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Reportaje:

Un oasis engañoso

El cólera rebrota en Cajamarca, que ostenta el récord de muertes por la epidemia en Perú

En Cajamarca, a 3.000 metros de altitud en la sierra del norte de Perú, se ha detenido el tiempo. Los sombreros de paja blanca y copa alta de los campesinos y los vivos colores del ropaje de las cholas, hacen pensar en un oasis de paz en este atribulado país. Pero la imagen es sólo aparente. Cajamarca arroja el mayor número de muertos por cólera desde finales de enero. Familias enteras en ocasiones. Un rebrote en sus caseríos amenaza con nuevas víctimas.

En la plaza de Armas de Cajamarca, la villa más española del Perú", Francisco Trujillo ajustició, en agosto de 1933, al último caudillo inca, Atahualpa. Hoy la plaza de Armas, con sus tejados volados, fotógrafos ambulantes, niños limpiabotas, vendedores y paseantes, es una especie de oasis multicolor lleno de vida, calma y limpieza en medio de un Perú depauperado, mugriento y mísero, al que el cólera ha venido a hundir todavía más en la impotencia.Los Carnavales de Cajamarea, en la segunda quincena de febrero, son famosos en todo Perú. Los viajeros llegan desde Trujillo, Chimbote o Lima para "festejar y tomar", al tiempo que visitan a familiares y amigos. Con el Carnaval llega el momento esperado durante todo el año, y con el Carnaval llegó el cólera.

Pero los 319 muertos y los 6.385 enfermos causados por la epidemia no fueron de la ciudad, donde prácticamente no ha habido casos de cólera -una de las primeras medidas fue incrementar al 50%, la dosis de cloro del agua-. Han sido de los caseríos que trepan sierra arriba, poblados por campesinos indígenas descendientes de los indios caxamarqueses que, a partir de los 30 años, sólo hablan quechua y que carecen de agua potable y se abastecen de ríos y canales. Pequeñas comunidades aisladas desde las que, cuando llega la diarrea incontenible y los calambres del cólera, es necesario andar durante días, horas en el mejor de los casos, con suerte a caballo, para llegar al puesto de salud más cercano.

El lejano hospital

"Es imposible contabilizar lo que ha pasado en el interior. Sabemos que en Cose, un pueblecito de Namora de 300 personas, han muerto 40 en una semana. Es un problema de transporte, no pueden llegar al hospital, dice Martín Vega, de EDAC, una organización no gubernamental que realiza un programa de desarrollo rural en los asentamientos campesinos de Poreón y Otuzco, y que patea como nadie las comunidades serranas. "Al principio se pensó que era un problema de diarrea, y cuando se vio que era cólera era tarde. Se ha corrido el riesgo de que quedaran diezmados todos", añade.

"En Chimunch, en la zona del río Marañón, han muerto familias enteras. No hay - datos son pueblitos muy pequeños y aislados, pero nos consta. que en una población de 200 campesinos han muerto por lo menos 100", añade Alfredo León Obando, ingeniero agrícola y colega de Martín en EDAC. "Hay que ir a Celedín, por ejemplo. Son seis horas por carretera, luego cinco horas más por un camino infecto, más 8 o 10 horas caminando. Alguna gente llegó desesperada pidiendo remedio y les dieron sales de rehidratación, pero fue insuficiente. Son indígenas y nadie sabe lo que pasa, ni les interesa", dice León Obando. Ambos mantienen que para acabar con el cólera no hay otra salida que el saneamiento básico de la zona: agua potable y letrinas.

En la cuenca de Porcón viven 2.500 familias campesinas en 28 caseríos; en total unos 17.500 habitantes. El cólera ha dejado atrás 12 muertos y 114 enfermos, de ellos 22 niños. "Algunas Rondas, organización de campesinos de esta zona, una de las más democráticas que puedan existir, donde toda la población se convierte en asamblea que elige al mejor dirigente, han perdido a sus jefes y ha sido un golpe muy fuerte para ellos", dice Martín Vega.

En Otuzco, a ocho kilómetros

al noroeste de Cajamarca, pegado a una necrópolis preincaica, el valle comienza a ascender en suaves colinas todavía verdes. A las primeras casas campesinas, especie de cabañas de adobe, techo de paja y suelo de tierra, se llega después de innumerables saltos por un camino de cabras. No hay agua corriente ni luz. El agua se coge de pequeñas acequias que bordean las cabañas, ahora contaminadas. En una de éstas, similar a una palloza de los Ancares, sólo que rectangular, Rosario Cerquín, un chaval de 17 años, acaba de perder a su padre por el cólera. El, su hermano y, su tía también lo atraparon, pero han tenido mejor suerte."Mí hermano y yo estuvimos dos días en el hospital. A mi papá le enterramos el 12 de abril, río creíamos que era cólera, porque el sufría del celebro. Vino el sanitario y memando traer medecinas, así que me marché a la farmacia, unas dos horas andando, y cuando volví ya estaba muerto", relata Rosario. "Ami tía también le agarró rápido, se puso muy grave. Yo iba a la posta en un triciclo para llamar al médico, cuando llegaron los bomberos y nos llevaron al hospital de Cajamarca, y se salvó", añade el cetrino y sucio Rosario.

En el hospital de Cajamarca, Catalina Quito cuenta, ya recuperada, cómo su marido, Clemente Matilla, ha dejado el hospítal. "Mis otros hijitos se quedaron solitos, señora", solloza Catalina, mientras se quita respetuosamente el tradicional sombrero de copa alta que deja al aire su pelo azabache. Permanece de pie al lado de la cama donde su hija Carmela de 15 años se recupera. "Fuimos al velatorio de un familiar y después nos pusimos malitos enseguida. No sabíamos que era cólera. La señora veló a su muerto tres días". "Menos mal que nos dio de madrugada porque de noche no hay movilidad. Pero, Señora, nos han cobrado medio millón de intis a cada uno por traernos al hospital [unas 75 pesetas]", se lamenta Catalina.

Prohibido velar al muerto

La prohibición de los velatorios", afirma el doctor Jorge Araujo Camacho, director del hospital de Cajamarca y responsable de la lucha contra el cólera en la región, "es una de las medidas que hemos tenido que tomar. Hemos obligado a que se entierren los cadáveres inmediatamente y no se hagan tres días de velatorio de cuerpo presente, como es la tradición. Porque cada velatorio nos suponía otros seis o siete muertos por cólera".

El velatorio del muerto donde amigos y familiares comen y beben no ha sido la única tradición interrumpida por la epidemia en esta serranía andina. Otra de las costumbres más ancestrales, la lava, en la que la ropa del difunto se lava en el río a los cinco días de su entierro para después repartirse entre los allegados. también se ha prohibido, obligando a los familiares a hervir aquélla con agua y lejía. "Estas medidas provocan que muchas personas no quieran decir que un farnillar se ha muerto de cólera, porque, además de estar mal visto socialmente, no les dejan velar a sus muertos", añade Martín Vega.

Y como los males no llegan solos, a las creencias religiosas ancestrales se ha unido la nueva doctrina de los evangélicos, ampliamente extendida por la zona y que prohíbe a sus seguidores ir al hospital. Pastor hubo que encerró a sus campesinos en la iglesia del pueblo y al grito de "¡el cólera es un castígo divino, es la colera de Dios!", les mantuvo encerrados, mientras vomitaban y defecaban por los suelos, hasta que llegaron los bomberos de Cajamarca, echaron abajo la puerta de la iglesia y se llevaron a los enfermos al hospital.

De los 54 distritos de la región, dice el doctor Araujo, 33 se han infectado, "las cuencas de agua se contaminaron desde San Juan, Magdalena, Chilete, Asunción y Tembledera hasta el mar. Luego se infectó el cordón alrededor de Cajamarca y luego el río Crisneja con la incidencia más alta de casos y mortalidad en Cajabarriba y San Marcos". Araujo añade que se confórmaría en estos momentos con que los campesinos tuvieran Ia letrina del gato. Es decli-, hacer la deposición y taparla". Letrinas se han hecho, pero las pequeñas cabirías de adobe estan limpias y faltas de cualquier olor. La sospecha es que una gente que no está acostumbrada a usarlas durante siglos, lit han instalado por obligación más que por devoción.

Estado de guerra

Araujo muestra ahora satisfecho el hospital con apenas una docena de coléricos en sus salas hace un mes abarrotadas. Respira con un cierto alivio, mientras pretende dulcificar la dura realidad que le rodea. "Pensamosque no íbamos a ser capaces de hacer frente al cólera. Era un estado de guerra que estaba matando a mucha gente. En Santa Rosa tuvimos hasta 40 muertos en un día, ha sido terrible. Pero aunque la organización no haya sido la ldeal, hemos trabajado mucho, dice Araujo, quien anade: "Nos va a costar muchas vidas hasta que la gente aprenda esta situación".

Pero el cólera ha rebrotado ahora en Cajarnarca.-Yo tengo mucho miedo a que se haga endémico entre nosotros, afirma el ingeniero León Obando.

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