Un juicio bien armado
Desde diciembre de 1980, una aristócrata norteamericana, Sunny von Bulow permanece en coma irreversible en una sala especial del Columbia Presbyterian Medical Center de Nueva York. No se sabe a ciencia cierta qué provocó esta situación clínica, pero sus hijos desconfiaron del segundo marido de Sunny, Claus von Bulow, quien habría inyectado a la mujer varias dosis de insulina que le habrían provocado el choque irreversible. Carnaza para la prensa sensacionalista, el caso Von Bulow dio la vuelta al mundo cuando, en 1985, se produjo el fallo definitivo que absolvió al marido, hoy discretamente retirado en Londres.En los días del juicio, un curioso cineasta y productor, nacido en Irán, criado en Suramérica y nacionalizado francés, Barbet Schroeder, preparaba en Estados Unidos la que sería su primera -y olvidable- incursión en el cine norteamericano, El borracho, hecha a mayor gloria de ese peculiar abstemio del jabón que es Mickey Rourke. Interesado por el caso, Schroeder encontró la clave que daría origen a la película en el libro que el abogado defensor de Von Bulow, Alan Dershowitz, escribió sobre el juicio. El resultado es una película inteligente, que parte de un guión capaz de darle la vuelta a una de las variantes clásicas del filme criminal -las ficciones judiciales- para mostrar no el juicio en sí, sino la ardua y gris preparación colectiva de la defensa. Y, ante todo, el enfrentamiento de dos inteligencias situadas en los antípodas: el aristócrata frío y calculador frente al profesor universitario brioso y temperamental.
El misterio Von Bulow
Director: Barbet Schroeder. Guión: Nicholas Kazan, según el libro de Alan Dershowitz. Producción: Oliver Stone y Edward R. Pressmann, para Sovereign. Estados Unidos, 1990. Intérpretes: Jererny Irons, Glenn Close, Ron SIlver, Annabella Sciorra, Uta Hagen, Fisher Stevens. Estreno en Madrid: cines Infantas y Pompeya.
Hacer realidad un guión bien armado y cosido no suele ser el punto fuerte del cine norteamericano actual. Éste lo está, y mucho. Parte de una premisa similar a la empleada por Billy Wilder en El crepúsculo de los dioses -William Holden, muerto en la piscina, narraba la película-, usando aquí a Sunny como un punto de vista más en el calidoscopio de opiniones enfrentadas de que está hecho el filme.
Habilidad
Barbet Schroeder, un hombre con películas tan insólitas en su haber como el implacable documental sobre aquella marioneta sangrienta que se llamó Id¡ Amín Dada, o un no menos raro documento semicientífico sobre un gorila adiestrado para expresarse mediante gestos, demuestra su habilidad para dar pulso y dinamismo a ese guión tan bien construido. Su método es tan viejo como infalible: creer en las virtudes de la estructura narrativa y en las habilidades de los actores. Su cámara se sitúa siempre un poco por encima de los personajes juzgándolos, emplazándolos.
Y éstos, encarnados por un trío particularmente inspirado, bordan actuaciones que, en el caso de Jererny Irons -que ha ganado ya todos los premios previos a los oscars, lo que le hace seguro candidato-, alcanzan casi la perfección. La película es además la constatación de que, cuando hay ingenio, las trabas legales no existen. Schroeder se las ingenia para dar su veredicto. Toda comparación es odiosa; pero no hay más remedio que pensar que, con parecidos ingredientes, aquí se perpetró Solo o en compañía de otros.
Babelia
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