Un competidor peligroso para EE UU
Washington sabe que los Doce querrán tarde o temprano una mayor autonomía
El 15 de noviembre de 1777, delegados de las 13 colonias de Norteamérica se reunieron en Maryland para coordinar su comercio y su política con la vista puesta en una futura nación grande y unida. Esa reunión, que terminó con la firma de un tratado al que se llamó Artículos de la Confederación y Unión Perpetuas, fue el embrión del país más poderoso de la Tierra. Ese momento trascendental de la historia de Estados Unidos ha cobrado actualidad en las imágenes llegadas aquí desde la ciudad holandesa, de Maastricht.La Norteamérica de entonces no era menos diversa que la Europa de hoy. A pesar de la firma del acuerdo de 1777, transformado 10 años más tarde en la Constitución de Estados Unidos, George Washington reconoció que la unión era "tan ficticia como una cuerda de arena". Un país que conoce los sacrificios hechos para consolidar esa unidad y que tan orgulloso está de su historia, no puede más que aplaudir las decisiones tomadas por la última cumbre de la Comunidad Europea. Pero, al mismo tiempo, un país acostumbrado a un siglo de claro predominio mundial tiene que ver con preocupación el surgimiento de una nueva potencia económica y política.
La vinculación de los norteamericanos a Europa no es algo coyuntural ni retórico. Sin mencionar los orígenes europeos de la mayoría de la población, Estados Unidos ha participado en dos guerras mundiales en apoyo de Europa. Durante la guerra fría, la aportación norteamericana fue fundamental para garantizar la seguridad europea y para permitir el resurgimiento económico de los países de esa región.
Esa colaboración se refleja perfectamente en las cifras. En el año 1990, Estados Unidos invirtió en Europa el 41% del total de sus inversiones en todo el mundo. En ese mismo año, el 57% de las inversiones extranjeras en este país correspondían a Europa. En 1991, los países europeos han absorbido cerca del 25% del comercio mundial norteamericano.
Pero, pasado el peligro soviético, cualquier forma de tutelaje se hace innecesaria. Europa reclama hoy su propio camino para el crecimiento, y la cumbre de Maastricht es, para este país, un claro mensaje de que los días de la presencia norteamericana en el continente europeo se acercan a su final.
La reacción oficial norteamericana a la cumbre europea es una mezcla de forzosa felicitación y buenos deseos. "Una Europa más unida ofrece a Estados Unidos un socio más eficaz y mejor preparado para asumir mayores responsabilidades", dijo el miércoles el presidente George Bush.
"Damos la bienvenida a este paso histórico hacia la unión política europea, pero también esperamos que la nueva Europa asuma nuevas responsabilidades para mantener y robustecer el sistema económico mundial", dijo el portavoz de la Casa Blanca, Marlin Fitzwater. Un portavoz del Departamento de Estado comentó que "en principio, Estados Unidos debe felicitarse de que sus aliados se hagan más fuertes". "Eso debe significar que ahora todos son capaces de asumir sus propias responsabilidades y colaborar en un plano de mayor igualdad", añadió.
Maastricht marca el comienzo de una nueva relación entre Estados Unidos y Europa. Robert Zoellick, consejero del Departamento de Estado, afirma que Ias relaciones futuras entre europeos y norteamericanos necesitan ser negociadas en un nuevo acuerdo marco". El presidente Bush ya propuso en mayo de 1989 "nuevos mecanismos de consulta y cooperación sobre aspectos políticos y globales".
Uno de los asuntos más delicados a renegociar será el de la OTAN. Mientras los europeos quieren ir restándole paulatinamente importancia a esa organización en beneficio de la Unión de la Europea Occidental, Estados Unidos pretende seguir con una OTAN fuerte. En la pasada cumbre de la Alianza en Roma, el presidente Bush advirtió que mientras la situación de la URSS siga siendo explosiva sería un error debilitar la OTAN.
La amenaza de la competencia comercial es otro de los puntos que ensombrecen el futuro de la relación entre los dos bloques. Carl Lankowski, experto en asuntos europeos, advierte que el Gobierno norteamericano debe estar preparado para "un poder económico dividido entre Europa, Japón y el propio Estados Unidos".
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