La religión del jazz
Hace muy pocas semanas, los festivales de jazz de Montreaux y París rendían sendos homenajes a Miles Davis. En Montreaux, durante los largos ensayos con la orquesta de 50 músicos que para la ocasión había preparado Quincy Jones, Miles se mostró fatigado, pero estuvo al pie del cañón desde el principio al final, y cuando los otros músicos ya parecían agotados a Miles todavía le quedaban fuerzas para discutir con Quincy Jones el tempo de un determinado pasaje.Cuando en la noche del 8 de julio la trompeta negra y dorada comenzó a sonar, el casino de Montreaux estalló en mil colores, el gigantesco Miles resurgía de su propia imagen, se reencontraba a sí mismo y bordaba un concierto auténticamente estremecedor. E igual dicen que sucedió en París, Miles recreándose en sí mismo y superando su propio pasado, que le ha llevado a estar en la cresta de la ola durante casi 50 años.
La religión de Miles despuntando midiendo, con sólo 20 años, su trompeta con Bird, Dizzy y Monk (lo que sería decirlo todo). La religión de Miles inventándose el cool a finales de los años cuarenta, o lanzándose a inusitadas experiencias orquestales en los cincuenta, o liderando grupos que escapaban a cualquier etiqueta y que fueron marcando las pautas del hard boop al jazz eléctrico. La religión de Miles codeándose con los más grandes del jazz de todos los estilos y descubriendo a músicos de la categoría de John Coltrane, Herbie Hancock, Wayne Shorter, Ron Carter, Tony Williams, Chick Corea, Keith Jarrett, John McLaughlin o Joe Zawinul. La religión de Miles desapareciendo de los escenarios y creando a su alrededor una leyenda de su posiciones que se rompió con un regreso triunfal, como si nada hubiese sucedido, en los primeros ochenta.
Muchos han criticado el estilo de Miles, el estilo del antivirtuosismo, pero finalmente todos han tenido que aceptar que nadie más era capaz de tocar sin ningún virtuosismo y decir tantas cosas.
Había nacido en Illinois en abril de 1926 y acaba de marcharse. Su despedida en Montreaux y en París, no pudo ser más emotivo. En el ánimo de todos los aficionados al jazz existía la convicción de que Miles no moriría nunca.
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