_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Bush y la duplicidad de De Klerk

La noche del pasado miércoles 10 de julio debió beberse mucha cerveza en Suráfrica. También hubo quien brindó con champaña. Pero no estaban celebrando el mismo acontecimiento.El regreso de Suráfrica al Comité Olímpico ha suscitado más atención en ese país que el levantamiento de las sanciones decidido por el presidente Bush. Jugadores y aficionados a la pasión nacional se muestran exultantes de alegría, pero al mismo tiempo preocupados, con la idea de Barcelona, que ya ha sido perfilada, y de la que empieza a hablarse en las páginas de los diarios deportivos. Hay muy pocas voces que se opongan.

El recibimiento dado al levantamiento de las sanciones americanas ha sido muy diferente. El Gabinete de De Klerk, las empresas y los bancos son los que beben champaña. Gatsha Buthelezi estará sin duda celebrando con la tradicional cerveza su participación durante años como emisario gubernamental contra las sanciones, mientras que los miembros del Congreso Nacional Africano y del Congreso Panafricano arriesgaban su vida por lograr los cambios llegados a Suráfrica.

Pero en este momento hay una fuerte oposición a la abolición de las sanciones, no sólo por parte del CNA y de otros movimientos de liberación, sino también por parte de otros grupos no guerrilleros, como los Abogados Surafricanos para los Derechos Humanos. Esta oposición está basada en hechos innegables.

La euforia desatada en los titulares de los periódicos por el levantamiento de las sanciones en Europa y Estados Unidos ha barrido todos estos hechos. La trascendencia del nombre de esa agrupación de eminentes juristas, por ejemplo, se ha visto ignorada junto con los disidentes esperados, como el Black Caucus, o el desacuerdo del Consejo Eclesiástico Surafricano.

La letra pequeña contiene mucha más verdad que los titulares cuando se considera qué es lo que sería efectivo para acabar realmente con el apartheid. El presidente Bush afirmó que la única posibilidad a su alcance era levantar las sanciones porque se habían cumplido las cinco condiciones exigidas por la ley anti-apartheid promulgada por el Congreso de Estados Unidos: la última condición, la liberación de todos los prisioneros políticos, había sido satisfecha al recibir del Gobierno surafricano una lista de liberados. El presidente norteamericano aceptó las cifras gubernamentales, aunque otras fuentes independientes de investigación no se muestran de acuerdo en que sean correctas.

La discusión sobre lo que define a un preso político no se ha resuelto satisfactoriamente, y la condición establecida por el Gobierno de aplicar la amnistía sólo a aquellos presos sin antecedentes penales acaba de ser incumplida por el propio Gobierno. El policía blanco Jack LaGrange -que no era un preso sin antecedentes-, que se hallaba cumpliendo una condena por el asesinato de un hombre de color, ha salido de la cárcel, aunque dicha condición se sigue aplicando rígidamente a los presos políticos.

Todas éstas son injusticias individuales que, sin duda, no cuentan en las grandes negociaciones entre Gobiernos. Los extranjeros están a una distancia lo suficientemente cómoda como para sentir no el agravio que hemos experimentado muchos a causa de esta demostración de la capacidad del Gobierno surafricano para jugar con dos barajas utilizando una amnistía concebida para los presos de conciencia para liberar prisioneros comunes, que da la casualidad de que son miembros de la policía.

Hay otra consecuencia de la conformidad del presidente Bush con las cifras gubernamentales. La Comisión Surafricana de Derechos Humanos afirma que en Bofuzatsuana quedan 266 prisioneros políticos no incluidos en la lista dada al presidente norteamericano. El hecho de que Bush haya aceptado la exclusión constituye un reconocimiento, aunque sea tácito, de patrias independientes, desafiando una antigua resolución del Congreso norteamericano que no reconocía estas creaciones de la ingeniería social racista. Si George Bush no sabía que se había excluido a Bofuzatsuana, debería haberlo sabido: se supone que tendría que haber comprobado si se habían controlado escrupulosamente todas las condiciones.

En este momento, cualquier reconocimiento de estas patrias sería más perjudicial que nunca para los derechos de los negros surafricanos, debido a que la abolición de las leyes sobre la tierra, producida este año, no contemplaba la reincorporación de estos territorios corno parte integrante de Suráfrica ni la restitución de la ciudadanía surafricana a su población.

El otro tema que debería haber hecho que el presidente Bush se lo pensase dos veces antes de levantar las sanciones es la ola de violencia que impide la actividad política, teóricamente libre, en nuestro país. No cabe negar la existencia de tensiones entre negros, con la violencia que ha desencadenado, en una sociedad en la que cualquier expresión política por parte negra había sido recibida, a lo largo de generaciones de Gobierno blanco, con violencia blanca.

Los blancos y los negros liemos descubierto la negociación como si hubiésemos tenido que inventar nuevamente la rueda. Pero destacar en titulares la violencia de "negros contra negros" no es solamente ignorar sus causas históricas; también es ignorar el hecho de que los blancos y su Gobierno, como todos los regímenes que se ven enfrentados a la deposición y a las luchas intestinas, harán Liso de todos los medios secretos posibles para seguir manteniendo apartados a quienes ascienden al poder. Aunque esto signifique que sus portavoces gubernamentales, al mismo tiempo que proclaman su dedicación a la revolución democrática, se preparen para hacer que las personas de principios menos elevados que les rodean fomenten las condiciones de tensión que la dificultan.

Aun cuando, en la confusión que trae consigo la violencia, se ignorase cualquier otra prueba de esta táctica, queda la flagrante coincidencia de los ataques por bandas no identificadas a trenes de viajeros y las emboscadas a los autobuses que transportan obreros a su trabajo diario, producidos al mismo tiempo que deberían haberse iniciado las conversaciones de paz entre el CNA y el Inkhata. Una tercera fuerza en discordia no es una invención favorable: a Nelson Mandela. Existe. Indepedientemente de la medida en que los líderes negros puedan contribuir a la pacificación, es el Gobierno el que únicamente tiene la capacidad y la responsabilidad de poner fin al, fomento de la violencia.

Todas éstas son razones específicas por las que no deberían haberse levantado las sancíones. La razón global es algo que me gustaría ver en titulares. Las sanciones se consideran cómo una especie de muro de Berlín, triunfalmente demolido. Todo esto es una paradoja. La verdad es que ha sido la aplicación de estas sanciones lo que ha abierto un agujero en el apartheid. Sin la presión económica del mundo exterior, el presidente De Klerk no habría levantado nunca la proscripción que pesaba sobre los movimientos de liberación, ni jamás hubiera liberado a Nelson Mandela. Nunca se habría sentado a una rnesa de negociaciones. El levantamiento de las sanciones supone, mientras el apartheid siga encontrando modos de expresión, el abandono trágico y a medio camino de una estralegia pacífica que, combinada con los tiremendos esfuerzos del CNA, podría haber hecho triunfar el prúceso. Todos los que hemos apoyado las sanciones desearrios presenciar su final, pero sornos conscientes de que esto no debe suceder hasta que hayan completado el fin para el que, sin duda alguna, han tenido tanto éxito y se han mostrado, hasta ahora, tan valiopsas.

N. Gordimer es escritora surafricana. Traducción: E. Rincón.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_