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Extraordinarias perspectivas

Un emperador de China decretó que sus súbditos tendrían derecho a cazar, siempre y cuando cumplieran con el requisito de matar única y exclusivamente a aquellos animales que "hubieran perdido el gusto por la vida". Como muchos otros decretos inspirados tan sólo en una buena voluntad, pongo en duda la eficacia de éste. En efecto, ¿cómo podríamos distinguir una perdiz neurasténica en medio de toda una bandada Además, la neurastenia es cosa de seres humanos. En el reino animal, todo lo que vive quiere vivir.Y aún más si hay peligro. Bisontes y jabalíes, osos y ciervos, despliegan todos sus recursos ofensivos y defensivos al menor peligro. Y el combate culmina siempre. Cada grito de caza es una tragedia, según testimonian nuestros antepasados trogloditas desde sus primeros dibujos cavernarios. Cada uno de ellos tuvo, sin duda alguna, la posibilidad de hacer posar a su compañera de cueva, pero optó, sin embargo, por una escena de caza para poner en marcha la historia del arte.

El Homo artifex completó así al Homo faber, aunque ello le costara muchas veces perecer entre las garras de un neurasténico. Tragedia y fin. Pero tampoco salía indemne cuando sobrevivía. La escena se le grababa muy profundamente en la memoria. Por ello le resultaba bastante fácil reproducirla con todo su espantoso realismo, aunque agregando tótemes, por supuesto, y todo tipo de signos que aseguraran medianamente su protección. El alma de la bestia que acababa de matar podía regresar a atormentarlo durante la noche. Se daban casos. Un cazador sorprendido con su lanza rota, frente a un uro que carga sobre él y lo derrumba. También hay casos de terribles jaleos colectivos, confusos, espectaculares: toda una manada loca desgarrándose en un estanque, debido a un grave error del conductor deja cacería. Un fallo humano que suele consistir en no haber sabido apartar debidamente a un ciervo destinado a la jauría En Fin, digo yo. Porque a lo mejor se trataba simplemente de otra reglas. A lo mejor cazaron nuestros paleolíticos distinto a nosotros. A lo mejor.. . ¡Qué diablos importa! ¡Viva el rally Cromañón que nos ha dejado tan hermosos álbumes de piedra!

El arte, en todo caso, continúa. Y la caza es uno de sistemas más explotados. Por todos los medios inventados por el hombre para expresar su talento. De Norte a Sur y de levante a poniente.,

¿Egipto? Un hombre, un taparrabos, una barca rodeada de canas, en plena cacería de patos. Queda la Imagen. ¿Asir la? Asurbanipal, un gran rey, en plena caza mayor. Persigue al león, lo mata a flechazos, y nos recuerda sus proezas en bajorrelieves que son Obras maestras. ¿Ática? Alejandro el más grande cazando gamos. La actitud es noble, pero tal vez excesivamente heroica. En fin, deslices. ¿La Edad Media? Sobran los testimonios. Cuando no estaban cazando, nuestros feudales estaban en guerra, otra cacería. Las damas ya participan, cabalgando con enormes faldas que estorban los matorrales. Quedan frescos. También tapices de lana, seda y, oro, perfectamente combinados.

Después, el renacimiento, el gran siglo, el XVIII, el XIX... Y, por supuesto, España, Inglaterra, Francia, Persia, India, China. Y pieles rojas, aztecas, incas... Todos nos dejaron sus huellas en forma de artísticas imágenes, porque la caza es un terna de inagotable, riqueza. Y son inmensas sus perspectivas desde la época aquella del emperador de China y su ambiguo decreto de paleolítico y gráfico Origen.

El siglo XX, como todos sabemos, de entrada pone en tela (le juicio la concepción que el hombre se hacía del mundo y de sí mismo. Las locomotoras recorren 100 kilómetros en una hora, el motor de explosión se perfecciona y el automóvil se convierte en un vehículo confortable y rápido. Se inventa la hélice y, gracias a ella, los sueños de Ícaro, Leonardo da Vinci y Víctor Hugo se hacen realidad: la materia vuela. Los transatlánticos navegan cada vez más rápidamente y son más seguros e inmensos. Van siendo abolidas las grandes distancias, el transiberiano convierte a la asiática y misteriosa Rusia en una prolongación de Europa.

El avión de Blériot suprime la insularidad de Inglaterra y, pocos años más tarde, el de Lindberg reduce el Atlántico a las dimensiones del Mediterráneo del mundo griego. Treinta años después, el mundo terminado de

Le Verrier se revelará tan anticuado como la Tierra inmóvil y chata de los antiguos, en el telescopio gigante de Palomar y la visión de los astronautas.

Europa occidental, con Francia e Inglaterra a la cabeza, había podido creer en su supremacía terrestre, gracias a sus colonias y establecimientos comerciales dispersos en todos los horizontes. En el siglo de la máquina, Europa se da cuenta de que el verdadero potencial pertenece a los países que poseen el carbón, pero enseguida descubre que el petróleo y el uranio son aún más valiosos. Los grandes conflictos económicos y guerreros que van a estallar en el mundo obedecen precisamente a ese cambio de óptica y a los encontrados intereses que surgen en consecuencia.

El hombre civilizado, que creía en la inamovilidad de la imagen y en la integridad del átomo, ve cómo la primera se mueve en la pantalla de los hermanos Lumière y cómo el segundo se descompone en el extraño aparato de los Joliot-Curie. Paralelamente, el tiempo y la luz dejan de ser para ése hombre nociones ciertas y tranquilizadoras. La ciencia, nueva divinidad, le exige que crea en ella. Y en pocos lustros le muestra tal cantidad de revelaciones que logra devolverlo nuevamente a la cueva de sus más Irracionales temores. Pero, a los viajes interplanetarios, al psicoanálisis y a los medicamentos capaces de modificar sus estados de ánimo, el nuevo salvaje tendrá que agregarle algunas irracionalidades más, esta vez bajo la forma de los genocidios sin precedentes que va cometiendo el siglo científico. Según las promesas recibidas, este siglo debió ser el del advenimiento del hombre.

Aivino sólo una sociedad que produce bienes de consumo y males y que, a decir de Octavio Paz, tiene a Eros por uno de sus empleados. El mal sabor de boca se democratiza y todos pueden pensar igualmente, por la simple y sencilla razón de que nadie desea pensar en las terribles amenazas que los guerreros nucleares le han colgado sobre

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es escritor peruano.

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