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Tribuna:
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La ambiguedad de la verdad

Aunque por estos pagos no se estile disentir y, sin embargo, apreciarse, la amistad, lector amigo, lejos de impedir que puedan surgir diferencias profundas de opinión, más bien las aviva. ¿Qué sería del diálogo que supone el escribir, qué de la discusión intelectual con los colegas si no supiéramos arroparnos, por grandes que fueran las desavenencias, en un mutuo reconocimiento? En alguna ocasión, manifestar lo que llevaba dentro me ha costado la amistad de personas que estimaba: me he consolado pensando tal vez que no eran tan dignas de aprecio. Por lo general, el hablar claro, como tengo por norma primordial del oficio, ha fortalecido mi relación con lectores y amigos. A la inversa, los que me han honrado con sus críticas, por duras y hasta injustificadas que me hayan parecido -el criticado tiende a exagerar su alcance y despropósito-, han contado con mi agradecimiento y, siempre que he podido, con mi respuesta.Consideraciones que vienen a cuento a propósito de un artículo que mi entrañable amigo Gabriel Tortella ha publicado en EL PAÍS del 17 de abril de 1991, reacción, entre irónica y visceral, a uno anterior mío. Me ha regocijado su lectura -con gracejo y donaire, convierte mi artículo en una fábula, incluso mas verosimil que la que meatreví a construir a la vez que me ha entristecido comprobar, empujado por los vientos que corren, el grado de ingenuidad conservadora a que puede llegar uno de los científicos sociales más representativos de mi generación. Pero antes de en trar en materia, permítaseme una observación sobre el sentido de estas controversias. En muchas culturas agrarias quedan restos de lo que en Galicia se llama regueifa, certamen que consiste en intercambiarse coplas con contenidos desafiantes. Los regueiferos compiten en hilvanar octosílabos en los que, con mayor o menor ingenio, arremeten los unos contra los otros con el fin de poner en la picota defectos propios o de personas conocidas. Toda coviunidad viva necesita de estos enfrentamientos dialécticos como modo de explicar los valores colectivos.La prensa cumplía esta función hasta 1936; algunas disputas entre personalidades conocidas han pasado a la historia. Después de un largo trecho sin otra polémica que la que se entablaba contra el que no podía responder, se comprende que el género quedase bastante desprestigiado. Hoy se tiende a eliminar la discusión personal con el argumento de que a nadie interesa, cuando ocurre exactamente lo contrario: nada galvaniza tanto la atención como el que se personalicen los temas controvertidos.Y uno de los que ha levantado mayor interés en los últimos años, sin duda, ha sido la guerra del Golfo, hasta el punto que durante semanas la posición adoptada en este conflicto constituyó un modo seguro de identificación. Más allá de su contenido, el debate ha adquirido un valor emblemático que conviene resaltar.

Se habrá caído en la cuenta de que la guerra con Irak es el primer conflicto bélico que ha partido a la izquierda. En la guerra civil española, en la II Guerra Mundial, incluso en la guerra de Vietnam, teníamos claro quiénes eran los agresores y de qué parte estaba la razón. La posición que adoptábamos ante los conflictos internacionales denunciaba claramente nuestra pertenencia a la izquierda: mi generacion, que llegó a la mayoría de edad con la guerra de Argelia y a la madurez con la guerra de Vietnam, supo muy bien en cada momento de qué lado debía colocarse.

Pues bien, en la guerra del Golfo, aquella seguridad que cohesionaba a la izquierda ha brillado por su ausencia. El desmoronamiento de los sistemas alternativos al modelo occidental ha aniquilado aquella envidiable claridad. Gentes que. consideramos de izquierda, como Hans Magnus Enzensberger, desentonaron de manera llamativa; otros, como Jürgen Habermas, de lo más lúcido de la izquierda europea, se mostraron mucho más cautos de lo que hubiera gustado a la juventud escolar, que es la que salió a la calle a protestar: la universitaria se quedó en las aulas, por completo frustrada, aunque una minoría, llamativamente ruidosa, defendió a ultranza la intervención occidental.

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También en Vietnam se trató de legitimar la intervención norteamericana con el argumento de que se defendía la integridad y soberanía de un país, Vietnam del Sur, que el del Norte pretendía anexionar por la fuerza. Y aunque el régimen corrupto de Vietnam del Sur resultaba ejemplarmente democrático en comparación con el patrimonial de Kuwait, y pese a que en estructura democrática interna el régimen comunista de Ho Chi Min probablemente no se diferenciase del de Sadam Husein, nadie en la izquierda dudó de qué parte estaba la razón.

Sin tener presente la lección de Vietnam, nada se entiende del conflicto del Golfo. En Vietnam, la intervención paulatina, casi vergonzante, de Estados Unidos hasta terminar, después de algunos años, por ser masiva, además de prolongar indefinidamente el conflicto, permitió que, según aumentaban las propias víctimas, se generalizase una mala conciencia que, en última instancia, programó la derrota. Esta vez, una intervención masiva desde el comienzo -sobre Irak, en pocas semanas, cayeron más bombas que en la II Guerra Mundial- aseguró una victoria rápida sin apenas pérdidas propias, a lo que hay que añadir un control estricto de la censura, que ha impedido que se filtrase una información o una imagen que no encajase en una guerra psicológica perfectamente instrumentada. Norteamericanos y europeos, tan orgullosos de la libertad de información, sin apenas reaccionar, hemos recibido constancia del carácter parcial y, sobre todo, provisional, que tiene entre nosotros este derecho fundamental.

A primera vista, podría concluirse que habríamos entrado en una nueva etapa, capaz de hacerse cargo de la enorme complejidad de los conflictos, si por doquier no se hiciera presente la santa simplicidad que subyace en el artículo de Tortella: presentar a Estados Unidos como paladín del derecho internacional agredido. De un país que no hace tanto tiempo que invadió Panamá y que ha pisoteado los principios más elementales del derecho internacional en su agresión contra la Nicaragua sandinísta estoy dispuesto a discutir cualquier hipótesis sobre los verdaderos motivos de su intervención en Oriente Próximo, menos que lo hizo para restablecer el derecho conculcado con la invasión iraquí de Kuwait.

En el afán de ridiculizar mi artículo, Tortella da rienda suelta a su fantasía, con lo que al final, y muy contra su voluntad, encuentra el buen camino, al atreverse a construir una hipótesis que no porque le parezca desquiciada deja de ser el único aporte de su artículo: "La verdad es que fue todo un montaje de Bush para salir reelegido el año que viene". Tesis que, según ha publicado este mismo periódico, ha sido defendida muy en serio por un conocido comentarista de The Washington Post y, aunque no la comparta, me parece mucho más digna de atención que la oficial, a la que se aferra mi amigo Tortella: se habría tratado de una guerra tan justa como imprescindible para restablecer el derecho internacional dentro del marco de las Naciones Unidas.

En estos días conmemoramos el 400 aniversario de la anexión de Tíbet por la China comunista, y sin consultar el "archivo me viene a la memoria la anexión de Timor por Indonesia, o de Goa por la India, o del Sáhara por Marruecos, en todos los casos con el empleo de la fuerza. El mapa político que dejó el colonialismo en África y Asia continuará siendo causa de muchos conflictos, que en no pocos casos se resolverá a la manera iraquí. Pues bien, no piense Tortella que en cada oca-

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La ambigüedad de la verdad

Viene de la página anteriorsión tendremos que contar con una intervención militar de Estados Unidos. Junto a la defensa del derecho internacional habrá que señalar en cada caso, pasado y futuro, una buena cantidad de otros factores, que da la casualidad que son los que de verdad interesan al estudioso de la política internacional. Resulta esencial distinguir las hipótesis que manejamos, por pobres que sean, de las meras legitimaciones.

Quiero dejar constancia de mi disenso total con Tortella: considero la intervención bélica en Irak no sólo innecesaria para conseguir el. objetivo de hacer . reversible la anexión de Kuwait -opinión muy generalizada que comparto con conservadores tan ilustres como el canciller Kohl o el mismo general Powel-, sino incluso suicida en las condiciones del mundo actual. Por debajo de los enfoques tácticos y coyunturales, subyace una cuestión de principio sobre la que, siento defraudar a Tortella, sólo cabe hablar en serio y que ha logrado unir a gentes de las más distintas ideologías y procedencias ante un mismo dilema: en el grado de desarrollo tecnológico alcanzado por los ejércitos modernos, no queda otra opción que o bien apostar por una política de paz, lo que significa eliminar la guerra como una forma posible de resolver los conflictos, tal como proclama la Carta de las Naciones Unidas, fundada para acabar con las guerras y no para organizarlas o justificarlas, o bien, a corto o mediano plazo, se corre el riesgo de que una conflagración atómica acabe con la vida sobre el planeta.Una de las cuestiones centrales del siglo a la vista es la eliminación progresiva del peligro de guerra, partiendo de una situación que se define por el hecho de que la potencia hegemónica en declive posee el Ejército más eficaz del mundo, a enorme distancia de todos los demás, mientras que las potencias económicamente en ascenso se caracterizan tanto por su debilidad militar como por el convencimiento de que la grandeza futura no pasa por mantener el monopolio de la fuerza destructiva. ,

No quiero terminar sin reconocer que en un punto, sobre el que convendría discutir- largo, lleva' Tortella buena parte de razón: la construcción de un "Tercer Mundo unitario, hoy llamado sur, es una entelequia harto cuestionable que exige un examen crítico, no tanto para librar a los paises económicamente más fuertes de su responsabilídad como para eliminar construcciones simplistas que impiden avanzar en la solución de los problemas. Ahora bien, si pudiera tratar aquí el tema, extenso, no dudo que quedaría claro que en la guerra del Golfo ha desempeñado un papel esencial el tema acuciante del control de las fuentes de energía y de los recursos básicos del planeta, forma si se quiere más realista de aludir al llamado conflicto Norte-Sur entre países ricos y pobres. Y ni qué decir tiene que los problemas los plantean no los más pobres del cuarto o quinto mundo, sino los que se encuentran ya en pleno desarrollo económico, con una conciencia nacional en rápida expansión.

es catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad Libre de Berlín.

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