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Concertación social y socialdemocracia

Las políticas de concertación social practicadas en Europa durante la etapa de reconstrucción tras la II Guerra Mundial se vieron muy favorecidas por el acompañamiento de políticas económicas keynesianas de gestión de la demanda a escala macroeconómica.Tales políticas fueron el resultado de la asunción directa por parte del Estado de compromisos en el cumplimiento de los dos grandes objetivos sociales señalados por Beveridge en sus informes clásicos -Seguro social y servicios afines (1942) y Pleno empleo en una sociedad libre (1944)-, que constituyeron el pedestal sobre el que pudo levantarse la primera oleada de las políticas de rentas concertadas, con el consiguiente abandono por parte del anterior Estado liberal de actitudes vergonzantes por su papel beligerante tanto en la esfera de la dinamización de la producción global como en la de la distribución.

El Estado del bienestar fue el resultado de la aplicación de este nuevo paradigma político, y su impacto sobre la política económica resultó irreversible. Los problemas aparecieron al alcanzarse la situación de pleno empleo a finales de los ses enla, ya que en esas circunstancias la plena utilización por parte de los sindicatos de su capacidad de negociación provocó tensiones inflacionistas insoportables, como el propio Beveridge había previsto.

La oleda de conflictividad social de comienzos de los setenta fue, por tanto, un efecto feedback del éxito de la primera generación de política de rentas. Sin embargo, esa misma dificultad condujo a la aparición de una segunda generación de políticas de rentas para la superación de la crisis económica de los setenta.

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En este proceso se ha desvanecido la desconfianza tradicional de la izquierda política hacia el Estado, cuya independencia y autonomia se reconocen ahora con naturalidad. Es más, puede decirse que, al quedar socavada la doctrina de la lucha de clases -ante la vaciedad de contenidos de la victoria total de cualquiera de las partes-, el Estado ha recobrado un papel central como emisor de reglas, como árbitro imprescindible y como lugar político del equilibrio dinámico de intereses de unos y otros.

Por eso las prácticas de concertación social son tan sólo parcialmente instrumentos funcionales para el ajuste y la ejecución de las políticas económica y social; desempeñan también un papel simbólico en el proceso de evolución ideológica de la izquierda política, que está procectiendo a sustituir el hueco dejado por la inutilización del concepto de lucha de clases.

Resulta sintomático a este respecto que el rechazo de la continuidad de las políticas de concertación social haya provenido en España de los dos polos opuestos del espectro político: por un lado, la izquierda comunista ha rechazado tradicionalmente el pacto social, por considerarlo incompatible con la idea de enfrentamiento de clases sobre la que sustentaba su política. En los antípodas del espectro político, el liberalismo conservador ha rechazado también la concertación social como práctica deseable.

Ninguno de ellos necesitaba eri realidad de estas políticas y sólo podían admitirlas de buen grado excepcionalmente, en aras de franquear sítuaciones de emergencia económica.. política y social, o si su resultado ofrecía un saldo absolutamente favorable a sus propios postulados, lo que en principio resulta incompatible con la concertación social, que es por definición una metodología que en lo material conduce al equilibrio y la armonización de intereses, no a la victoria de ninguno de los contendientes. Bien es verdad que la utopía liberal-conservadora alentada por el liderazgo nostálgico de Reagan-Thatcher ha empezado a diluirse, casi al mismo tiempo que se derrumbaba la utopía comunista con el muro de Berlín. ¿Cómo afectará este doble colapso a la poslción de los dos polos del espectro político respecto a la concertación social durante los noventa?

Cualquiera que sea la respuesta a ese interrogante, la simple rutina de los pactos no es suficiente para cubrir el hueco dejado por la lucha de clases en el pensamiento de la izquierda, porque aunque en uno y otro caso el entramado ideológico gravita sobre la priorización de uno de los procesos instrumentales mediante los cuales se alcanzan intereses colectivos -la negociación y la lucha, respectivamente-, la doctrina de la lucha de clases contaba con un elemento escatológico -la victoria final- que daba coherencia al movimiento, tanto desde el punto de vista épico como desde el enfoque lógico.

La armonización de intereses entre los grandes grupos organizados de la sociedad tiene, por el contrario, más connotaciones merca ilistas frías que c riti i resonancias cálidas, suscepti bles de actuar como aglutinante ideológico y de reforzar los sen timientos primarios de perte nencia. ¿No se habla de la "Europa de los mercaderes'" como apelativo peyorativo para denunciar la carencia de objetivos sociales en la edifica ción de la CE? ¿Cómo va a resultar movIlIzador el mercadeo de intereses entre los grupos sociales? Más bien se trata de un blanco fácil en el tiovivo ideológico.

Por eso, es imprescindible contar con tina nueva médula para vertebrar la ideología política de la izquierda. En mi opinión, Ralph Dahrendorf formuló en 1979 un concepto que recoge bien el espíritu con que se está diseñando en la práctica esa nueva arquitectura de la política progresista: el de las oportunidades vitales (life chances). Ciertamente, Dahrendorf afirmaba que su idea está concebida para revitalizar el pensamiento liberal y para hacer del liberalismo un movimiento político progresista. Pero ni siquiera el propio autor mostraba excesiva convicción al sostener semejante idea: los movimientos políticos se articulan en torno a las aspiraciones colectivas de los grupos sociales que los conforman de manera predominante y buscan después ideas que los expresen; no al contrario.

Ése es en realidad el objetivo de sociedad que está sustituyendo en la izquierda al mito de la lucha de clases: la ampliación de las oportunidades vitales, como avance equilibrado de las opciones que la sociedad ofrece a sus miembros en las diferentes esferas de la vida, y de las ligaduras electivas o mecanismos de pertenencia -voluntariamente asumidos- que dotan de cohesión a la propia colectividad. La formulación de la idea parte de un sujeto que no es la clase social, sino el individuo, con sus múltiples roles y los correspondientes sentidos de pertenencia.

Es esta multiplicidad de roles la que dota al concepto de un potencial particular, que puede servir para romper el reduccionismo unidinaensional, ligado a la condición del hombre como productor, que ha dominado la escena política desde 1917. De hecho, las oportunidades vitales subsumeri en una formulación general las aspiracionesparticulares recogidas tradicionalmente en las ideas de liberación social, pero con una perspectiva evolutiva y no escatológica, que responde perfectamente a Ias premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia", tal como las formulara Eduard Bernstein hace ya casi un siglo.

Frente a la idea absoluta de la clase social como agente del cambio histórico, aparece la de la persona como sujeto social básico, aunque inmerso en una serie de grupos -de afinidad progresivamente electiva- que pugnan por conseguir un espacio creciente de opciones individuales en sus respectivos ámbitos de actuación. No cabe a priorí determinar el sentido u orientación de la política por relación a los intereses homogéneos de una clase social, porque no existe tal homogeneidad en los intereses ni en la estructuración misma de la propia clase. En cada ámbito de la vida social existen aspiraciones de ampliación de las opciones vitales que se ofrecen a los individuos, que son susceptibles de políticas específicas por parte del Estado.

Éste no es rehén de los intereses de una clase social, sino que desarrolla políticas en un conjunto polifacético de áreas de actividad. Son los individuos los que eligen el programa de políticas que mejor conviene a sus propias aspiraciones de lograr el máximo de oportunidades )átales. Lo que sucede es que tal elección se encuentra generalmente condicionada por el sentido colectivo de pertenencia de los individuos en función de los principales roles que desempeñan, cuya multiplicidad exige una jerarquización de lealtades que resulta considerablemente dinámica. Ello otorga un amplio margen de variabilidad a las políticas públicas y un razonable campo de elección a los individuos a la hora de ejercitar sus opciones políticas.Álvaro Espina es secretario de Estado de Industria.

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