Mauritanas locas por el comercio
Las moras del país africano tienen en sus manos una gran parte de los negocios
Envuelta de la cabeza a los pies en su vaporoso velo, Nimeila Benhameida rastrea los cinco continentes en busca de un negocio prometedor. Al igual que otras muchas mujeres mauritanas, esta mora de ojos como carbones comparte con sus compatriotas masculinos la pasión por el comercio de la sociedad beduina. Nunca tiene que rendir cuentas a su marido, porque, "a pesar de que Mauritania es una república islámica, nuestra sociedad no entierra a sus mujeres en las casas". Y como dice en un perfecto castellano, Canarias es la base de operaciones favorita "tanto para los negocios como para las vacaciones" de todas las reinas del productivo mundo de la boutique.
Las mujeres mauritanas moras llevan la melfa, el velo que deja descubierto el rostro, con el mismo orgullo con que alardean de la libertad e independencia que reconocen no disfrutan otras mujeres árabes. "Los mauritanos somos musulmanes al ciento por ciento, pero las mujeres podemos ir a nuestro aire, con la misma libertad de acción fuera de casa que las occidentales", dice Nimeila Benhameida, sentada al estilo beduino, sobre la alfombra que cubre el diáfano salón de su chalé en Nuakchot.Ella es un ejemplo de los contrastes que tejen la sociedad de Mauritania: un país al que el avance del Sáhara ha condenado a una de las más crueles miserias pero en el que, como dice Nimeila, "se mueve mucho dinero"; que se enorgullece de mantener sus tradiciones ancestrales a salvo de la contaminación occidental y, a la vez, de ser el primer país árabe en haber consumado, con las elecciones presidenciales del 24 de enero, una democratización "sin demasiados problemas"; donde aún perviven las secuelas de la esclavitud abolida oficialmente hace apenas diez años pero se permite a las burguesas conducir su vehículo sin que haya leyes, como en Arabia Saudí, que lo prohiban.
Nimeila, esposa de un pudiente armador, es una de las reinas de las boutiques o tiendas dedicadas a la venta de ropa para mujeres y niños, zapatos, artículos de cosmética y tejidos; un sector del comercio que, en un país donde falta de todo, mueve importantes cifras de dinero. "Lo del comercio es una vocación innata en nuestra sociedad, que acaba de dejar el nomadeo", dice la mujer. "En mi caso no necesito el dinero, pues nuestros maridos nos entregan todo lo que ganan para que hagamos lo que queranios", añade. El "placer de hacer comercio" acaba de traerla de vuelta de una gira por Hong Kong, Bangkok y la India.
Segunda casa
Tanto ella como sus tres hijos hablan un castellano impecable. "Nuestra segunda casa está en Las Palmas, y allí nos vamos en cuanto tenemos vacaciones desde hace al menos 17 años: está cerca, los españoles no son racistas y no es tan caro como Francia", añade. Tanto ella como su marido aprovechan sus estancias en Las Palmas para combinar el descanso con el trabajo. Más o menos como ocurre en el resto de las aproximadamente 240 familias mauritanas que, según datos del consulado de su país en Las Palmas, son propietarias de un apartamento en Canarias.
"Los negocios que requieren cierta preparación administrativa están dominados por los hombres; las mujeres, hasta ahora, no tenemos la educación necesaria para ello", dice Natija Derwish, otra comerciante. Ella, al igual que Nimeila, se casó muy joven, lo que le impidió completar sus estudios. "Cuando empezamos nuestros negocios, una vez casadas, nos tenemos que limitar a lo que conocemos bien", añade la mujer que también tiene casa en las Canarias. "Hay quien ha comenzado a ir a comprar a Marruecos porque es más barato, pero a nuestras clientes lo que les gusta es la calidad española o italiana: éste es un país muy pobre, pero de mucha hidalguía", añade la mujer que alterna sus negocios con tertulias políticas.
Las moras mauritanas no piden permiso a sus maridos a la hora de marcharse por motivos de trabajo ni para disfrutar de unas vacaciones. "A veces nos reunimos un grupo de amigas y nos vamos a Las Palmas por nuestra cuenta, sin ellos", explica Sinya Sidi, esposa de uno de los magnates de la floreciente industria del agua mine ral mauritana.
"Hay mujeres que han criado a nuestros hijos desde pequeños; si no tenemos casa, al quilamos un apartamento y les dejamos a estas mujeres españolas los niños para que los lle ven a la playa mientras nosotras vamos de compras a El Corte Inglés", dice Sinya, a la que le gusta alternar este tipo de vacaciones con las estancias, fuera de la gran ciudad, en una tienda beduina en el desierto sahariano.
"Luego, por la noche, a las amigas nos encanta ir todas al bingo o al casino", añade al referirse a la otra gran pasión de los turistas mauritanos que, junto a las revisiones médicas, reporta importantes entradas a las islas Canarias. Su marido sacude la cabeza con ironía: "Las dolorosas consecuencias se reflejan luego en las cuentas de las tarjetas de crédito".
Canarias, a sólo una hora de vuelo
"Mauritania, para los españoles, está muy lejos, al final del gran Sáhara. Para los mauritanos, España está apenas a una hora de vuelo" dice Ahmed, comerciante mauritano, mientras se retoca las vueltas del turbante y recoge su maletín de cuero. El avión procedente de las Canarias que dos veces a la semana enlaza las islas con Nuakchot y Nuadibú acaba de tomar tierra en el corazón del Sáhara mauritano. Es el inicio del calvario de una multitud de pasajeros que, a veces, a falta de sitios, se sientan por las buenas sobre la moqueta del pasillo del avión. Es un revuelo de velos y turbantes que se agitan para arrastrar bultos descomunales.Este flujo de importaciones que pasan como equipaje de mano y sobre las que sólo gravan las penalidades impositivas del exceso de equipaje, ha alcanzado hasta 1990 la cifra de entre 15.000 y 25.000 millones de pesetas, según datos de la Cámara de Comercio y de la Feria Internacional de Las Palmas.
España, a través de las Canarias, ha sustituido a Francia, la ex potencia colonizadora, como socio comercial", dice Chej Uld Baha, embajador mauritano en Madrid.
"Esos fardos llevan en su interior el alma de las provisiones del zoco y de las boutiques de las principales ciudades mauritanas ", explica Mohamed Abdellahi dueño de diversas empresas de importación mauritanas que cubren desde la venta en exclusiva de los cigarrillos Marlboro a muebles de oficina.
Como explica Abdellahi -que se califica a sí mismo como integrante del bloque de los importadores serios que figuran en las estadísticas oficiales y compran por valor de otros 3.500 millones de pesetas- "los mauritanos lo compran todo en Canarias".
Desde Canarias y a través de los comerciantes mauritanos -conocidos en toda la costa occidental por su pericia de comerciantes- los productos españoles, entre los que priman unas cantidades astronómicas de pilas, se extienden a los países limítrofes. La familia de Abdellahi, por ejemplo, tiene ramificaciones comerciales en los países al sur del río Senegal, desde Gambia y Senegal hasta Costa de Marfil. Allí son las boutiques de los mauritanos las que aseguran el abastecimiento de la población con el popular método de la venta por tazones y tapones, medidas más apropiadas al gran número de clientes que no tienen capacidad financiera para comprar por kilos.
El cierre de las fronteras del sur tras el conflicto con Senegal en 1989, y del este -por el conflicto de los tuareg de Malí, este año- han provocado un descenso en los intercambios entre Mauritania y las islas canarias, en los últimos meses. A pesar de ello, dice el presidente de la Feria Internacional, Enrique Pinillos, "Mauritania sigue siendo el principal cliente de las Canarias".
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