Una evocación familiar

Canta Plácido Domingo y el simple anuncio de su actuación provoca un clima cálido de acontecimiento. Así ha sucedido en Sevilla con la subida del asesor lírico de la Expo 92 al escenario de La Maestranza para interpretar una de sus grandes creaciones: Mario Cavaradossi, de la Tosca de Puccini. La representación evocaba un poco las históricas de Manuel García y familia, pues, junto a Plácido, estaba su mujer, Marta Ornelas, como directora artística, ayudada por su hijo Álvaro Domingo.Lleno expectante en el ruedo de La Maestranza y resultados más que brillantes y, en conjunto, superiores a los del Rigoletto de hace unos días. Ya eran mejores los escenarios, históricos, pues se trata de los que hizo Franco Zeffirelli para la Callas. Y la Ornelas, al mover la acción, demostró familiaridad con el mundo operístico y buen gusto patente en muchos detalles. La Sinfónica sevillana y el Coro del Gran Teatro de Córdoba, que dirige Carlos Hacar, contribuyeron al alto nivel de la noche. A la calidad inicial de la orquesta se sumó la experiencia larga del maestro Romano Gandolfi, tantos años titular del conjunto vocal de la Scala milanesa.

Y vamos con los divos. Plácido Domingo arrasó, por decirlo al modo deportivo, con la temperatura de su voz, la pasión bien medida de su expresión, la fácil brillantez de unos agudos limpios y valientes y un muy buen arte teatral. Con él hay que citar inmediatamente al barítono Justino Díaz, un Scarpia ejemplar musical y dramáticamente. En su acto, que es el segundo y acaso el mejor de la obra, parecía tener tanto en cuenta a Puccini como a Víctor Sardou. Su crueldad era refinada, como corresponde a la categoría del personaje, pero nunca rozó lo grosero.

Floria Tosca podría haber redondeado el trío de ases gracias a la voz, tan bella, la sensibilidad, la dramaturgia y la figura de María Ewing. Pero una fuerte indisposición limitó sus posibilidades vocales aunque no su talante artístico y su saber. Llevó a cabo un notable esfuerzo y el público, y el mismo Domingo, supo premiárselo con mil atenciones y largos aplausos, que, por otra parte, alcanzaron a todos, incluido el viejo Piero de Palma (Spoletta) y el joven Alfonso Echeverría (Angelotti). Una gran noche lírica, en la que hay que anotar una nota desfavorable: los programas de mano y la publicidad dejan mucho que desear, casi todo.