde ella viene. "Murió mi eternidad y estoy velándola", nos dijo. Por eso suena todo él tan misterio: so, tan resucitado. Por esa razón alrededor de cualquiera de sus poemas, bueno o malo, comprensible o no, se produce tan compac to silencio. Cuando Vallejo murió, hacía 15 años que no publicaba libro ninguno de versos. Era, pues, un poeta desconocido, un poeta de dos remotos libros. Uno, un libro de hermosos versos simbolistas, alguno de ellos de los más admirables que escribió su autor. El otro, un hermético poemario de raíz surrealista y del que es difícil decir nada sin arriesgarse a deslizar alguna tontería.
Únicamente cuando murió Vallejo se nos manifestó otro poeta, distinto a todos los que él había sido y distinto a todos los de su época. Aquel al que la agonía de España había despertado de un largo letargo. Y Vallejo, poseído, alucinado, dejó su mano muerta para que alguien, un ángel, Dios o quién, se la tomara y fuera con ella escribiendo los Poemas humanos y España, aparta de mi este cáliz, que ni siquiera necesitaron ser obras maestras para alzarse en símbolo.
Se han dicho de Vallejo cosas pertinentesy justas, Ha sido,- desde luego, el poeta, del tú, aquel que no volvía a su casa cada día sin haber compartido la suerte, siquiera por un segundo, de un desconocido, de un extraño. Es, también y por supuesto, el poeta del dolor. Pocos habrán sufrido lo que Vallejo. Un dolor metafísico, como el del Cristo en el huerto de los Olivos, con lágrimas de sangre, esa clase de sufrimientos que no son de este mundo, sino también de muerto. Asimismo es el poeta de las cosas modestas ymenudas, aquellas precisamente que hacen de la vida de un hombre algo valioso. Pero es sobre todo el poeta de la delicadeza y el de la integridad. Su delicadeza es hija a un tiempo de la ternura y de la aristocracia: "Perdonen la tristeza", escribió. En cuanto a su integridad, si una palabra no necesita apoyarse en juramento alguno, ésa es la de Vallejo, palabra de honor, de solitario, tan distinta por ejemplo de la de un Neruda que, hablando de lo mismo que él, parece siempre poco honorable y demagógica.
A veces uno se reprocha no leer a Vallejo más a menudo, pues Vallejo es esa clase de poetas que a uno le gustaría que le gustaran más, porque más que poesía enseña a ver los trabajos y los días. Como su amigo Juán Gris, fue. la suya una existencia marcada por la honestidad, lo cual en unos años de profundas deshonestidades artísticas no se piense que es poco. Pero sobre todo emociona verle a él, tan humano, tan triste, huérfano de muerte, tan muerto de vida, puesto su corazón en cada cosa para decir: "Me gusta la vida enormemente/ pero, desde luego con mi muerte querida y mi café/ y viendo los castaños de París".
Babelia
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