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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

En el tejido de Eros

Aquello que hay de más entrañable, de más íntimamente contagioso en las esculturas de José Seguiri (Málaga 1954), nace de una curiosa acumulación de ambigüedades, las que se generan desde el contraste entre la inmediata ingenuidad aparente de sus figuras y la sofisticada -y muy compleja- trama de ecos que les dan origen, y que cabría resumir, tomando el término en una suerte de acepción laberíntica, como una extensa resonancia de mediterraneidad.Así es en el juego de las formas, y en una intrincada trama a la que se suman tanto las referencias obvias de su aspiración arcaizante, como también toda la memoria interpuesta, desde los renacimientos a los novecentismos, por cuanto antes han jugado el juego de esa nostalgia inocente de los orígenes, bajo un modo que es menos anhelo de unos cánones formales que del espíritu despertado en una cierta sensualidad.

José Seguiri

Galería Seiquer.General Arrando, 12. Madrid. Hasta el 7 de diciembre.

Evocaciones

Y lo es también en sus temas, y en el guiño en el que esos temas míticos nos obligan a reconocer otro referente remoto, otra melancólica evocación, la de las raíces primeras y más íntimas del deseo. Con ello, la añoranza de los dioses de los antiguos -otro laberinto cuajado de evocaciones sin número- se sumerge en un nuevo tejido de ambigüedades, donde las metamorfosis de Eros pertenecen tal vez menos a ese mapa erudito, del que sin duda se alimentan, que al de otros fantasmas olímpicos -por eternamente reiterados, no menos remotos- que se renuevan, con el despertar de la conciencia, en cada uno de nosotros.Y ése es uno de los rasgos más sutiles, a mi entender, del universo de Seguiri, esa certera visión que se traduce en su modo de generar un equívoco entre el tiempo germinal de los mitos y aquel otro, no menos inconmensurablemente lejano, impregnado por la materia del sueño, en el que oscuramente se forja el despertar de nuestros anhelos. Pero lo que otorga, al fin, esa extraña intensidad a estas piezas es el hecho, tal vez inexplicable, de cómo, con su intrincada filiación, alientan una ingenuidad genuina, gemela de algún modo de aquella otra impúdica inocencia de Eros que nos cantan.

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