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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El viaje de los Reyes

LOS VIAJES oficiales de los Reyes al exterior han sido siempre cuidadosamente preparados por la propia Corona y por los sucesivos Gobiernos españoles. Al principio, en el momento más difícil de la transición, se trataba de explicar al mundo que España recuperaba lentamente la libertad y se iba haciendo respetable. Más adelante se utilizó al Monarca como embajador para el fomento de grandes operaciones económicas de Estado a Estado y para propiciar iniciativas culturales de envergadura. Con el tiempo, especialmente después del 23-F, los Reyes se fueron convirtiendo, además, en figuras emblemáticas de la democracia, y parte sustancial de sus viajes por el mundo estuvo dedicada a propugnar las ventajas de la libertad como método de convivencia.No fue siempre sencillo. Los alegatos reales a favor de la democracia y la libertad fueron frecuentemente acogidos por sus destinatarios con frialdad -en Moscú, por ejemplo- cuando no con hostilidad -el momento de las dictaduras militares en Buenos Aires y Montevideo, entre otras capitales-. Pero tan firme ha sido el llamamiento de don Juan Carlos a la apertura política que, especialmente en Latinoamérica, ha acabado equiparado a una especie de carta de naturaleza. La popularidad de los Reyes en aquel continente lo avala. En ocasiones, como en el reciente viaje a Chile, o como en el de Nicaragua, que concluyó ayer, viernes, la visita es casi entendida como la consagración de la democracia por un pueblo. Pero además, al elogiar lo que llamó "la oferta hecha a la reconciliación" nicaragüense por la presidenta Chamorro, el Rey ha puesto de relieve la trayectoria de una nación que, para recuperar la libertad y la. paz, ha sido capaz de superar generosamente sus rencillas intestinas.

Es significativo que el único país latinoamericano que aún no ha recibido una visita real sea Cuba. Por la peculiaridad de un periplo de esta naturaleza, parece prudente que los Reyes no acudan a La Habana hasta que aquella capital haya recuperado la normalidad o se intuya que la propia visita real puede actuar como catalizador. Otra cosa es que el Gobierno tome ahora el arriesgado camino de entrevistarse con una parte de la oposición anticastrista (la Plataforma Democrática Cubana) sin que se sepa bien a qué colectivo representa ésta y qué otros grupos pueden sentirse innecesariamente preteridos. Por no hablar de los peligros que encierra fomentar la tentación numantinista en la actual nomenklatura cubana.

Sin embargo, hay otro aspecto en el que el presente viaje de los Reyes debe tener significado. Se trata no solamente de la actividad que esté desarrollando para salvar los escollos nacionales e históricos que el continente latinoamericano pone a la celebración del V Centenario. Más importante aún le resulta condicionar con sensatez el sentido que haya de tener la doble reunión de jefes de Estado -en México en 1991, en Sevilla en 1992- de esa imprecisa y algo voluntarista comunidad de naciones hispanas que se pretende arbolar esquivando las tentaciones imperiale que recordarían innecesariamente el pasado.

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