Uno o dos recuerdos de Graham Greene
Me comunican por teléfono la noticia de la muerte de Graham Greene y aunque es una muerte previsible, casi anunciada, me quedo triste. Yo estaba impresionado por el asesinato de Jaime Guzmán, político con quien he discrepado casi siempre, pero que me parecía un buen ejemplo de conservador consecuente, civilizado, y que además tuvo en los momentos de la transición chilena una actitud constructiva, y mis cavilaciones se vieron interrumpidas, y en cierta manera prolongadas, complementadas, por esta otra noticia.Jaime Guzmán fue asesinado por fuerzas oscuras que eran el gran tema literario, la especialidad en la ficción y fuera de la ficción, de Greene. Él había llegado a esos temas desde el periodismo, desde los viajes, y al cabo de algún tiempo, en su madurez, desde la experiencia muy concreta del servicio secreto británico durante la segunda guerra mundial. Ahora, en un intento de síntesis rápida, siento que Greene obedecía a dos inclinaciones o tentaciones muy claras: la de lo subterráneo y la de lo marginal.
Secretos
Lo que sucedía debajo de la superficie inocente de las cosas, lo subterráneo, lo secreto, esa realidad que determina y modifica las realidades aparentes, pero que no aparece a simple vista, le producía un estado literal de fascinación. En seguida, tenía un sentimiento profundo, y probablemente equivocado, de pertenecer al centro del mundo, a la Inglaterra posvictoriana, y de que todo lo interesante, sin embargo, sucedía en otras partes.
Era un inglés central, aburrido de serlo, y deslumbrado por el África, por el sur de Europa, por México y Cuba, por el mundo comunista. Sólo se explica así su entusiasmo por personalidades del estilo del general panameño Omar Torrijos. Después de entrevistarse con Salvador Allende construyó todo un personaje: un médico de pueblo, bonachón, inocente, capaz de dirigir el primer modelo de socialismo marxista con libertades, la cuadratura del círculo.
Cuando el modelo fracasó, él, en vez de analizar, prefirió suspender el juicio. Comparó con insistencia a Salvador Allende con Dubcek, el dirigente de la Primavera de Praga, y creo que su comparación era muy discutible. Allende era ingenuo con respecto a las necesidades del socialismo real; Dubcek, con una percepción crítica de los contenidos, se hacía excesivas ilusiones sobre los métodos y las posibilidades.
Los enemigos literarios de Graham Greene señalaban, en último término, que era una persona indiferente a la vanguardia, a la experimentación, a la búsqueda verbal. Esto me parece un error teórico, una deformación profesional. Greene no se interesaba en escribir novela moderna, pero sí en ser un hombre moderno que escribe novelas. Su afición burlona por la marginalidad le permitía abandonar la seriedad del novelista clásico, de escritorio (fenómeno en el que Arnold Bennet coincidía con James Joyce), y escribir entertainments, es decir, entretenimientos, entremeses.
La otra vertiente del problema tiene que ver con el estilo. Los maledicentes sostenían que Graham Greene usaba un lenguaje de escribidor puramente informativo, sin autonomía estética. Es una equivocación garrafal. Precisamente en los entertainments, los divertimentos, los entremeses, Greene jugaba con el lenguaje de una manera magistral. La libertad frente al tema y al texto le daban, provocaban en él, una creatividad extraordinaria.
Sospecho que su paso del calvinismo de su familia a un catolicismo casi voluntario, aprendido, tuvo que ver con eso. El catolicismo fue para él, curiosamente, una vía para escapar de un cierto sectarismo, y de ahí que se manifestara en formas literarias. La liturgia era tan exótica y tan inspiradora como el Tercer Mundo. Y el submundo del espionaje, a su modo, desencadenaba los mismos resortes.
Cuando Graham Greene viajó a Chile, en la época de Salvador Allende, allá por 1972, me tocó organizar su viaje desde la embajada chilena de París y comer con él en la mesa de Pablo Neruda. Fue, recuerdo, una reunión más bien formal, algo estirada, aunque amable.
A su regreso de Chile me llamó y almorzamos juntos, con Cristián Casanova, que entonces era agregado de prensa de la embajada, en un bistró del barrio de Saint Germain-des-Prés. Yo le conté en detalle mis accidentados tres meses de embajador en La Habana y él se interesó mucho en el lado policial y subterráneo del asunto.
Después hizo que Persona non grata, el resultado literario de esos meses, se publicara en Inglaterra, y dio a conocer una frase, nada más que una frase, en la que insistía, con algo de sorpresa, en el carácter equilibrado y hasta amistoso de mi retrato de Fidel Castro. Él tenía razón, en esos días, en los del carácter amistoso del retrato, y yo, por mi lado, estoy seguro de que ahora la evocación no sería tan amable. Eran otros tiempos, y todo en Graham Greene, a pesar de su modernidad intrínseca, me hace pensar siempre en otros tiempos.
Graham Greene resumía la sensibilidad de la división del mundo, del Muro, de la guerra fría. Si Kafka la anunciaba, Graham Greene, en su estilo de inglés errante, descontento, la describia, la convertía en palabras. "Of course this year there were no coconuts because there was a war on..." Lenguaje puro, en resumidas cuentas, pero revelador, instructivo (y compruebo, después de anotar la frase, hasta que punto sobre ese "pero").
De vez en cuando recibía una carta breve, manuscrita, enviada desde la Residence des Fleurs, en Antibes. Con Cristián Casanova se habían contado historias de espionaje aquí en Santiago (en tiempos de guerra fria) y más tarde en París. Greene nunca cesaba de evocar su amistad con Philby, que había sido colega suyo antes de pasarse al lado soviético y con quien había mantenido la amistad después de la defección.
Despedida
Philby, según el novelista, creía de buena fe que si los soviéticos adquirían el secreto de la bomba atómica, la guerra final podría evitarse. ¿Imaginaciones del novelista? Recibí mi carta consabida, después del envío de Adios, Poeta .... donde él habría podido figurar, pero esta vez venía de Warwickshire, no de Antibes, y la firmaba otra persona. "El señor Graham Greene no está bien y me ha pedido..."
Llegué a pensar, en mi ingenuidad, que Graham Greene habría debido conocer el Chile de ahora, con su luz y su sombra, pero el tiempo se había terminado. El tiempo, otro de sus temas. El tema, en el fondo, de todos nosotros.
Jorge Edwards es escritor chileno.
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