Un discreto balance económico
Los INDICADORES de los dos más importantes desequilibrios de la economía española, el paro y la inflación, registrados en el pasado mes de diciembre confirman el discreto balance con que ha finalizado 1991 y las importantes dificultades que previsiblemente se van a presentar a lo largo de 1992 para conseguir corregirlos.El paro registrado en las oficinas del Instituto Nacional de Empleo (Inem) aumentó en el mes de diciembre en 2.471 personas, dejando al término del año en 21.983 la reducción del número de parados registrados hasta totalizar los 2.329.258, un 15,37% de la población activa. Ese descenso en las cifras del desempleo, el menor desde 1988, ratifica la evolución del mercado de trabajo observada desde el inicio del año, que es consecuente con los síntomas de desaceleración del crecimiento de la economía. La evolución durante ese último mes del año apunta a un comportamiento más adverso en el sector industrial y en la construcción que, todo parece indicarlo, tendrá continuidad en los próximos meses.
Tan previsible como ese deterioro en la evolución del paro con que Finalmente se ha saldado 1991 era el dato, que se anticipaba igualmente adverso, del índice de precios al consumo de diciembre. La elevación del IPC en sólo un 0,1 % ha constituido una sorpresa generalizada, suponemos que también para los propios responsables del Ministerio de Economía, quienes hace apenas un mes no ocultaban su escasa confianza en la evolución de ese índice en diciembre. El cabal cumplimiento del último de los objetivos fijados por el Gobierno -terminar el año con una inflación interanual del 5,5%- no ha podido evitar una cierta suspicacia sobre su grado de representatividad ni, en todo caso, un amplio escepticismo acerca de la evolución de los componentes centrales del IPC, una referencia esencial para evaluar el éxito en la lucha contra la inflación.
Del análisis del IPC se deduce la importancia decisiva que en su variación han tenido los componentes que quedan excluidos de la llamada inflación subyacente: la energía y los alimentos sin elaborar. Así, los precios de los alimentos frescos han registrado en diciembre, y por primera vez en la historia, un descenso intermensual del 1,2%; igualmente favorable ha sido el impacto de la variación de los precios energéticos, continuando la mejora de los últimos meses del año respecto a los mismos meses de 1990. Excluidos esos componentes, la inflación subyacente, que expresa más directamente las tensiones inflacionistas, ha registrado un aumento del 0,4% en ese mes, situando la correspondiente tasa para el conjunto del año en un 6,5%, cuatro décimas por encima de la correspondiente a 1990.
El retroceso que pone de manifiesto esa variación se ilustra en la aceleración del componente más indómito de la inflación española: los precios de los servicios, que al término de 1991 registran un crecimiento interanual del 8,8%, es decir, 0,4 puntos porcentuales por encima de la correspondiente a 1990. La dualidad en la evolución de los precios de los servicios y de los bienes industriales es, probablemente, la conclusión principal de lo que ha supuesto 1991 en la lucha contra la inflación. Los precios de los bienes industriales no energéticos crecieron tan sólo en un 0,1% en diciembre, dejando su correspondiente tasa interanual en un 4,7%.
Un panorama, en suma, que, sorpresas estadísticas y puntualizaciones metodológicas o muestrales aparte, no permite echar las campanas al vuelo. Es más, aporta las razones suficientes para redoblar las cautelas y actuaciones de la política económica tendentes a su, cuando menos, contención en 1992. Los objetivos de convergencia con las principales economías de la CE, que no han sido satisfechos de forma aceptable en 1991, no pueden estar supeditados a ese, al parecer, talante de transición política que parecen contener unas, aún no determinadas, elecciones generales.
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