El extraño cinéfilo
Francisco Franco era un cinéfilo empedernido. Tenía una suntuosa sala de proyección para él solo en el palacio de El Pardo y era rara la noche que no le proyectaban en exclusiva, alguna película de inminente estreno.Los cinéfilos suelen tener filias y fobias, pero lo cierto es que no se sabe mucho acerca de cuáles eran las del viejo general. Alguien filtró una vez que le desagradaban las películas de Luis García Berlanga, en especial una titulada Vivan los novios, que por lo visto se le atragantó hasta ponerle furioso, cosa de la que Berlanga presume con satisfacción e incluso con indisimulable orgullo.
Años antes circuló una leyenda según la cual los censores franquistas emplearon el lápiz rojo y la tijera tan a fondo contra Gilda, que al final del visionado ministerial la película estaba lista para engrosar el voluminoso cesto de las prohibidas. Pero se cuenta que, después de verla, Franco ordenó a los guardianes de la decencia de las pantallas que dieran el visado de exhibición a la película, al enterarse de que Rita Hayworth se llamaba en realidad Margarita Cansino y era española de las llamadas de raza, o sea: almogávar de pura cepa. Es más, dejó caer que se intentara discretamente rescatar los servicios de Rita Hayworth para el cine español, gestión que, de llevarse a cabo, evidentemente no prosperó.
A los dictadores de mediados de siglo les fascinaba el cine. A Stalin le encantaba ser un personaje de la pantalla y se emocionó hasta las lágrimas viéndose a sí mismo (interpretado por un sosias) encaramado en una loma, dirigiendo con gesto colombino al Ejército Rojo durante la, célebre por su arrojo, toma de la ciudad de Kazan en 1919, toma que en realidad dirigió Trotski y no él. Por su parte, Hitler se extasiaba ante los noticiarios que reproducían sus discursos, mientras Goebbels y Mussolini, más prácticos, se desentendían de las películas y de sus mensajes y se apropiaban de las camas de sus estrellas más opulentas: las bellísimas Lida Barova y Luisa Ferida, respectivamente.
Mala de solemnidad
Pero Franco fue más audaz: se atrevió a escribir una película, cosa que él, como buen cinéfilo, sabía que no era asunto fácil y que requiere mucho oficio. Cuenta José Luis Sáenz de Heredia que, tras ver Raza junto a él en su cine de El Pardo, Franco le dijo emocionado: "Has cumplido", piropo que por seco que parezca, si se tiene en cuenta el extremado laconismo del general, en realidad bordea el entusiasmo.
No era para menos. Pese a ser mala de solemnidad, Raza como película se puede ver, pues sus imágenes se sostienen. La habilidad de Antonio Román y de Sáenz de Heredia en la redacción del guión técnico -que corrige con sutileza los muchos infilmables disparates del guión literario escrito por Franco- y la dirección del último, que es un expertísimo artilugio para mantener en pie a un muerto y dar aspecto de seriedad a imágenes deducidas de un texto literalmente tronchante, merecían aquel "Has cumplido" del Caudillo, que probablemente sabía lo que, sin decirle, le estaba diciendo.
En manos de otro director menos sutil y experto, Raza hubiera ido a parar, por irrisoria, al mismo gran cesto de donde Franco rescató a la licenciosa Gilda. Pero Sáenz de Heredia salvó a aquella disparatada historia del ridículo cinematográfico y ahí quedó para siempre, como uno de los pocos documentos veraces y de primera mano que existen sobre la hermética -e involuntariamente patética- integridad de su autor.
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