Cafarnaún, Madrid
La movida se acabó, viene a decir Leopoldo Alas en este espectáculo tripartito, y ha dejado náufragos, residuos; es la pieza principal (La pasión de madame Artu) de este espectáculo, por ser más larga y con más actores, y por un ámbito distinto a las otras, que a veces se encabalgan en ella; con algo de dolce vita, y de Wilde madrileñista; y de Bardem, y de crítica social anterior a esta época y a la de la movida. Envejecidos, decadentes, dramáticos residuos. Tan tontos como cuando eran triunfadores, pienso yo.Los sainetillos breves resultan más agresivos, más duros: pintan una ciudad fracasada, desordenada, ignorante, desgraciada, sucia: un homenaje a Madrid hecho por el Consorcio de la Capital Cultural. Por lo menos, representa una realidad. Madrid=Cafarnaún, en el dialogo de Ernesto Caballero, entre una cerillera y una enferma terminal: una situación de teatralidad absurda y amarga. Tiene teatralidad, como su otro dialoguillo, Mientras miran: guardianes a la puerta de una discoteca, con racismo, droga, desconfianza. Otras dos piececitas de Ignacio del Moral, Papis, o encuentro de amor maduro, inconfesable; y algo grotesco, con patetismo, y Oseznos, pequeño retrato de buenos chicos fuera de orden.
Precipitados
De Ernesto Caballero, Leopoldo Alas e Ignacio del Moral. Intérpretes: Enrique Menéndez, Paloma Paso Jardiel, Pablo Calvo. Iluminación: D. Álvarez. Música: P. Navarrete. Escenografía: Christian Boyer. Dirección: Jesús Cracio. Sala Olimpia, 7 de marzo.
Jesús Cracio hilvana todo en un decorado duro, de calle, hecho por Christian Boyer -por puro dato, cuñado de Isabel Preysler-; da la movilidad que pueda en una producción no cara, y consigue una estampa madrileña más bien triste, más bien desesperanzada: espectáculo nada desdeñable. Ni mal interpretado. Prefiero el diálogo entre Alfonso Vallejo y Joan Llaneras, tan de buenos actores, y los dos tipos que interpreta Paloma Paso. Debo de estar muy afecto a la escuela anterior.
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