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Reportaje:

Las ciénagas del infierno

Una de las zonas más inaccesibles de África, trampa mortal para los refugiados sudaneses

Más de 200.000 refugiados sudaneses han huido, presas del pánico, del campo de refugiados Itang, en Etiopía occidental, tras ser ataca dos por las guerrillas del Frente de Liberación Oromo (OLF) el pasado 26 de mayo. En su huida de las guerrillas y de los grupos merodeadores de milicianos del régimen depuesto de Mengistu en Etiopía, han sido asaltados y asesinados en el lado etíope de la frontera y machacados por los bombarderos del Gobierno sudanés en su propio país. Después de una larga marcha de dos semanas, unos 100.000 refugiados aproximadamente han llegado a la región de Nasir, en las vastas marismas del sureste de Sudán.

Una de las zonas más inaccesibles de África se está convirtiendo en una trampa mortal para sucesivas oleadas de refugiados. Al viajar río Sobar arriba, tenemos la sensación de estar atravesando las ciénagas del infierno.Al amanecer, miles de refugiados cruzan otro de los afluentes del Sobal, vadeando o nadando, empujan a sus hijos y las pocas posesiones que les quedan sobre balsas de jacintos acuáticos, esperando, contra toda esperanza, que la orilla lejana les ofrecerá algo para comer. Los viejos y los enfermos se quedan atrás, después de haber gastado todas sus energías huyendo durante dos semanas de las guerrillas Oromo y de los bombarderos sudaneses; yacen pasivamente esperando a la muerte, plagados de nubes de insectos. Ya, incluso las hierbas silvestres y las raíces comestibles se están terminando ante el desesperado avance.

Una mujer joven ha encontrado un montículo de césped y se acurruca ahí para alimentar a su bebé recién nacido; otros nos cuentan que más cadáveres han flotado río abajo durante la noche. Muchos de los refugiados que han vivido en el campo de Itang desde mediados de los ochenta no tienen nada consigo, a excepción de los harapos que llevan. Las pocas posesiones que consiguieron reunir se perdieron a mano de las bandas de saqueadores de las antiguas milicias de Mengistu.

Nos encontramos con un maestro de escuela, Kuol Deng Kuol, del campo de Itang, que había huido con sus alumnos. "Cuando salimos, éramos 3.345, pero unos 400 han desaparecido en la marcha desde Etiopía", nos informa Kuol Jalil, de 14 años, está sentado al lado de su maestro. Como el resto de los niños, está desnutrido. Está masticando un puñado de hierba y nos mira apáticamente con ojos vacíos. Detrás de las chozas hay un burro muerto, hediondo e hinchado por el sol. Un chaval ha encontrado una pata de cabra medio podrida, y está arrancando ansiosamente los restos de carne.

Una necesidad imperiosa

"A no ser que recibamos comida pronto, estos niños morirán", declara Kuol. "Aparte de las emboscadas y los bombarderos, nos enfrentamos a la malaria, los escorpiones, serpientes venenosas y cocodrilos".Al regresar por el mismo camino por el que vinimos hace unas horas, vemos de nuevo a la madre y a su bebé. Ambos están muertos.

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La ciudad de Nasir, junto al río Sobat, fue en una época un bullicioso centro comercial de 5.000 habitantes. Pero esto fue antes de que, en 1983, estallara la guerra civil entre el régimen sudanés fundamentalista musulmán de Jartum y las guerrillas del Ejército de Liberación del Pueblo Sudanés (SPLA) en el sur de Sudán, que es predominantemente cristiano. Hoy, Nasir es sólo una colección de edificios bombardeados y chozas desvencijadas a orillas del sucio río.

La ciudad cayó en manos de las guerrillas tras un sitio de un año de duración, y fue bombardeada tan recientemente como el 14 de mayo por las fuerzas gubernamentales. Un bombardero Antonov traza círculos amenazadores sobre la ciudad, pero hoy lo único que hace es aterrorizar a los refugiados que hay en los alrededores de Nasir. Quizás el Gobierno sienta algo de respeto por la pequeña ciudad de la Unicef que se ha establecido en un campamento en la ciudad. "No lo creo así", dice Douglas Wilson, de la Unicef, cuando nos recibe en el cuartel general del campamento, instalado en la bombardeada comisaría de policía. "Bombardearon Jekou, muy cerca de aquí, a finales de mayo, cuando ya teníamos un equipo en las afueras de la ciudad".

El pequeño grupo de personas de la Unicef, el Programa de Alimentación Mundial (WFP) y la organización internacional de ayuda médica Médicos Sin Fronteras (WSF), se enfrentan a una tarea imposible. Los refugiados continúan inundando una región cuya población, de 200.000 habitantes, no puede ofrecer una gran ayuda tras dos años consecutivos de malas cosechas. Pero no llega ningún suministro.

"De hecho, en 1990 advertimos a WFP en Jartum que la crisis era inminente y que había que traer alimentos a la zona durante la estación seca. No se hizo nada. Y eso fue antes de que supiéramos lo que iba a ocurrir en Etiopía. Hemos repartido galletas energéticas, pero hasta ahora no hemos recibido un solo paquete de comida", afirma Wilson.

Actualmente, Unicef dispone en Nasir de tres lanchas a motor y un camión inservible. No existe equipo para filtrar el agua, y el combustible y la comida, que puede ser arrojada desde el aire, hay que traerlos de Kenia.

Con apoyo de Sudán

Unicef en Nasir no ve solución alguna a esta siniestra situación. La pista de aterrizaje de la ciudad es demasiado blanda para recibir aviones de transporte pesados como el Hércules. El único tipo de avión que puede aterrizar en Nasir es el pequeño Twin Otter. No existen carreteras a lo largo de la mayoría de los 600 kilómetros de la frontera keniata.El campo de aterrizaje de Gambela, en el lado etíope de la frontera, podría haber supuesto una alternativa. Pero Gambela está controlado por el movimiento guerrillero OLF, que se inició en Jartum a mediados de los setenta y que, desde entonces, ha estado recibiendo el apoyo militar del Gobierno sudanés. Jartum apoyaba a la OLF del mismo modo que el anterior Gobierno de Mengistu en Etiopía apoyaba a las guerrillas del SPLA en el sur de Sudán. Los oromos son mayoritariamente musulmanes, como el régimen de Jartum, mientras que el SPLA se compone de tribus cristianas. La historia de batallas y matanzas entre estos dos movimientos en las zonas fronterizas deja poco lugar a la esperanza para el futuro.

"El Gobierno de Jartum dice que hay miembros del SPLA entre los refugiados", explica el representante de Unicef, "lo que a sus ojos convierte toda la zona de refugiados en un objetivo militar". En un campamento bien escondido en el pantano de Sobat nos reunimos con un grupo de dirigentes del SPLA, preocupados. En los últimos días, las guerrillas han perdido, con el antiguo Gobierno de Mengistu, un aliado vital y un suministrador de armas; han perdido sus bases en el lado etíope de la frontera y su cuartel general en la capital etíope, Addis Abeba, y 'se han encontrado con cientos de miles de refugiados a los que proteger y alimentar.

La mayoría de la cúpula del SPLA está presente, salvo John Garang, su jefe máximo. "El régimen árabe de Jartum nos mira a los negros como inferiores, así que creen tener el derecho de bombardear a refugiados inocentes. Esperamos que el mundo reaccione en contra de este atropello", dice Rick Macher Teny, comandante de la Región Occidental del Nilo Superior. Pero

Teny no se hace ilusiones.

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