De la vida miserable
Una comedia melodramática, tristísima; sobre todo, sentimental. Como su entorno de la vida real. Después de alzarse el telón, terminada ya la obra, para dejar ver un escenario vacío, con una muñeca descabezada en el suelo, el director de escena Manuel Collado, consumido y trémulo, leyó una lista de adhesiones oficiales a José María Rodero: desde los Reyes de España hasta el Cuerpo General de Policía.José María Rodero debía haber estrenado esta obra: le agarró la enfermedad en el mismo día del ensayo general y esperaba la noche del estreno, en el lecho, noticias de esta obra en el que se incluía un homenaje fervoroso a su persona. Sentimental era la situación del actor que tomaba el relevo: Manolo Andrés, de nombre poco conocido a pesar de su edad, forzado a sustituir al divo en un papel tan difícil, tan especial.
Hazme de la noche un cuento
De Jorge Márquez. Intérpretes. Amparo Baró, Fernando Delgado, Manuel Andrés, Nancho Novo, Natalia Millán. Escenografía. Eduardo Naranjo. Música: Luis Gómez-Escolar. Dirección: Manuel Collado.
No cabe gran crítica dramática ante estos pesares, sino una crónica de la tristeza y dolor generales de la vida, a los que cualquier espectador se podría sumar con mucha facilidad: nadie, aun en la modestia y la discreción, es invulnerable.
La comedia había acabado de una forma que no acerté bien a discernir: los tres primeros personajes estaban tendidos, con la espita del gas de la cocina abierta, esperando la muerte.
Quiero pensar que la luz y la claridad del cielo y la proximidad de las estrellas significaban que el suicidio se había consumado; y la visita -invisible- final era la del mismísimo Dios, o de uno de sus delegados. Podía, en cambio, significar que el suicidio fallaba y la vida empezaba de nuevo. Lo que tienen estos toques de lírica poética es que pueden no entenderse.
Razones
Tampoco entendí muy bien las apariciones esporádicas de una jovencita bailarina que podía atravesar el espejo: podría ser la juventud perdida de Don Celso, la hija muerta de Don Anselmo o el amor de Dorotea, que son los personajes que se suicidan. Buscan la muerte: a Don Celso, llamado Raquel, viejo travestido sesentón, se le acaba de morir el novio; a Don Anselmo, la hija, llevada por la droga; Dorotea acaba de despedir al chulillo joven al que mantenía. La vejez, la soledad, la pobreza...
Todo son razones para buscar la muerte, y el autor no deja pasar ninguna de ellas sin comentarla, sin exhibirlo, -el teatro es, muchas veces, exhibicionismo- y acrecentarla, aun a costa de la lógica: eso sí, con los necesarios intervalos graciosos para descargar la tensión y porque el choque de lo cómico con lo dramático produce ternura. La tragicomedia. A la que colaboró, lógicamente, la dirección de Collado.
Salvando todas las circunstancias especiales del estreno, sin tenerlas en cuenta para nada, es justo exaltar al actor Manuel Andrés, que hizo una interpretación extraordinaria del papel que no le había estado destinado, con calidad artística, con sensibilidad para los tránsitos de ánimo que exige el género y para la fraseología que requiere el texto.
No hay que subrayarlo en Amparo Baró y en Fernando Delgado: son excelentísimos actores, y entre los tres dieron vida y fuerza a esta obra, bien acompañados por Nancho Novo y por la gentil figura de Natalia Millán.
En los aplausos de un público adicto había de todo: el premio al espectáculo y sus realizadores, y el envío de la ovación al presente-ausente José María Rodero: todos hubiéramos querido tenerle esa noche con nosotros para reiterarle el homenaje que siempre ha merecido.
Babelia
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