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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Agua pasada

La vida en un hilo es una comedia casi perfecta de Edgar Neville, un clásico de ayer mismo, comediógrafo genial y cineasta de gran talla, que dominó, en un país donde abundan las brochas gruesas, la elegancia de la pincelada invisible y del sentido de lo indirecto; y que, en la suavidad de sus maneras, a veces introdujo demoledoras cargas de dinamita cómica.Uno de sus amables cañonazos es La vida en un hilo, una comedia que en forma de caricia vapulea a la moral matrimonial convenida por las reglas del juego de la burguesía espafiola de mediados de siglo: el mandato de que la esposa acudiera intacta a la ceremonia de su desvirgue nupcial. Para desvelar el absurdo de este mandato, Neville ingenió una trama en la que conjugó un contrapunto entre la normalidad del casamiento burgués de su época, con la rareza (entonces cosa de transgresores) de una relación amorosa libre, urdida como contraste que revela la condición ridícula de aquella normalidad. Es el juego del choque -fuentes inagotables de la comedia- entre excepción y norma. Y su resultado, en manos de Neville, es una de las burlas más graciosas y reveladoras de la miseria íntima de la alta sociedad en la España en los años cuarenta.

Una mujer bajo la lluvia

Direción: Gerardo Vera. Guión: Manuel Hidalgo, Carmen Posadas y G. Vera, basado en la comedia de Edgar Neville La vida en un hilo. Fotografía: J. L. López Linares. Música: M. Díaz. España, 1992. Intérpretes: Ángela Molina, Antonio Banderas, Imanol Arias. Cines Capitol, Vergara, Excelsior, Royal, Vaguada, Roxy, Multicines Villalba, Multicines Fuenlabrada.

Pues bien, en Una mujer bajo la lluvia, el contrapunto entre excepción y norma que sostiene a La vida en un hilo, es trasladado a la vida actual por las buenas, sin invertirla, cuando la evolución de las costumbres sexuales (burguesía incluida, por rancia que sea) sí, se ha invertido de manera prácticamente generalizada: no hace falta acudir a ninguna estadística para saber que ahora la excepción es el desvirgue nupcial y la norma el aprendizaje del amor fuera de aquel ritual social destripado por la navaja barbera del ingenio de Neville.

Extraterrestres

Por consiguiente, el contraste entre las situaciones de choque esbozadas en la comedia original pierde su sentido, al carecer de una referencia ambiental creíble hoy. Lo que entre sí hacen y dicen Ángela Molina e Imanol Arias (excelentes intérpretes que cargan de esta manera con insuperables embolados) parece literalmente cosa de ancianitos mágicamente rejuvenecidos.Los guionistas podrían haber mantenido la historia enclavada en su tiempo y haber hecho una película de época; o bien haberla convertido en cosa de este tiempo, pero no hace falta decir que invirtiendo el signo de la ecuación cómica original. Sin embargo, cayeron fatalmente en la trampa de lo imposible, de lo increíble. Error ingenuo y garrafal: no es posible trasladar a la vida de hoy, tal cual era en la vida de hace décadas, una regla del juego amoroso, cuando ahora la regla es precisamente la contraria.

Como consecuencia de esto, a lo largo del desarrollo de la película se produce un derrumbe en forma de dominó. El error de enfoque empuja a todo lo que ocurre después y lo hace increíble, cuando una verdadera comedia, por disparatada que sea, jamás puede perder el contacto con la verosimilutud. Imanol Arias y Ángela Molina se comportan como extraterrestres que flotan en una gravedad que no es la suya, sin que Gerardo Vera, el director, logre atarlos al asfalto de una España que si en algo se ha transformado es precisamente en lo que la película propone que sigue igual que hace medio siglo. Y de ahí lógicamente que el único personaje que sea creíble es el que Neville propuso en su comedia como adelantado a su tiempo: el que interpreta Antonio Banderas.

Gerardo Vera, que es un hombre irreemplazable en el cine español a causa de sus trabajos en la creación de espacios escénicos -cuya funcionalidad, elegancia y atrevimiento formal crearon escuela y arraigaron-, sigue siendo en Una mujer bajo la lluvia un eminente escenógrafo, pero todavía sin suficiente oficio como director. Pero esto casi no importa en un filme compuesto sobre pies de barro, que nigún director experto podría sacar adelante.

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