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Los celtas, con sus armas, dioses y bosques sagrados, ocupan la ciudad de Venecia

El Palazzo Grassi acoge la mayor exposición sobre la cultura céltica reunida hasta el momento

Jacinto Antón

ENVIADO ESPECIAL Si el último refugio de los celtas, comprimidos entre el Imperio Romano y las oleadas germánicas, fue Hibernia (Irlanda), puede decirse que desde ahora cuentan con un nuevo hogar: Venecia. La ciudad, que conviene a esa tendencia a la melancolía que junto a su furor salvaje destacaron en los celtas los autores clásicos, ha visto renacer literalmente en las salas de uno de sus viejos palacios los ancestrales bosques sagrados de la Europa céltica. El Palazzo Grassi acoge (del 24 de marzo al 8 de diciembre, de nueve de la mañana a siete de la tarde) la exposición más completa que pueda reunirse en la actualidad sobre los celtas: más de 2.000 piezas -entre ellas, el enigmático caldero de plata de Gundestrup, la obra más representativa de la cultura céltica, procedentes de 200 museos.

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Astérix y el caldero

La parte científica de la exposición ha sido coordinada por el arqueólogo Sabatino Moscati, y el montaje corresponde a la arquitecta Gae Aulenti, el mismo equipo que encabezó la celebrada muestra sobre los fenicios.De nuevo ahora, el Palazzo Grassi, bajo el patrocinio cultural de Fiat, opta por una gran cultura de la antigüedad, y de nuevo se trata de una cultura que presenta aún muchos interrogantes, cuando no verdaderos misterios, comenzando por la propia identidad de los celtas, que en última instancia los especialistas apoyan en marcas lingüísticas: celtas eran los que hablaban celta y dejaron la huella de su lengua por toda Europa en palabras, nombres propios y topónimos. Si la cultura fenicia era una cultura mediterránea, de sol y mar, la celta fue esencialmente terrestre y vinculada a los bosques, las verdaderas selvas como la herciniana (una palabra celta relacionada con la encina, el árbol sagrado de los druidas), que cubrían Europa.

El montaje del Palazzo Grassi ha tenido en cuenta esa subordinación telúrica de los celtas y algunas salas del venerable recinto venecianó se han visto transfiguradas en verdaderos bosques sagrados. Es un montaje "pasional", según dijo ayer Gae Aulenti, que huye del "cientifismo aséptico" y pretende capturar al visitante en un juego narrativo.

La primera sala introduce al público en el mundo celta de una manera contundente, casi traumática, que sirve de pauta para todo el recorrido de la exposición: el visitante se ve rodeado de verdor con plafones pintados que llegan hasta el techo. En las paredes, frases de autores clásicos como Diodoro Siculo, referidas a los celtas, colocadas desordenadamente, dando vueltas como volutas vegetales, una configuración de collage que se irá repitiendo: "Poseían proporciones físicas extraordinarias", "su aspecto es terrible".

La siguiente sala, en el mismo clima de misterio casi feérico, contiene una de las más impresionantes piezas de la -muestra: una enorme estatua de madera ferozmente primitiva de una divinidad. Hay también una gran espada de hierro. "La vida no cuenta para ellos porque creen en sucesivas reencarnaciones", puede leerse en la pared. Un enorme mapa señala el núcleo territorial centroeuropeo de los celtas y su progresiva expansión.

La primera EuropaPero junto a esa Céltica salvaje y misteriosa, arbórea y primigenia, la exposición pretende dar significativamente la imagen de una Céltica europea, una cultura que por su extensión de las Islas, Británicas a los Cárpatos, conforma la primera Europa (y ese es el lema de la muestra). Una Europa celta, en todo caso, que nunca fue política, sino, como máximo, basada en una unidad de sentimientos, de creencias religiosas y expresiones plásticas, pues los celtas nunca consiguieron una articulación política superior a la mera confederación de tribus.

Las características más incordiantes de los celtas desde el punto de vista de la sensibilidad contemporánea y de ese concepto de primera Europa cultural han sido un tanto escamoteadas. Poco se dice de su gran superstición (Arriano cuenta que cuando Alejandro Magno preguntó a unos galos qué era lo que más temían, respondieron: "que el cielo caiga sobre nuestras cabezas"). Ni apenas se habla de los sacrificios humanos que realizaban, ni de la práctica guerrera habitual de la caza de cabezas. Por no hablar del mítico sacrificio de niños al ídolo irlandés, Crom Cruach, que los igualaría en el imaginario popular con los denostados fenicios. "Ambos son", dijo ayer Moscati, "pueblos vencidos, una historia más infeliz".

Según Moscati, la exposición no ha querido limitarse a una mera síntesis de datos anteriores: se ha buscado una panorámica innovadora. Un ejemplo es el énfasis puesto en la época anterior a la de La T¿ne (siglos V al 1 antes de Cristo), tenida por principal en la historia celta. Así, la fase precedente (siglos VII-VI) caracterizada por las tumbas de carro principescas, está muy destacada en la exposición.

Recogiendo de nuevo la relación de los celtas con los árboles, una enorme sala del palacio ha sido convertida en bosque con cilindros metálicos a modo de troncos, mostrando en su interior objetos preciosos de oro y plata, ampliados con lupas. La penumbra hace pensar en un lugar sagrado, quizá la arboleda donde los druidas, según César, celebraban sus reuniones.

Una de las salas más espectaculares es la dedicada a la guerra. Unas frases recuerdan el espanto de los romanos al topar por primera vez con los celtas, a los que denominaban galos. Los legionarios huyeron a la desbandada ante el espectáculo de los celtas que lanzaban alaridos espantosos, hacían sonar trompas de guerra (Carynx) y atacaban en tromba con una primera línea de guerreros desnudos, buscando el cuerpo a cuerpo. La exposición muestra una completísima panoplia de armas celtas, señalando su evolución.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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