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Tribuna:EL CLUB DE ROMA Y LA DÉCADA DE LOS NOVENTA
Tribuna
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Un nuevo punto de partida

El siglo XX ha sido paradójico y extraordinario: el abrumador crecimiento demográfico, el alcance destructivo de sus batallas, el cada vez mayor número de pobres y su marginación, por ejemplo, frente a las muchas conquistas logradas en nombre de la tecnología y del progreso, pero también de la libertad, de la democracia, de los derechos del hombre, de la educación y de la cultura. El patrimonio cultural se ha acumulado, ciertamente, pero aún perduran la repugnante insolidaridad, la confrontación, la intolerancia y la discriminación. Por otra parte, el acumulativo expolio y la contaminación de la biosfera ponen en peligro no sólo el necesario desarrollo, sino la propia supervivencia de los seres vivos, incluido el hombre, causa y víctima de tantos logros egoístas.Nuestra tarea ahora, en la década de los, noventa, tiene que tener horizontes ambiciosos para el siglo XXI que contribuyan a diseñar estrategias que permitan derribar al fin el más infamante de los muros todavía en pie, después de haber sido derribado, afortunadamente el muro de Berlín, es decir, el muro de la confrontación ideológica y de la negación de la dignidad humana. Porque el mayor y más desafiante muro ahora existente es el de la insolidaridad entre los ricos para con los pobres, dondequiera que éstos estén: en el Sur, en el Este, en -los países menos desarrollados o en el interior de los emporios de riqueza.

Esa desigual y quijotesca batalla se hace tanto más dificil por cuanto las consideraciones básicas subyacentes en el primer informe al Club de Roma, Los límites del crecimiento, siguen siendo, desgraciadamente, válidas en lo esencial, pese a nuestras propias dudas iniciales y posteriores debates críticos, como hemos tenido ocasión de comprobar al conocer en estos días los trabajos ahora en curso por el equipo del profesor Meadows sobre Los límites del crecimiento en el siglo XXI.

Sin embargo, lo que actualmente nos preocupa y ocupa más en el Club de Roma ya no es solamente el progreso material del hombre, sino sobre todo el desarrollo de lo más noble de su ser: sus valores éticos y morales; su dignidad como hombre o mujer; el pleno ejercicio de sus derechos, sin hacer dejación por ello,de todas sus indeclinables responsabilidades frente a las futuras generaciones, así como respecto de la biosfera que nos sustenta.

El reciente informe del Club de Roma, redactado después de

un intenso año 1991 de trabajo de nuestro consejo, resume y actualiza nuestro análisis sobre la problemática mundial y esboza una visión de futuro, desde el consenso sobre algunas líneas de acción posibles, para alentar la toma de conciencia y la voluntad de aunar esfuerzos.

Los más de 20 idiomas en los que ya se ha publicado por ahora este informe y su amplia difusión han de contribuir a la deseable disección en profundidad de su contenido para poder seguir avanzando en ese diálogo siempre abierto que es el nuestro, sin prejuicios ni doctrinas obligadas, para poder advertir a la humanidad entera sobre los numerosos errores cometidos en el pasado y tratar así de hacer aún reversibles las tendencias más perniciosas de nuestro común devenir.

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Jamás ha dispuesto el mundo de tanta información como en nuestros días, y nunca han sido tantos ni tan veloces los medios de comunicación para contrastar experiencias y para avanzar en el conocimiento. Pero tampoco nunca ha sido tanta la ignorancia ni la soberbia de los hombres (además del trágico mundo de los fanatismos . fundamentalistas e integristas) para reconocer que nos movemos entre verdades casi siempre relativas, y que para alcanzar la ,deseable sabiduría tendríamos que iluminar el conocimiento y la acción ron mejor y más elevado criterio, tratando de influir al poder político y económico.

Nuevo orden

Ahora, con la rápida transformación del mundo en todos los órdenes, la paulatina planetarización de la economía, el derrumbamiento del modelo comunista y la progresiva democratización de los países, parece inexorable el advenimiento de un nuevo orden político y económico-hoy por hoy todavía en manos de una sola superpotencia y, en todo caso, del Grupo de los Siete- del que en ningún concepto deberían quedar marginadas las Naciones Unidas. Ese nuevo orden deberá establecer principios y prácticas comunes para el libre comercio y para una economía de mercado que favorezcan plenamente la libre iniciativa, sin caer en un liberalismo económico salvaje ni en el dominio de un solo polo económico.

Si, como esperamos, se logra consolidar la aún frágil perestroika en el Este; si se impone, la legalidad y el consenso democrático en todos los países; si se superan con una paz justa los grandes focos históricos de confrontación; y se acomete realmente la reconversión de los medios de destrucción masiva en aras del progreso social y económico, entonces podrá florecer al fin la real utopía del amanecer de un mundo renovado,desde el saber y la solidaridad, gracias a un nuevo liderazgo, urgentemente necesario.

Por de pronto es imprescindible un liderazgo ideológico con visión universal y a largo plazo que responda a las exigencias de la sociedad civil que está emergíendo por doquier en esta era del conocimiento y de las comunicaciones, cada vez más consciente de los problemas y de las oportunidades que a todos incumben.

Pero también es indispensable un nuevo liderazgo empresarial, creador de riqueza desde la iniciativa privada que , además de gestionar el exigible y legítimo beneficio desde claras, cuentas de resultados, complemente sin falta la acción política con enfoques igualmente globales y a largo plazo en aras del acierto de su propia misión. En esa perspectiva, la gestión de la empresa privada necesita un cambio inexorable de paradigma que trascienda el impacto empresarial sobre u entorno inmediato con un sentido social, cultural, ecológio y ético global. La propia doctrina de la economía de mercado, tan en boga ahora, aporta obvias bondades para el desarrollo económico a corto plazo y para la innovación empresarial, pero la aplicación indiscriminada de sus mecanismos no resuelve los graves problemas que a todos concierne, tales como los energéticos o medioambientales, para los que se precisa una visión y una estrategia a largo plazo. No debe extrañar, por tanto, que se reafirme el hecho de que la demanda y el consumo lineral tienen sus límites. Más aún, el concepto de crecimiento económico indefinido es una simple aberración mientras continúa la geométrica explosión demográfica y sigue sin resolverse. industrialmente la energía de fusión (limpia, barata y segura), pese a las recientes buenas noticias al respecto.. Mientras tanto, todo lo que no sea desarrollo sostenible implica el desprecio de la mayoría de pueblos y personas en beneficio de unos pocos, tanto más que hoy día el crecimiento económico supone multiplicar en igual proporción los recursos energéticos y materiales requeridos con las cada vez mejor conocidas, repercusiones sobre el medio ambiente y sobre el clima en concretó. Éstos y otros fenómenos nos han llevado a recomendar hace ya casi tres años, desde una iniciativa del capítulo español y ante la próxima conferencia de Río de Janeiro, la creación de un consejo de seguridad medioambiental de la ONU junto con un fondo mundial de compensaciones, que podrían paliar la suicida confrontación hombre-biosfera que parece que quiere llegar a ocupar el lugar de la fratricida confrontación entre los hombres.

Estamos ante la mayor oportunidad de la historia para extender el bienestar económico, tecnológico y cultural a una gran mayoría de los hombres y mujeres de esta tierra. Pero el único instrumento real a nuestro alcance para una solución viable y sólida a este fin es primordialmente la educación o, mejor dicho, la formación, el aprendizaje y el adiestramiento adecuados para atacar los problemos de raíz, desde la dignidad, los derechos y los deberes de cada hombre y mujer.

Esa respuesta educativa no puede seguir siendo la simple expansión ni la mejora de los sistemas educativos existentes a golpe de planes y reformas. La revolución educativa para el siglo XXI tiene que lograr superar, sobre todo, el desajuste y la frustración que existe en el mundo entre la actual oferta -de los sistemas educativos y las características de demanda de recursos humanos formados para la creación de riqueza responsable y la convivencia democrática con un alto nivel cultural.

Dramática realidad

Desde esa sencilla pero dramática realidad es desde, la que es preciso lograr una nueva visión y fijar nuevos, objetivos, contenidos, métodos y medios de enseñanza que relacionen eficazmente el conocimiento avanzado humanista y científico con la práctica tecno lógica o creadora de un desarrollo sostenible. No se trata simplemente de asegurar más educación, con el consiguiente mayor

gasto para seguir "en lo de siempre", en la educación de antaño, sino, por el contrario, de un esfuerzo mucho mayor en favor de una educación profundamente renovada con rigurosa exigencia de rendimientos tangibles y al servicio de resultados social y económicamente ambiciosos.

Pero, por encima de todo, una educación para aprender a asumir cada cual el. imprescindible esfuerzo y la responsabilidad para trabajar en -equipo, con un enfoque interdisciplinario para la activa participación democrática y para la tolerancia multicultural y,multirracial. Una educación que forme cabezas con criterio, desde los valores éticos y morales de las convicciones, libre y coherentemente adheridas, que impida, por ejemplo, la inmensa miseria moral de la drogadicción esclavizante. Una educación que prepare para ese mundo un progresivo y rápido cambio y que contribuya a aportar soluciones individuales y colectivas.

La década de los noventa tiene que llegar a ser con la ayuda de todos, un nuevo punto de partida para la humanidad. Tal debe ser la apuesta, desde un análisis sereno, que logre renovar nuestra voluntad de contribuir a construir, con firme optimismo, un mundo más solidario y viable, desde el saber, la cooperación y la paz.

Ricardo Díez Hochieitner es presidente del Club de Roma.

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