La moral del pop
"¡Soy de verdad!", exclama Madonna al final del filme, sin que su aparente despego pueda ocultar cierto patetismo. "No vive sin la cámara. No tiene nada que decir si no la graban", dice Warren Beatty algunas secuencias antes. Cuarenta mil metros de película rodada en 35 y 16 milímetros por 22 cámaras durante la gira The blond ambition tour han sido utilizados para ofrecer durante casi dos horas la cara y la cruz de una mujer capaz de unir los dos lados de la moneda en una misma personalidad. Dirigida por Alek Keshishian, En la cama con Madonna es el reflejo de una de las figuras más deslumbrantes del pop internacional de la última década.Planteado más como un documental de cinema veritée que como videoclip, el filme presenta a una provocadora consciente de su papel en un mundo conservador, provocaciones que inspiran más ternura que escándalo por su inocencia. Aunque sea una excelente actriz, Madonna parece transparente cuando muestra su afán maternal con todo lo que la rodea -huérfana de madre a los cinco anos, esta ausencia marca su vida y el filme- y en sus deseos de dar una imagen humana.
No se anda por las ramas y, para convencer, Madonna utiliza sin prejuicios cualquier tema y oportunidad: una visita a la tumba materna, conversaciones telefónicas con su padre, aspectos de su vida íntima, sus castas relaciones con los bailarines, posturas ante la homosexualidad, fellatios a botellas, teorías sobre el pedo... Con la mayor naturalidad, todo es aprovechado para la causa, y las personas tampoco quedan al margen. Beatty, Almodóvar, Banderas, Costner... salen mejor o peor parados, pero, en cualquier caso, encantados de participar. En el pop, la moral de lo amoral tiene en Madonna su virgen y en la ambigüedad su primer mandamiento.
Aquella chica de 18 años que llegó a Nueva York en 1976 con 35 dólares en el bolsillo muestra entre bambalinas, no en la cama, su lado secreto.
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