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Tribuna
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La credibilidad de la OLP

El articulista considera en este texto que el recurso a la falta de credibilidad de la OLP por su postura en la guerra del Golfo es una maniobra, impulsada por EE UU, para crear problemas sobre la forma y rehuir el problema de fondo, que es la cuestión palestina y la aplicación de las resoluciones de la ONU al respecto.

Desde el fin de la guerra en el Golfo se ha hecho habitual repetir una fórmula acuñada en EE UU que pretende poner en entredicho la credibilidad de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) debido a su postura durante esta guerra.Un primer análisis indica que este planteamiento es malintencionado, forzado y sacado de cualquier marco de referencia objetiva. Con la persistente y continuada repetición de esta fórmula se quiere dejar creer que las otras partes involucradas en la crisis de Oriente Próximo, especialmente EE UU e Israel, gozan de una intachable credibilidad. Esto no es cierto desde cualquier punto de referencia.

Por otra parte, este planteamiento deja entender que las relaciones entre estas partes y la OLP, es decir, el proceso de negociaciones para una solución pacífica de la cuestión palestina, antes de la guerra del Golfo estaba en auge, teniendo que ser interrumpido debido a la pretendida falta de credibilidad de la OLP. Es obvio que tampoco las cosas eran así.

Antes de continuar analizando este planteamiento reduccionista es necesario reconocer que la OLP no apoyó la política de EE UU en el Golfo. Hecho bien conocido por todos y que la OLP nunca intentó ocultar. Es reiterativo repetir que esta postura de la OLP, contraria a la guerra, a la ocupación de territorios y a la intervención militar extranjera, fue compartida por varios Gobiernos árabes y amplísimos sectores de los pueblos árabes y musulmanes. El hecho de que EE UU ha vencido militarmente -cosa que se esperaba- no debe hacer que se les otorgue la razón a priori.

La sospecha palestina sobre las auténticas motivaciones de la política norteamericana está bien fundada en prácticas y hechos concretos que han sido, a lo largo de más de 40 años, hostiles a sus intereses nacionales. Basta recordar que en las semanas que precedieron al 2 de agosto del año pasado EE UU vetó un proyecto de resolución del Consejo de Seguridad que había obtenido el consenso de los otros 14 miembros. Este proyecto de resolución pretendía ofrecer una cierta protección, por parte de la ONU, a la población palestina bajo ocupación israelí de acuerdo con la IV Convención de Ginebra de 1949.

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Es menester aclarar que el propio Estados Unidos reconoce la aplicabilidad de esta convención a los territorios palestinos ocupados. Además, la Casa Blanca recurrió el año pasado seis veces al veto, en el mismo Consejo de Seguridad, para impedir la aprobación de varias resoluciones represivas políticas y prácticas de Israel en los territorios palestinos ocupados, ya condenadas a nivel mundial.

Terminada la guerra en el Golfo, y a pesar de las promesas mantenidas durante la crisis por la OTAN, EE UU no parece haber cambiado su postura anterior contraria a la aplicación de las resoluciones de la misma ONU sobre la cuestión palestina. Estados Unidos también se muestra reacio a ejercer cualquier presión sobre Israel para que respete y cumpla estas resoluciones, como en el caso de Irak.

De este modo, Washington persiste en adoptar una política israelí que se puede resumir en tres noes: no a la OLP, no al derecho del pueblo palestino a la autodeterminación y no a la conferencia internacional por la paz en Oriente Próximo.Forma y fondo

La Administración norteamericana, junto con otros países que la siguieron ciegamente y sin ningún cuestionamiento, y contrariamente a lo que se esperaba -es decir, aplicar en el caso palestino las resoluciones de la ONU con la misma firmeza demostrada en el Golfo-, han recurrido al tema de la falta de credibilidad de la OLP para crear problemas sobre la forma y rehuir de este modo el problema de fondo, que es la cuestión palestina y la aplicación de las resoluciones de la ONU al respecto y la intransigencia israelí en rechazarlas.

A todo esto cabe añadir un dato que quizá no se les haya ocurrido a muchos. ¿Estaba EE UU realmente interesado en que la OLP tomara una postura diferente? Obviamente, la pregunta es hipotética, pero sirve para aclarar que la hostilidad norteamericana ya era un hecho independiente de la postura palestina.

Es clarificador al respecto recordar que el secretario de Estado, James Baker, había realizado a lo largo de los meses de crisis contactos y giras que abarcaron los cuatro puntos cardinales en busca de apoyo militar, financiero y político. Se entrevistó, por ejemplo, con el ministro cubano de Asuntos Exteriores por primera vez en 30 años. Esta labor le llevó a Damasco, considerado durante largo tiempo como enemigo acérrimo de EE UU. En cambio, la OLP, reconocida como elemento principal en la zona de conflicto debido a su indispensable papel en la búsqueda de la paz y a su gran prestigio Político y moral entre los pueblos árabes, fue ignorada por Baker. Los grandes esfuerzos de la OLP para encontrar una salida política a la ocupación de Kuwait no han merecido ni un solo comentario por parte de EE UU, a pesar de que fueron seguidos con interés y respeto por otros miembros permanentes del Consejo de Seguridad.

La conclusión que se deduce de todo lo anterior es la misma que observó el Papa; el esfuerzo para preparar la guerra ha sido mayor que el que se desplegó para evitarla. Es obvio también que la política hostil de EE UU e Israel contra la OLP ha sido una constante bastante antes del actual alegato de la falta de credibilidad.

Suponiendo que ello fuera cierto, ¿qué consecuencias se podrían deducir de ello? ¿Dejaría el pueblo palestino de merecer su derecho inalienable a la autodeterminación? ¿Tendría Israel derecho a mantener su ocupación y anexión de territorios palestinos y árabes? ¿Se perdonaría a Israel su brutal represión y violación diaria de los derechos humanos del pueblo palestino?

En realidad, la negativa de Israel y EE UU a reconocer y ne,aociar con la OLP no es más que un subterfugio de su estéril política, con la que pretenden ser tutores del pueblo palestino, y de este modo designar, al antojo de ambos, a sus representantes; determinar a priori su futuro estatuto político, que, en todo caso, no alcanzaría la independencia nacional; mantener la anexión de Jerusalén; continuar con los asentamientos judíos en la franja de Gaza y Cisjordania y, finalmente, dividir al pueblo palestino en dos partes: los habitantes de los territorios ocupados -el 40% del total- y los que viven el exilio forzado desde 1948.

Todo lo anterior nos lleva a una conclusión clara: ni Israel ni EE UU están interesados en encontrar una solución justa y duradera -de acuerdo con las resoluciones de la ONU- al problema palestino. Se trata de imponer soluciones falsas y parcializadas, que no es factible que sean aceptadas y que no conducirían a la deseada paz. La OLP, que encarna para el pueblo palestino su patria y Estado en el exilio, y representa sus inalienables derechos y legítimas aspiraciones, no constituye para Israel y EE UU un interlocutor válido, debido a que ambos no tienen la intención de tratar con estos tópicos. De ahí los continuos intentos, algunas veces de ignorar, otras de desacreditar y bastantes de eliminar a la OLP, por su fidelidad a sus principios, a su pueblo y su causa.

Un dirigente palestino expresó esta realidad elocuentemente diciendo que si la madre Teresa de Calcuta presidiera la OLP, EE UU e Israel alegarían de alguna forma su falta de credibilidad. Shamir, a su modo, expresó lo mismo al declarar hace poco que Faisal Huseini -quien presidió la delegación palestina que se entrevistó con Baker en su primera visita a Jerusalén- es más peligroso que Yaser Arafat. Parece que Israel puede sentirse satisfecho con una sola alternativa: que Israel negocie con Israel sobre la cuestión palestina.

Aunque sea un modo de simplificar las cosas, pero creemos que sería útil repetir lo que ya es archiconocido: la OLP es una organización elegida democráticamente. Jamás algún palestino puso en entredicho su carácter representativo. Recientemente, el mismo Baker, los ministros de la troika y el ministro espanol Fernández Ordóñez lo han comprobado durante sus visitas a los territorios palestinos ocupados. El reconocimiento mundial de la OLP es más amplio que el de Israel. Su credibilidad (la de la OLP) emana del masivo apoyo popular palestino, y de ningún modo de las declaraciones norteamericanas o israelíes. De este modo es justificado el temor, entre muchos, de que EE UU generalice este procedimiento, imponiendo la excomunión a los Gobiemos o pueblos que no coincidan con su política en un momento dado. Prueba de ello es que está castigando a los palestinos, jordanos y yemeníes por no haber accedido a servir a la política norteamericana en su agresión contra un país árabe.

Por otro lado, hay que recordar que la cuestión de la credibilidad tiene doble filo. Es harto útil repetir que, a los Ojos de palestinos y árabes, EE UU no tiene ninguna credibilidad debido a su apoyo incondicional a Israel a lo largo de varias décadas. Son EE UU, la ONU y los miembros de la OTAN -después de haber hecho su guerra en el Golfo, con la finalidad declarada de aplicar la legalidad internacional-, y no la OLP, los que tienen que demostrar su credibilidad puesta en entredicho. Esto requiere actuar, en el caso palestino, de la misma forma que lo hicieron en el caso de Kuwait. Mientras esto no ocurra es derecho de todos, especialmente del pueblo palestino, seguir dudando de la credibilidad de estas tres partes.

Maniobras dilatorias

Creemos, por un lado, que ya es hora para que Israel deje de recurrir a maniobras dilatorias e inátiles para ganar más tiempo a expensas del pueblo palestino. Por otro lado, EE UU tiene que dejar de emplear un doble sistema de valores y medidas en función de sus intereses. En este sentido, ambos tienen que recordar sencillos axiomas. La negociación de la paz no se hace entre amigos, sino entre enemigos. El estado de guerra supone políticas encontradas y enfrentadas. La negociación es el modo apropiado para superar el enfrentamiento. Israel y los palestinos están en estado de guerra desde hace décadas. Las varias administraciones norteamericanas han sido siempre hostiles a la justa causa del pueblo palestino. A pesar de todo lo anterior, el Consejo Nacional Palestino, la OLP y su presidente, Yaser Arafat, han tendido en 1988 una mano a favor de la paz, el diálogo y la negociación sobre la base de la legalidad internacional y las resoluciones de la ONU. Es muy lamentable que hasta ahora no haya habido ninguna respuesta positiva. La única alternativa a esto no sería sino más guerras, violencia, destrucción y muerte de árabes, palestinos y judíos.

es representante de la Organización para la Liberación de Palestina en España,

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