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Democracia contra 'opción cero'

"Para Cuba que sufre, la primera palabra". Así comenzó José Martí uno de los más célebres discursos de su campaña independentista. Y, hoy por hoy, no hay cubano honrado y sensible que no esté dedicando, en privado o en público, su primera palabra a Cuba. A cada instante se reduce el espacio para la indiferencia y la timidez política en un país agobiado por la peor crisis económica y social de su historia republicana.Por vivir en Cuba, conocemos bien el tamaño de esta crisis, y tememos, asistidos por razones que día a día se agrandan con las penurias, un, desenlace catastrófico. En este temor nos acompañan, dentro y fuera de la isla, muchas cabezas sensatas.

Sin embargo, creemos que la crisis es conjurable en un plazo más o menos corto y que su desenlace no tiene fatalmente que ser el que no queremos la inmensa mayoría de los cubanos, salvo que nuestros gobernantes sigan despreciando el diálogo patriótico con la oposición interna e insistan en no admitir que la solución civilizada de nuestros problemas pasa por la apertura democrática.

En estos tiempos de radicales e indetenibles mutaciones políticas que afectan al mundo entero, y de auge del liberalismo como consecuencia del fracaso del modelo de partido único y economía centralizada que encarnó el llamado socialismo real, el aislamiento ideológico de Cuba es casi absoluto, y puede ser de graves consecuencias para nuestro pueblo. En Europa no contamos ya ni con Albania. En África, nuestros antiguos correligionarios han abjurado del socialismo y están probando suerte con el pluripartidismo y la economía de mercado. Sólo tres países asiáticos continúan manteniendo relaciones preferenciales con la isla: China, Corea del Norte y Vietnam. En América Latina, donde han tomado fuerza la opción democrática y el neoliberalismo como reacción a las amargas. experiencias de las dictaduras militares, sólo México y Venezuela suelen tener gestos de cierta flexibilidad para con el régimen cubano, sin que por ello dejen de hacerle críticas e invitaciones al cambio.

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El modelo político de Cuba es un serio obstáculo para nuestra integración económica y cultural a Latinoamérica, así como, por ejemplo, para obtener los beneficios que ofrecen los planes de cooperación económica de la Comunidad Europea. Y para el pueblo de Cuba es vital que el país pueda insertarse cuanto antes en el flujo económico y cultural de la región y de todo el mundo. Está claro que la economía cubana, que dependió hasta ayer del financiamiento soviético y de la Colaboración de los antiguos países socialistas del Este europeo, ha quedado, por así decirlo, colgada de la brocha y a expensas de inversiones capitalistas extranjeras, atraídas por las ventajas fabulosas que nuestra debilidad les ofrece, que dejan sólo migajas al país, enajenan recursos y territorios nacionales y no aliviarán en mucho tiempo las perentorias necesidades de los cubanos.

No le vemos el patriotismo por ninguna parte al hecho de virar las espaldas a estas realidades y aferrarnos romántica o histéricamente a un sistema que ya no tiene presente y que mucho menos tiene futuro. Con esta actitud corremos el riesgo seguro, como dicen los campesinos en nuestra tierra, de perder güiro, calabaza y miel.

No hay otro camino sensato que la democratización del país (pluralismo político, libertad de prensa, respeto absoluto a los derechos civiles) y una apertura económica que permita la creación de un sector empresarial privado, de capital cubano. Se trata de despertar y dinamizar las fuerzas de la sociedad, de liberar la iniciativa personal, de superponer la inteligencia y la creatividad a la burocracia y, por consiguiente, de insertar al país en la dinámica actual de la vida internacional, de modo que la nación se ponga en condiciones de poder superar lo antes posible la parálisis en que se halla, y para la cual nuestros gobernantes no han encontrado, hasta ahora, otra respuesta que la llamada opción cero, o sea, aceptar el colapso de la vida civilizada en la isla y convivir con él como con una enfermedad incurable.

Desde luego que la opción cero no es solución a nada, sino la pendiente por la cual rodaremos -estamos rodando ya hasta el estallido social. No se puede concebir la opción cero como un estado de cosas soportable para un pueblo como el cubano, a fines del siglo XX. Sobre todo si ese pueblo está viendo, cada vez con más claridad, que hay caminos que no conducen a la inmolación.

No queremos, como cubanos, como simples personas, que los hechos nos den la razón. No queremos que en Cuba nadie muera ni de hambre, ni de enfermedad curable, ni de bala. Y ante una situación tan agobiante y peligrosa no podemos permitirnos el lujo de sustituir el realismo y la sensatez por consignas voluntarias y exorcismos verbales.

A fines de mayo último, un grupo de intelectuales cubanos residentes en La Habana hicimos pública una declaración, conocida ya como Carta de los Diez, en la que pedimos a nuestro Gobierno, entre otras cosas, la celebración de un diálogo o debate nacional, con la participación, en igualdad de derechos, de representantes de todas las corrientes ideológicas que existen en el país. La finalidad del diálogo sería la de llegar a un consenso acerca de qué hacer para hallarle una salida netamente cubana a la crisis nacional.

De entonces acá la situación ha empeorado, el desconcierto oficial ha crecido y han ocurrido hechos que no dejan lugar a dudas acerca de que este diálogo ya no puede realizarse si no es para acordar la mejor manera de promover un cambio de sistema.

¿Está dispuesto el Gobierno cubano a aceptar este cambio? La respuesta es, desafortunadamente, negativa. Nuestros dirigentes máximos aún tienen la esperanza de salvar el esquema histórico del socialismo, el mismo que ha sido demolido por las masas en el Este y al que han renunciado numerosos partidos comunistas de Europa y América Latina. El mismo que, al desmoronarse, ha dejado, a la vista de todos, sus terribles deficiencias, para asombro y tristeza de tantas personas honestas en el mundo.

No creemos que éste sea el momento de juzgar a nadie ni de acusar a nadie de nada, sino el de intentar entendernos como cubanos para solucionar entre todos, con espíritu patriótico, los problemas y conflictos que integran el drama del país; drama que puede convertirse en tragedia.

Consultar a nuestro pueblo mediante un referéndum nos parece un primer paso indispensable.

Manuel Díaz Martínez es poeta y periodista cubano. Miembro de la Academia Cubana de la Lengua y correspondiente de la Real Academia Española. Firmante de la Carta de los Diez.

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