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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El fantasma de Stalin

La trama argumental que le sirve al cineasta ruso -director de las magníficas Tío Vanía y Siberiada, hermano del tambien cineasta Nikita Mijalkov y afincado sin mucha fortuna en el cine de Estados Unidos desde hace años- Andrel Konchalovski para penetrar en el impenetrable círculo íntimo, personal y político, que rodeaba a Josip Stalin en el Kremlim durante el crucial verano de 1939 -cuando era ya dueño de todos los hilos del poder más aplastante de que hay noticia y se encontraba al borde de entrar en el infierno de la II Guerra Mundial- es históricamente verídica y cinematográficamente muy original.Era Stalin un cinéfilo y solía ver, a solas o rodeado por algunos comparsas -Beria, Molotov, Kaganovich, Vorochilov, Malenkov, Kalinin y otros eminentes peleles- una película cada noche, en una lujosa salita privada de la fortaleza moscovita. Un día, el proyecionista del Kremlim enfermó y hubo que buscarle con urgencia un sustituto. El jefe de la guardia de Stalin lo encontró en la cabina de una sala de proyección del edificio de la policía política estaliniana, el KGB, situado a unos centenares de metros del Kremlim; y literalmente lo secuestró. El nombre de este proyeccionista es -el personaje vive y sigue siendo estalinista- Ivan Shanshin y la película cuenta su sorprendente aventura: la casi soñada camaradería que se creó, noche de cine tras noche de cine, entre él y aquel lacónico, gélido, bestial e inaccesible padre de los pueblos: el dios viviente de un universo que se proclamaba ateo.

El círculo del poder

Dirección: Andrei Konchalovski. Guión: A. Konchalovski y Anatoli Usov. Fotografía: Ennio Guarnieri. Música: Eduard Artemeyev. Italia / Rusia, 1991. Intérpretes. Tom Hulce, Lolita Davidovich, Bob Hoskins, Alexandr Zbuev. Estreno en Madrid: cines: Real Cinema, Ideal y Minicines.

Andrel Mijalkov-Konchalovski, que procede de una familia de la alta aristocracia soviética, tuvo conocimiento hace años -cuando la existencia de su película era inimaginable- de la aventura de este personaje. Y de sus recuerdos extrajo el brillante argumento de esta fallida película: El círculo del poder. En ella el cineasta ruso pretende, y por desgracia no logra, romper el tabú que todavía oculta a la identidad del hermético tirano. Pero la empresa puede con el emprendedor y, aunque Konchalovski gradúa con habilidad los pasos que conducen a su personaje desde su trabajo en el KGB al mismísimo corazón del laberinto del Kremlim, la cámara acaba perdiéndose entre aquellos intrincados pasillos y sus fantasmales pobladores.

Beria-Hoskins

La historia narrada, aunque inicialmente arrastra, deja pronto de crecer y despertar interés en el espectador. Cuando su película sobrepasa los prolegómenos de la aventura y entra en su meollo, Konchalovski comienza a perder las riendas: anuncia mucho más de lo que da. Lo que le espera a la avidez del espectador, cuando Konchalovski le hace entrar en el entorno de Stalin, está deficientemente representado y cuanto allí ocurre -salvo la composición del siniestro Laurenti Beria, al que el actor británico Bob Hoskins imprime una brutal y eficaz ironia- carece de interés y termina aburriendo. Por su parte, Tom Hulce sigue sin olvidarse de su Mozart (Amadeus) e insiste en una actuación sobrecargada de guiños. Unicamente Lolita Davidovich, con Hoskins, es enteramente creible dentro del abultado reparto.Da la impresión de que Konchalovski se arruga ante la magnitud del asunto que tiene entre manos y que su imaginación, ante el fantasma de aquel sanguinario seminarista georgiano, se le agarrota y paraliza, de la misma manera que la presencia real de Stalin enmudecía y aterrorizaba a su proyeccionista. Por lo visto, desde su tumba, Stalin sigue creando temor y temblor en el ánimo de los rusos, incluso los más libres, entre los que se cuenta este notable cineasta, de nuevo por debajo de sí mismo.

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