Festival
El festival taurino que la Universidad Complutense ha montado a beneficio de la catedral de la Almudena bajo el patrocinio de la banca supone una cima en la historia del surrealismo español. Esta gansada se le ocurrió al rector Villapalos un día en el callejón de Las Ventas durante una corrida después de haberle dado al porrón entre mozos de espadas, pícaros y monosabios. Allí manifestó que la Universidad tenía la obligación de unirse a la Fiesta nacional, y lo dijo con una euforia que a muchos nos puso la carne de gallina, pero muy pocos fueron capaces de suponer entonces que esa degradación se iba a producir inexorablemente. Así ha sido. En honor a las ruinas de un templo que a Madrid le importa un carajo y organizada por un claustro de profesores con un birrete de huevo hilado por montera, se ha celebrado una matanza de novillos desmochados para impulsar la ciencia, el catolicismo, las artes y la caspa. Se sabía que en este país la cultura había tocado fondo, aunque era dificil imaginar que cierta gentuza intelectual estaba dispuesta a excavar. Fernando VII el felón cerró la Universidad y en compensación creó la Escuela de Tauromaquia, tratando así de ahogar el pensamiento. Sin embargo, lo sucedido ayer fue más cutre todavía, porque este rector ha ido en busca del residuo sórdido y violento que la Fiesta de los toros conserva para echarlo como abono en las aulas donde la inteligencia se forma. Por ahí vamos bien: catedráticos de Estética cortando orejas, alumnos de Derecho recibiendo clases prácticas en el desolladero, genios de la medicina matando cucarachas con el escobón en la enfermería de la plaza, mientras en el paraninfo se reúnen los picadores a echarse unas cazallas y en la Facultad de Filosofia se celebran simposios de puntilleros buscando esa verdad que está en la nuca, la cual sólo florece con un buen descabello. Ignoro si Madrid a estas alturas necesita una catedral, pero sé muy bien que la Universidad no merecía el escarnio que ha recibido.
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