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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El 'sí' de Shamir

DESPUÉS DE la decisión de los presidentes de EE UU y la URSS de convocar para el próximo mes de octubre la conferencia sobre Oriente Próximo, el jefe del Gobierno israelí, Shamir, ha dado, por primera vez, una respuesta positiva, si bien bajo unas condiciones que pueden poner en peligro su celebración, antes incluso de que se reúna. En efecto, lo que el secretario de Estado Baker ha logrado -y es mucho- es que los países árabes e Israel participen en una conferencia que de hecho se convertirá en un proceso negociador de carácter bilateral. Ello equivale al triunfo de la tesis de Israel, contrario sistemáticamente a una conferencia con la participación de la ONU y de Europa, y partidario, en cambio, de negociaciones bilaterales con los diversos países árabes, para poner fin al estado de beligerancia, y lograr con ellos relaciones normales y garantías de seguridad. No obstante, la derecha israelí nunca ha aceptado encuadrar las negociaciones directas en un marco internacional por temor a que ello conduzca a tomar en consideración el problema palestino, que es precisamente lo que quiere evitar. Por eso mismo, el "sí, pero..." de Shamir constituye una novedad cuyo valor no puede ser subestimado. En realidad, Israel tiene hoy una posibilidad histórica de cambiar radicalmente su relación con sus vecinos y su situación internacional. Lleva cerca de medio siglo en pie de guerra, basando su existencia en su capacidad militar. Ahora puede pasar a ser un país soberano como cualquier otro, con fronteras seguras, con relaciones normales con sus vecinos. Esta coyuntura se debe a que hoy confluye una serie de factores, como la reconciliación de la URSS y EE UU y la victoria de éste en la guerra del Golfo.

Sin embargo, el pero de Shamir deja translucir un plan israelí que podría tirar por tierra la esperanza de que la conferencia se reúna con alguna posibilidad de éxito. Cabe que entre los temas a debatir en la conferencia figure un sistema de autonomía para los palestinos, que, si bien está muy lejos de lo que ellos desean, debe entenderse como una primera fase, para estudiar después una solución definitiva. Pero incluso para discutir soluciones moderadas de este género -que Israel ha propugnado- hace falta hacerlo con una delegación palestina que sea representativa. Shamir exige no sólo que la OLP no figure, sino que no haya ningún representante de Jerusalén este, lo que equivale a dejar a los palestinos con una representación amañada. Ello sería suicida para la conferencia y poco efectivo para Israel, ya que necesita que los compromisos acordados en la conferencia sean asumidos por personas capaces de influir en el pueblo palestino. Es cierto que flexibilizar las posiciones de partida es el catón de toda negociación. Pero lo que está en juego ahora es la posibilidad misma de que la conferencia pueda empezar. Para Israel sería un error sacrificar su interés como Estado -que es hacer el máximo esfuerzo para el éxito de la conferencia- por el sometimiento a una intransigencia derivada de sectarismos ideológicos.

La convocatoria de la conferencia por EE UU y la URSS -y no por la ONU, que sería lo normal- es otra gran ventaja que el Plan Baker otorga a Israel. No obstante, no se lograrán soluciones serias en Oriente Próximo prescindiendo de las resoluciones de la ONU. Son temas sobre los que se manifestarán posiciones muy encontradas en la conferencia. Pero cabe esperar que la marcha misma de la negociación ayudará a erosionar en parte las intransigencias iniciales. En ello reside la primera condición para que el éxito sea posible.

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