Inicio de campaña
EL DISCURSO sobre el estado de la Unión pronunciado en el Congreso por el presidente Bush ha sido el primer acto de su campaña para la reelección. Como tal resultó modestamente triunfalista, pero lo suficientemente eficaz como para obtener votos de una población deprimida que, por consiguiente, siempre agradece que le pongan dólares en el bolsillo. Al mismo tiempo, las medidas propuestas por Bush no debían ser de naturaleza tal que agravaran aún más el déficit federal (315 billones de pesetas). Por ello, las propuestas de enderezamiento de la economía se centraron sobre todo en la concesión de beneficios fiscales a los que el Congreso se ha opuesto reiteradamente por insuficientes: reducción casi a la mitad de los impuestos sobre las plusvalías (especialmente en operaciones inmobiliarias), ventajas fiscales en la adquisición de primeras viviendas, incremento de la exencIón fiscal por los hijos y rebaja de las retenciones por impuesto sobre la renta (una medida claramente electoralista, ya intentada sin éxito por el presidente Carter cuando se presentaba a la reelección en 1980).No es un gran plan para que la economía de EE UU emprenda una recuperación en breve plazo, mejorando al tiempo el estado del déficit. Por eso ha sido acogido con frialdad por partidarios y adversarios. Para suerte de Bush, se diría que la situación empezará de todos modos a enderezarse justo antes del verano, independientemente de los remedios anu
nciados por él.Lo que sí ha hecho el presidente de EE UU es aprovechar la oportunidad para poner al Congresoentre la espada y la pared y forzarle a apoyar el plan de recuperación, so pena de hacerle aparecer como el culpable de la recesión. Ha dado a las cámaras hasta el 20 de marzo para que tomen medidas de acuerdo con sus propuestas. Aprovecha así el efecto positivo de un plan que, aunque modesto, no puede sino beneficiar la buena marcha de la campaña electoral y obvia una de las dificultades principales con que regularmente se enfrenta el primer mandatario norteamericano: un Congreso controlado mayoritariamente por la oposición (los demócratas ocupan 268 de los 434 escaños de la Cámara y 57 de los 100 del Senado). ¿Debe el legislativo demócrata combatir al presidente republicano en periodo electoral o, propiciando el interés nacional, debe favorecer la recuperación económica del país, aun a costa de facilitar la reelección?
Puede que las más elementales exigencias económicas fuercen al Congreso a apoyar a Bush, acabando así con año y medio de enfrentamiento. No es fácil que ocurra, sin embargo, sobre todo porque los demócratas, en su afán de proceder a reducciones fiscales más drásticas, a controlar más sólidamente el gasto de sanidad y a reducir sustancialmente el presupuesto de defensa, no parecen dispuestos a respetar el acuerdo establecido en 1990 con la Casa Blanca para controlar el niv
el del déficit público.Precisamente una de las medidas más tibias ofrecidas por el presidente en su discurso de anteayer fue la reducción del presupuesto de defensa en 50.000 millones de dólares (cinco billones de pesetas) en los próximos seis años. Las reducciones propuestas en la producción del bombardero Stealth y en la producción y compra de misiles (los Midgetman, los de crucero, los MX y los Minuteman) no se ajustan, han dicho con razón sus críticos demócratas, a la desaparición de la guerra fría y de la URSS como enemigo.
Dicho lo cual, la parte más positiva y progresiva del discurso de Bush fue su oferta de reducción de cabezas nucleares -las de tierra e incluso un tercio de las que están a bordo de submarinos-. La propuesta hecha a los cuatro países nucleares de la CEI es a cambio de que éstos reduzcan drásticamente las suyas. Tiene una enorme trascendencia y la virtud de limitar las armas atómicas intercontinentales a 4.500 por cada lado, lo que es angustioso en términos de paz, pero claramente favorable si se recuerdan los niveles de armamento de la guerra fría.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.