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Max Frisch muere en Zúrich a los 79 años

El dramaturgo ayudó al teatro europeo a salir de un realismo demasiado duro

El escritor y dramaturgo suizo Max Frisch murió ayer en su domicilio de Zúrich (Suiza), a los 79 años, a consecuencia de un cáncer, según informó su hijo Peter. Traducido a 37 idiomas, Frisch fue uno de los dos grandes escritores suizos en lengua alemana, junto a Friedrich Dürrenmatt. El autor de obras como Homo faber, No soy Stiller, El hombre aparece en el holoceno o Don Juan o el amor por la geometría, ayudó a la dramaturgia europea a salir de un realismo demasiado duro. Sus obras han sido publicadas en España por las editoriales Seix Barral y Alfaguara.

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Gloriosas reliquias

Unos tres meses de diferencia entre la muerte de Dürrenmatt y la de Max Frisch, los dos grandes dramaturgos suizos de lengua alemana; apesadumbrados los dos por la suerte de esa verdadera patria. que es la que representa el idioma en la mitad de este siglo. Discípulos de Brecht, pesimistas, hombres de la posguerra y de las desesperanzas de la posguerra. Poco seguros sobre cual es, la realidad del hombre y cómo se proyecta.Max Frisch (Zurich, 1911 arquitecto, hijo de arquitecto, parecía encontrar alguna dificultad en relacionar la exactitud de las ciencias estudiadas y la imprecisión de los seres humanos y sus arrebatos, sus contradicciones: parecen una cosa, son otra. Y dependen a veces más de lo que parecen, o de la máscara impuesta, o del azar, que de su propia naturaleza.

Don Juan, con ese nombre, sólo puede ser en la vida un ser amado por las mujeres, un fetiche de ellas. Pero puede ocurrir que no le interesen excesivamente; su amor y su emoción en la vida lo encuentra en la geometría, y no tiene tiempo para dedicarlo a la mujer. Sólo podrá salvarse de: ellas adoptando otra apariencia distinta a la de su mito: la del esposo, la del marido constante. En esta obra, Don Juan o el amor por la geometría, de 1953 (traducida y, representada en España) quizá se encuentran algunas de las claves de esa desazón del arquitecto dedicado a las bellas letras, a la novela y el ensayo y la literatura dramática: es la apariencia -o la fama, o el mito y la leyenda- la que encadena al ser humano; y el núcleo del papel que debe representar en la vida, aún sin gustarle.

Unos años mas tarde, en Andorra, el tema era el del antisemitismo. Biedermann, o el perfecto burgués -como indica, en alemán, su nombre- está conforme con todo, vive en el confort, lo cual quizá le obligue a separarse de la realidad, pero él no lo sabe. Los incendiaríos es de 1958, y su traducción, su símbolo, es muy simple: el ciudadano alemán no quiso nunca saber que los nazis incendiaban su país y el mundo, y se consideró ajeno a la culpa. Como en las obras de su maestro Brecht, una cancioncilla de esta obra -el coro- resume una moraleja: "Cuando se tiene aún mas miedo del cambio que de la desgracia, ¿como evitar la desgracia?.

Cambiando, sería la respuesta. Y haciendo cambiar a los demás. Brecht sabía perfectamente hacia dónde, aunque parece que al final de su vida, y después de su larga estancia en los Estados Unidos -el exilio-, dejó de tenerlo claro, y su regreso a Berlín Este le sumió en la perplejidad. Los suizos -Dürrenmatt, Frisch- no lo sabían tan claramente. Lo que se obtiene de la obra de Frisch es esta prolesta generalizada, esta denuncia de las grandes máscaras que el poder pone sobre los hombres, pero no tanto como escapar de ellas.

Ojeando ahora, velozmente, con la urgencia a que obliga su muerte, unas páginas de su diario, encuentro alguna frase. "El azar hace que dos personas se encuentren. Un hombre se equivoca de sombrero, vuelve al guardarropa, da un pisotón a una muchacha, se disculpan el uno al otro, tanto que terminan conversando, y la consecuencia es un matrimonio, tres o cinco niños. Un buen día cada uno se dice: ¿Que sería de mi vida sin esta confusión de sombreros?-.

Sin algunas confusiones, Max Frisch sería el arquitecto que creó la gran piscina municipal de Zúrich, sencillamente aceptable, y no lo que es ahora: alguien que ayudó a la dramaturgia europea a salir de un realismo demasiado duro, alguien que protestó de que su patria de lenguaje hubiera sido atacada por una pasión incendiaria, y que su patria de nacimiento se mantuviese como insensible a cualquier cambio. Alguien, uno más de entre varios, que formuló la irrealidad de la sociedad y la vida humana, la falta de correspondencia entre la sensatez de la geometría y la locura de las pasiones, y que denunció el disfraz que sobre cada uno de nosotros puede derramar un poder convencional: a condición de que nosotros mismos consideremos que cambiar es peor que ser desgraciados.

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