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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Antiguo mago

Lionel Hampton & Festival All Star Big Band

Centro Cultural de la Villa. Madrid, 19, 20 y 21 de abril. Precio: 1.200 pesetas.

El mundo de las grandes orquestas estuvo dominado en su época dorada por nobles como el duque Ellington o el conde Basie, aunque, justo a tiempo, el rey Goodman llegó para evitar que la sociedad blanca norteamericana dejara en manos exclusivamente negras sus momentos de esparcimiento.Lionel Hampton es más llanote. A él se le conoce simplemente por Hamp, apelativo sin pretensiones que cuadra bien con su idea de lo que debe ser el jazz en directo: algo simple, esencialmente divertido y excitante, que funciona mejor si elude la complejidad tímbrica y armónica que caracterizaba el trabajo de Ellington, y transforma el swing elegante y aristocrático de Basie en desbordantes aluviones de ritmo a galope tendido. Nada que objetar. La bravura es tan digna de elogio como la sutileza, sobre todo si viene servida por un anciano que supera, no se sabe muy bien en cuanto, los 80 años (en el programa se cita como fecha de nacimiento el 20 de abril de 1908, otros hablan de 1913, pero la más probable es la del 12 de abril de 1909).

Sale hecho un brazo de mar, con pajarita roja sobre esmoquin de fantasía, pero luce un delirante peluquín colocado al bies que le da un aire ciertamente pintoresco. En lo que realmente importa sigue contrastando sabiamente momentos íntimos, delicados, de concentración intensa al vibráfono, con explosiones de júbilo cargadas de dientes postizos y cautelosos pasitos de baile. Sus ojos están ya un poco turbios y no los puede desorbitar tanto como antes, pero cuando se tiene delante un pedazo de historia sagrada del jazz no hay que andarse con remilgos y basta un pequeño esfuerzo para adentrarse en el recuerdo de los gloriosos momentos del pasado que la forjaron. Ataca Sing, sing, sing, y es fácil imaginársele, todo brazos, en el Carnegie Hall en 1939 detrás de la batería de la orquesta de Benny Goodman. Se lanza sobre Hey ba ba re bop, y se olvida pronto esta última orquesta de circunstancias para rememorar nítidamente la soberbia banda que tenía a mitad de los cuarenta.

Llegado este punto, poco importa que los solistas de la pomposamente denominada Festival All Star Big Band sean irregulares porque lo fundamental es que pocas veces se tiene la oportunidad de palpar in situ la figura de alguien que insufló vida a algo muy valioso: el vibráfono en el jazz. Nadie como él saca tanto juego al percutir alternativo de dos modestas notas y canta What a wonderful world en un suspiro suficiente para emocionar y convencer de que a este mundo todavía le queda algo de maravilloso. Nada menos.

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