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FERIA DE SAN ISIDRO

Epidemia

Bohórquez / Jiménez, Mendes, Niño de la TaurinaToros de Fermín Bohórquez, bien presentados -excepto 3º, chico-, inválidos, sin casta; 2º y 6º devueltos por invalidez. 5º (se corrió turno) y 6º, sobreros de Joaquín Barral, con trapío, inválidos.

Pepín Jiménez: bajonazo trasero (palmas y también pitos cuando saluda); estocada trasera (silencio). Víctor Mendes: pinchazo. hondo y rueda de peones, (ovación y saludos); estocada (aplausos y también pitos cuando saluda). Niño de la Taurina: tres pinchazos, estocada -aviso con retraso- y dobla el toro (silencio); pinchazo, rueda de peones y descabello (silencio).

Plaza de Las Ventas 3 de junio. 25ª corrida de feria. Casi lleno.

Hay epidemia en Las Ventas. Tiene que haber epidemia, o no se explica tanto toro malito, tanto traspiés, tanto jadear con la lengüeta fuera. A veces les asomaba por los morros un piquito de lengua a los toros jadeantes y parecía una de dos: o que estaban haciendo burla al sujeto activo, o que le estaban tentando con una procacidad. A veces la lengua que les asomaba era de palmo y se les quedaba colgando, como si se hubieran vueltolelos.

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Un Bohórquez, dos Bohórquez, tres Bohórquez...; un sobrero de Joaquín Barral, otro sobrero de Joaquín Barral... Todos estaban así de malitos, a lo mejor les picó la garrapata, o quizá traían del cortijo mal de amores; que las vacas saben dar achares al toro bravo. Las vacas cortijeras, con ese pestañeo que se traen, con ese disimulo que se gastan fingiendo que miran distraídamente al tren cuando el toro ya las está ofisqueando el rabete con intención de beneficiárselas, tienen una coquetería peligrosísima, y si además, son chatas, cuidado con ellas. Muchos totazos encastados y bravíos con el porvenir resuelto, se han buscado la ruina por culpa de alguna vaca chata y cortijera que se les cruzó en el camino.

Algo de eso hubo de ocurrir o la epidemia con mayor probabilidad, para que los Bohórquez llegaran a Madrid tan mustios. Saltaban al ruedo de Las Ventas, y los pobres no estaban para nada. Salía a picarles un ingenio acorazado con un individuo tocado de castoreño en lo alto armado hásta los dientes, y de nada servía sentejante potencial bélico pues el enemigo éra pequeño y se batía en retirada.

Un Bohórquez y un Barral de Víctor Méndes dieron guerra, sin embargo, y no se descarta que fuera un caso de venganza. Víctor Mendes les había prendido pares de banderillas. reuniendo gallardamente junto a la cuna de sus astas, y como no pudieron atraparle pese a lo mucho que se acerco, quedaron harto frustrados. De manera que al ver a Victor Mendes intentando encelarles en una muletilla torera, buscaban por deirás su cuerpo portugués, con muy malos modos y peores intenciones. El Bohórquez tuvo especial peligro y Mendes lo sorteó con pie ágil y adecuada técnica. El Barral acertó a dar algunas embestidas buenas, y quiso Mendes embarcarlas con el pico, mas la afición se apercibió en el acto y no fue consentidora. La afición es como la Virgen: que lo ve todo.

Toreo fino intentó Pepín Jiménez, uno de los más exquisitos estilistas del arte de torear. El día que a Pepín Jiménez le salga un toro boyante, la arma. Fueron, escasamente, unas trincherillas, unos pases de la firma, par de naturales lo que pudo sacar a los mustios, inválidos, pelmazos Bohórquez, y ya la estaba armando, con aquel coro de- olés que jaleaba sus pases buenos. El Bohórquez del Niño de la Taurina debíá padecer mal de amores y sólo quería morirse. El Barral, en cambio, tenía más retranba. Ahora bien, como si ambos hubieran sido hijos de la misma madre (la vaca) y del mismo padre (el semental), Niño de la Taurina pretendió, hacerles faenas iguales, interminables ambas, sin atisbos de templanza ni proposito de enmienda. Tanto el Bohórquez como el Barral se desplomaban, naturalmente, pues estaban malitos. Y al verlos caer, la afición, y la Virgen apenas decían nada. Bueno, la Virgen rezaría, sí, para que se desinfecte. Las Ventas de los virus chotunos aniquiladores de toros. Pero a la afición ya empezaba a traerle sin cuidado. Está tan acostumbrada la afición a los toros inválidos que si un día salen poderosos y bravos, a lo mejor lo toma a ofensa personal y pide explicaciones.

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