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EL NEGOCIO DEL SEXO

El acoso a las putas del centro lo inició Felipe IV

Las que mienten cuando besan, esas oscuras clavellinas que, como pregona la copia, van de esquina en esquina (volviendo atrás la cabeza), siempre han Devado una vida muy arrastrada, azarosa. Pero. son incombustibles, inasequibles al desaliento y a las redadas seculares. Sobreviven al puritanismo, a los decretos y al derribo de sus cuarteles. Siguen trajinando como leonas en el centro de Madrid. Con frío y con calor, de noche y de día.

Copan los mismos parajes urbanos que en tiempos de Felipe III (1578-1621), de feliz recordación para las putas. Durante el reinado de este monarca piadoso, buena, persona, notable cazador e incapaz gobernante, había en Madrid cerca de 800 burdeles abiertos día y noche, gran parte de los cuales eran casas de mancebía controladas por la ley y la sanidad pública.Su padre, el autoritario y absolutista Felipe II, era mucho más moderado: sólo estaban legalizadas tres casas de lenocinio, ubicadas, respectivamente, en la calle de Francos (hoy Cervantes), en la de Luzón y en la plaza del Allamillo.

No era fácil, sin embargo, conseguir el título de manceba. Las candidatas eran objeto de investigación y examen por parte de las autoridades municipales.

Mayores de 12 años

Cada aspirante había de aportar documentos acreditativos de ser mayor de 12 años, haber perdido la virginidad, ser huérfana o de padres desconocidos y haber sido abandonada por los suyos, siempre que éstos no fueran nobles.

La mayor represión contra las mancebías fue realizada, con depurado cinismo, por un experto en todo tipo de lujurias y promiscuidades, el rey Felipe IV (1605 1665), uno de los monarcas más disolutos de nuestra historia.Comenzó por reducir drásticamente el número de prostíbulos legales: sólo dejó uno, que estaba en la Puerta del Sol, justamente donde hoy se encuentra una de las pastelerías más castizas del foro, La Mallorquina. Posteriormente, en 1623, asesorado por la Inquisición y por su mala conciencia, el rey firmó una pragmática por la-que se prohibían los lupanares en todo el reino. Uno de los personajes que más se opusieron a tal medida fue el misionero franciscano fray Pedro Zarza, que elevó al rey un dictamen defendiendo la utilidad de estos locales "para la buena moral, la salud pública y el bienestar del reino". Afirmaba el religioso que veía "mayores males en su prohibición que los que producían las casas de mancebía".

El franciscano fue reprendido por el Santo Oficio y desterrado de la Corte. Pero las putas siguieyon moviéndose por Madrid como Pedro por su casa. La ausencia de casas públicas multiplicó aceleradamente las clandestínas.

Poco antes de morir, Felipe IV reconoció que sus decretos no habían servido para nada y que "cada día trece el número de mujeres perdidas". Efectivamente, tres siglos y medio después, en nuestros días, el censo de prostitutas en Madrid es inescrutable.

Desde los decretos del reypoeta Felipe IV hasta el gaseamiento con zotal en la plaza de Benavente efectuado por el concejal Matanzo, los métodos esgrimidos por la autoridad para acabar con el problema son de una ejemplar ineficacia.

El oficio, cimarrón y asilvestrado por naturaleza, posee una gama variopinta de especialidades, algunas de ellas refinadísimas. Desde la dama putativa hasta la raposa viaria descarada, existe un escalafón montaraz y bastante colorista.

La bofetada más sarcástica a todos estos planes de limpieza es la Gran Vía madrileña, creada con ambiciones de avenida señorial y convertida actualmente en flor y nata del puterío viandante.

La Gran Vía fue iniciada en 19 10, no sólo para unir Argüelles con La Cibeles y el barrio de Salamanca, sino también para eliminar de un plumazo un barrio plagado de callejuelas y recovecos que eran nido de hampones, meretrices y gentes de mal vivir.

La venganza de las busconas

Ceres, Tudescos, Peñasco, Horno de la Mata, callejones del Infierno, de la Pasa, del Perro, del Cura, del Candil... El último solar de la nueva y relumbrante Gran Vía fue edificado en 1952. Es decir, que sólo han pasado 40 anos para que aquellos parajes retornen a ser el centro del puterío capitalino. En 1923, el gran pintor José Gutiérrez Solana, lamentaba así la demolición llevada a cabo para construir la Gran Vía: "El Ayuntamiento siempre ha sido el padrastro de las calles más típicas de Madrid". Ha sido la venganza de las busconas.

Angélica es el nombre de batalla ocasional de una prostituta temporera, es decir, que ejerce esporádicamente. Otros días se llama Vanessa, o Greta o Carol. Es puta no por vocación, sino por esas cosas raras de la vida; más en concreto, por la heroína.

Angélica va por libre. A veces aparece por Ballesta, por Caballero de Gracia, por la calle de la Cruz. Pero prefiere hacer la carrera en Capitán Haya, Orense y plaza de Cuzco: "Las putas más peligrosas son las de Ballesta. También allí abundan las yonquis. Las más sórdidas y cutres son las de la calle de la Cruz. Claro, que su clientela es bastante chunga y analfabeta. Nadie quiere usar preservativo. Si vas de limpia no te comes un rosco. En Capitán Haya los tíos son más educados aparentemente, pero muy mafiosos, aunque siempre hay despistados. El peligro allí son los travestidos. Como yo, en esa zona somos muchas ocasionales y bastantes heroinómanas. Sinceramente, con esto del sida no sé cómo todavía hay tíos que van de putas. Di también de mi parte que éste no es el oficio más viejo del mundo. La profesión más antigua es la de víbora, y hay muchas más víboras que putas".

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